Lunes, 13 de septiembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Debería ser asombrosa la liviandad con que se debate la toma de colegios. ¿Qué cosa tan profunda ocurrió en esta sociedad para que resulte tan alterada la apreciación de lo importante y lo accesorio? ¿O será que se trata, otra vez, de la bajada de línea impuesta por los medios hegemónicos? Lo más probable es que sea una simbiosis de ambos factores, como siempre o casi.
Con ciertas excepciones, en cualquier lugar del mundo de cualquier época los estudiantes fueron y son genéricamente sospechosos, o culpables, hasta que demuestren lo contrario. Vagancia, desatención, indisciplina, trampa, a veces violencia, son los caracteres que les confieren a priori. El periodista reniega de ingresar a campos del pensamiento que lo exceden (sociología, psicología social, entre otros, capaces de explicar ese síndrome). Ya cuando el estudiante, considerado en forma individual o a lo sumo respecto de su grupo de pertenencia, pasa a la categoría de “actividad” o, mejor dicho, de “movimiento” estudiantil, entramos en un terreno analítico que sí está al alcance de cualquiera que se tome el trabajo de pensar un poco. Ahí es cuando saltan, y/o se muestran mediáticamente, los más bajos instintos sociales, los resentimientos más profundos, las derrotas ideológicas, el dichoso enano facho. Ahí ya se trata de una masa de sujetos peligrosos y jóvenes, para peor, que amenaza no se sabe qué, pero amenaza. Gabriel Kessler, sociólogo e investigador del Conicet con muchos años de estudio sobre la “inseguridad”, reflexiona que esa palabra no es sinónimo de ruptura de la ley y, aunque la refiere al delito urbano, cómo no aplicarla al “caso” de los estudiantes. Apunta que muchas veces causa sensación de inseguridad, por ejemplo, el hecho de que haya jóvenes reunidos en la calle, que no están violentando ley alguna. En la materia toma de colegios, por cierto, podría argüirse que sí hay una violentación contra la propiedad pública o el derecho de los demás. ¿Es eso lo que inquieta a los bienpensantes alarmados? No, y no ni por asomo: los enardece que los pibes estén en la calle o movilizados, porque les altera la idea del orden básico que es custodio de sus intereses de clase. O de sus complejos de pequebús patéticos, que no encuentran la manera de que esa sangre juvenil bullente no les devuelva el espejo de su fracaso en la vida; o en su razonamiento sobre la educación. Porque hay algo muy fuerte antes que eso: resulta que todos los adolescentes de este país eran una manga de pelotudos birra-faso-videogame, desentendidos de toda impaciencia política. Y de la noche a la mañana salen de ese debajo de la tierra, y hacen asambleas; y reviven a los centros de estudiantes o ya estaban vivos y coleando y uno permanecía en su frasco; y si se nacionalizara el conflicto el propio gobierno kirchnerista podría perturbarse porque ya no sería, solamente, factura para el macrismo. ¿Dónde estaban estos pendejos? ¿Cómo no los vimos, o percibimos? Por la izquierda, a replantearse las verdades de a puño que se suponían irrebatibles. Y por la derecha, a asustarse.
Recorramos tres cuestiones, que son las que aparecen invertidas, o exhibidas de esa forma, en el orden de prioridades. La primera es la reducción temática a que unos pocos se aprovechan de la mayoría. ¿Miles y miles de pibes son un rebaño conducido por punteritos trosco-chavistas que se aprovechan de los más débiles? ¿O hay ya un clima de etapa que achica el animarse a ser indiferente? Como muy posiblemente sea lo segundo, algún previsible coro de canallas desempolvó una de las construcciones de imaginario más hija de puta que se hayan difundido con carácter masivo, desde la dictadura. “¿Vos sos del PO?” “¿Tu viejo es militante?” “¿No te das cuenta de que te usan políticamente?”, se escucha en las bocas de esos miserables que militan exacerbados, en cada una de sus inflexiones vocales, en cada uno de sus medios independientes, en honor a la pleitesía a los ‘90. Gente grande y botonaza pero tan barata, tan de no haber leído nunca nada, tan de country, tan de lo que es la derecha mersa, tan de sus sagrados derechos como automovilistas, tan sin formación, que ni siquiera tiene empacho para mostrársela más larga –Viagra de nerviosismo político mediante– a chicos de 15, 16, 17 años, de quienes ahora se descubre que en buena o alguna parte eran menos androides que lo esperado tras la prolongación del huracán menemista. Hablan desde las prerrogativas constitucionales, esos roñosos. Hablan desde el discurso de los oligopolios y desde las lógicas que remataron a la Argentina. La sinécdoque es su licencia preferida, bien que por empirismo y casi jamás por saber en qué consiste. Tomar la parte por el todo es su especialidad. Y es así que si hay rebeldía juvenil, con visos de organicidad, está en peligro el pueblo entero. Del mismo modo, el alerta de “los mercados”, una entelequia a la que jamás nominan porque implicaría blanquearle sus anunciantes al tilingaje, significa que el país está bajo grave riesgo de aislamiento internacional. Y quitarle la licencia a un proveedor de Internet es afectar la libertad de expresión. Y llamar por su nombre a algunas vacas sagradas que los protegen y emplean es persecutorio, y sinónimo de populismo autoritario.
El segundo componente, de cierta analogía con el anterior en su rol de priorizar lo aledaño, es la impunidad con que la “politización” del estudiantado sustituye temáticamente al entre temible y catastrófico estado edilicio de los colegios. Y también, al panorama general de construcción e inspección de las obras públicas y privadas. El destino causal le reservó al gobierno de Macri la impresionante ejemplaridad de un nuevo derrumbe, ahora en un boliche, de vuelta con víctimas fatales y a justo un mes del previo. Sería de una especulación política igualmente horrible no contemplar la responsabilidad de los dueños del lugar, como si una gestión municipal, o del tipo que fuere, tuviera la potestad de ser omnipresente en cada rincón, cada día, a cada hora. Pero también es como si la tragedia del boliche se le hubiese enseñoreado para decirle “es la seguridad, estúpido, y en los colegios es lo mismo mientras tu preocupación consiste en fichar a los estudiantes que hacen quilombo”.
Finalmente o ante todo, cabe invitar a un ejercicio de reflexión honesto a aquellos que manifiestan dudas respecto de esta movida estudiantil. Dejemos de lado a los operadores del miedo, la indignación o el cálculo político, a los que acaba de sumarse nada menos que Pino Solanas. Y a quienes, si se quiere y como quedó dicho, puede agregarse el propio kirchnerismo en su especulación antimacrista, mientras el conflicto no se salga de madre porteña. Dejemos de lado a los que no tienen remedio para su pavura contra el desorden, opuesto al ordenamiento que creen los hace felices mientras sus ordenadores se cagan de la risa. Hay, seguro, mucha gente que no es así, que no está así; y que elucubra si no debe haber un límite, si no es hora de decir basta porque los pibes ya fijaron la agenda y la alarma, y volver a las aulas y mantenerse alertas. Puede ser, o concédaselo. Pero al margen de esa apreciación coyuntural, ¿no es emocionante haber descubierto estas reservas insurrectas en la manga de pelotudos y víctimas que dábamos por sentada? ¿No hay que festejar que hay vida rebelde donde sólo aparecían unos tarados yermos? De parte del firmante, salud por esta sorpresa.
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