Lunes, 9 de agosto de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
¡Cómo se simplifica la política argentina! No se trata, necesariamente, de que las cosas estén mejor, igual o peor. Es que cada vez resulta más fácil interpretarlas.
La semana que concluyó fue quizás el top del año, en ese sentido. Arrancó con las repercusiones del discurso desopilante de Hugo Biolcati, que, a juzgar por algunos gestos y declaraciones, dio vergüenza ajena casi hasta entre sus propios pares. Es probable que ya se haya dicho casi todo sobre la arenga del presidente de la Rural. Su falseamiento histórico. Su rostro pétreo al citar el drama de la pobreza. La obscenidad con que fue capaz de no atreverse a un solo desliz autocrítico acerca del golpismo invicto de su entidad, ya que tan firme se mostró en defensa de las instituciones democráticas. Además de La Nación, obviamente, sólo Clarín resaltó las palabras del comediante con despliegue de respaldo. Su título central de portada, el domingo, fue “La Rural criticó el autoritarismo y la soberbia oficial”, pero sin entrecomillar los sustantivos. Y, por supuesto, se privaron de apuntar el dato escandaloso de que Biolcati dedicó al sector agropecuario, por ser benévolos, no más que unos pocos párrafos secundarios. No habló del campo. La suya fue una proclama opositora completamente desnuda, en la que pretendió erigir a su espacio como magistratura moral de la Patria. En el mismo momento, las caras de Macri, Duhalde y De Narváez reflejaron una circunspección incómoda, intuidos de que estaban participando de un coro en extremo inapropiado. Nada los dispensa, desde ya. Es la observación de que el encierro a que los obliga su crítica salvaje termina conduciéndolos hacia la inconveniencia política. El lunes, referentes de la derecha comunicacional manifestaron extrañar el señorío de Luciano Miguens, ex cabeza de la Rural, cuyo estilo, en efecto, nada tenía que ver con el tinte pornográfico de Biolcati. Este grado de aprisionamiento por posicionarse de cualquier manera en la lucha contra el oficialismo, que en la órbita no peronista continúa revelando a Carrió como una gurka que socialistas y radicales varios ya no saben cómo sacarse de encima, tendría otra expresión impresionante hacia mediados de semana. Pero eso viene después de reparar en otros episodios.
Cuando, el miércoles, Clarín entregó como noticia central el aumento de las muertes por los choques con colectivos (se podría agregar este sábado, cuando la segunda en importancia fue que la CIA cuestiona cómo se mide la inflación argentina...), queda reflejada una impotencia extraordinaria en su vocería protagónica del interés opositor. No fue que faltara información, precisamente. En orden aleatorio, había el avance del proyecto para corregir al Indek. Había los acuerdos en la cumbre del Mercosur, con nuevo Código Aduanero. Había el fracaso en el Senado del 82 por ciento móvil. Había los duros cuestionamientos al Gobierno en el precoloquio de IDEA, una de las agrupaciones empresariales que nuclean a parte del establishment y a la que prestaron número unos cuantos figurones opositores, bien que de segunda línea. Había las declaraciones de Scioli con respecto a lo “inquebrantable” de sus lazos con el matrimonio. Noticias todas, junto con otras, que en cualquier instancia disímil habrían significado, por diferentes vías semánticas, el aprovechamiento para atacar. Ahora, en cambio, como producto del buen albur en los números macro de la economía y de la desorientación de los candidateables anti K, advierten que ya no basta con la instalación de lo consabido. Encima vienen de desengaños altisonantes, como el caso de la “embajada paralela” en Venezuela. Y de otros que retoman en sus títulos con carácter desfalleciente, siempre ligados a hechos de corruptela. Merecen ser investigados con seriedad, claro que sí; pero desde una visión político–electoralista ya no alcanza, parecería, para malhumorar a sectores de clase media cuyo recelo frente al kirchnerismo resulta empatado –por lo menos– con la desconfianza generada por una oposición llena de incertidumbres. Les quedan entonces los manotones, pero eso no modifica aquello que empezarían a percibir como sensación social de fondo. La muerte del bebé tras la salidera bancaria porta un espanto que se emparienta con el uso previsiblemente canalla que le dio al caso la patria mediática. Instituir un acontecimiento delictivo como debate nacional; como si hubiera licencia para descontextualizar cualquier cosa; como si acaso se tratara de que alguien disponga de soluciones mágicas para el desafío agotador de las grandes urbes; o como si sólo fuera cuestión de colocar en la agenda que así no se puede seguir, es un asco. Es una traición ex profeso a la rigurosidad analítica. Ya se probó con todo lo que exigen los arrebatos emocionales. Todo. Quedar a la cola de Blumberg, leyes más duras, cárceles y más cárceles, gatillo fácil. Uno creería que también comienza a agotarse la recurrencia a “la inseguridad” como fórmula para atraer adeptos.
Si no es por ese conjunto de impotencias, el firmante acepta su incapacidad para interpretar que el jefe de Clarín convoque a cenar a todas las caripelas del peronismo opositor. Y que no falte ninguno. Y que se expongan a la imagen de servilismo más cerril que pudiera imaginarse. No es que esos encuentros cercanos de cuarto tipo no hayan ocurrido numerosas veces, también involucrando al oficialismo. Es la monumentalidad del gesto abierto. Macri, Reutemann, Duhalde, De Narváez, Solá: todos a la casa de Magnetto, todos a rendirse ante el CEO de Clarín en el peor momento del Grupo, todos dispuestos a que su indignidad se desvista para siempre. Sucedió algo rarísimo: la noticia fue divulgada, discretamente, por La Nación y Ambito Financiero. En este último suelen acontecer extrañezas, cuyo origen no es del caso escudriñar. Pero La Nación, el diario ideológicamente más regimentado de este país, el que funciona en tándem inevitable con Clarín por sus varios negocios compartidos, revelando la cena de Magnetto con todos los popes del pejota disidente, nunca se ha visto. Algo muy profundo se quebró en esa alianza, lo cual sería ratificador de hasta dónde llega el aturdimiento de la oposición. O hay un misterio insondable que, a los efectos del razonamiento político, lleva a la misma conclusión. O, como algunos colegas coligieron, fue el propio Magnetto quien se encargó de filtrar la información.
Sea cual fuere la variante, lo sucedido es sexo políticamente explícito hasta un punto que jamás se registró como tal, en tiempos democráticos, de forma tan escabrosa. Toda la jefatura opositora de un sector partidario en el domicilio de quien encabeza la corporación mediática más penetrante. Y el dato igualmente rotundo de haber excluido de la cena a los radicales, amparado el convocante en la experiencia de que son inútiles eternos. Y el añadido de que también se quedó afuera algún príncipe católico, al cabo, es probable, del papelón que pasó la Iglesia en la lid por el matrimonio homosexual. De todos modos, su jefe se descargó en San Cayetano con “la violencia desatada”. Pero ya con una repercusión mediática escasa, después de su traspié.
Biolcati, Magnetto, Macri, Duhalde, De Narváez. UIA-AEA. Bergoglio, Carrió. Si es por interpretarlas, sólo por interpretarlas, vuelta al comienzo: las cosas se simplifican. Mucho.
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