Jueves, 28 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Horacio Verbitsky
Hacía muchos años que no se veía a tanta gente sollozar de pesadumbre, ante una noticia insoportable, que solapa la esfera pública con la vida privada de cada uno, porque nadie ignora las consecuencias sobre su cotidianidad que puede tener la desaparición de Néstor Kirchner, responsable junto con su esposa CFK de los mejores gobiernos que tuvo la Argentina desde 1955.
En cuanto le abrieron la puerta, una joven censista embarazada se perdió en los brazos de la mujer mayor que la recibió y ambas gimieron abrazadas, sin palabras. En medio del cuestionario, otro censista preguntó a qué hora sería la concentración en la Plaza de Mayo. Por la tristeza que percibió, supo que no necesitaba reprimir sus sentimientos y lloró como un niño. Conmovido por la muerte, también estaba pasmado por los festejos con que lo habían recibido en algunos departamentos que censó. En algún barrio porteño hubo incluso descorches, banderitas y bocinazos, remake del siniestro “Viva el Cáncer” con que pasó a la historia otra generación de la misma ciudad. Algunos de sus vecinos hoy idolatran a Evita, reducida a un ícono inofensivo, pero detestaron a Néstor y odian a Cristina. Es un odio de clase, despreciable pero comprensible. Son expresiones de sectores minoritarios pero poderosos. Distintas, pero complementarias, son las misas hipócritas que nadie pidió y las lágrimas de cocodrilo de quienes fueron sus compañeros y lo abandonaron cuando más los necesitaba, ex gobernadores, ex ministros, diputados que siguen en las bancas a las que accedieron con los votos de CFK pero las ocupan oponiéndose a sus políticas, y hasta el vicepresidente que Kirchner sugirió para acompañarla, con su ojo infalible para detectar al postulante equivocado. No vale la pena ensuciar con sus nombres el homenaje de esta página.
Sin perder una hora, el mismo diario que en 2003 vaticinó que la presidencia de Néstor no duraría un año, emplazó ahora a Cristina a abjurar de las políticas centrales de los gobiernos de ambos, alejarse de los trabajadores y sus representantes y tender un puente para que la oposición la rodee y la anule. Ni siquiera faltó la obscena mención a Isabel Perón y al rol de Ricardo Balbín en una era remota no sólo en el tiempo, porque no hay comparación posible entre los personajes y sus circunstancias. Cristina no es una frágil mujer que busque ni acepte la conmiseración de nadie ni hay entre los líderes opositores gestos de grandeza proporcionales al vacío que deja la partida de un líder excepcional.
La espontánea manifestación que fue goteando desde el mediodía de ayer sobre la Plaza de Mayo hasta colmarla por la noche y la convocatoria de la CGT a acompañar hoy el velorio, expresaron el dolor popular por la súbita desaparición e intentaron transmitirle a la presidente toda la fuerza que necesitará para sobreponerse a la pérdida de su compañero de toda la vida. Porque a la ausencia política, que ella sentirá más que nadie, se suma el quebranto afectivo. Eran tímidos en la efusión de sus sentimientos ante terceros. Pero se miraban con una intensidad que no es común encontrar al cabo de treinta y cinco años de vida en común y hablaban con admiración uno del otro, como enamorados recientes. Para justificar que no buscaría su reelección, dijo que ella era más capaz, que profundizaría el modelo que él había iniciado en medio de las peores dificultades en 2003. Contra el escepticismo de algunos propios y la hostilidad de muchos ajenos, que instalaron primero la fantasía del doble comando y luego la mistificación del ex presidente en ejercicio, no se equivocaba. El limpió la Corte Suprema de Justicia y la cúpula castrense, que había vuelto a convertirse en partido militar. Propició la recomposición del empleo, del salario y de los ingresos de los jubilados, la reaparición de las negociaciones paritarias para discutir salarios y condiciones de trabajo. Impuso altas retenciones a las exportaciones de hidrocarburos, cereales y oleaginosas y se negó a autorizar los aumentos de servicios públicos que le pedían a gritos empresas y políticos, inclusive su vicepresidente. Así disminuyó la desocupación y la pobreza. Apoyó la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida lograda por la lucha de los organismos de derechos humanos, para castigar a quienes impusieron por el terror un modelo de saqueo y desnacionalización. Acabó con la intromisión del FMI, redujo a proporciones manejables el peso de la deuda externa y, junto con los presidentes de los países hermanos, afirmó una política exterior de unidad sudamericana e independencia de Estados Unidos. Jugó un rol decisivo en la conferencia presidencial de Mar del Plata donde terminó de morir el proyecto imperial de libre comercio. Kirchner decidió que la función de las fuerzas de seguridad no sería reprimir las protestas sociales, también acabó con la ley de la dictadura que ofendía y humillaba a los inmigrantes de países vecinos y luego de una trabajosa búsqueda de consensos promulgó una ley de educación respetuosa de los docentes. Ella creó un ministerio de Ciencia y Tecnología, recuperó la línea aérea de bandera y el sistema previsional que estaba en manos de comisionistas financieros, acabó con la autonomía que hizo del Banco Central un enclave extraterritorial, y puso en práctica una política de transferencia de ingresos hacia los más necesitados que es la más importante de Latinoamérica. Recogió las demandas de la coalición por una radiodifusión democrática para abrir los medios de comunicación a una pluralidad de voces e impulsó la desmonopolización de la fabricación y comercialización de papel para diarios, que sólo en la Argentina es controlada por los dos mayores diarios. Pero además eliminó del Código Penal las calumnias y las injurias en casos de interés público para que ningún periodista pueda ser ya perseguido por sus opiniones o informaciones.
En el reportaje de enero que se reproduce hoy en este diario, Kirchner explicó que las falencias de su gobierno, que reconocía, eran los principales méritos del de su esposa. Esto implica que ambos fueron responsables de los aciertos y errores de los dos mandatos. El proyecto que se desenvuelve desde 2003, es tan nítido y coherente, e involucra a tantos millones de personas, que no concluirá con la muerte de quien lo puso en movimiento. El trayecto será menos duro cuantos más y cuanto más lúcidos sean quienes acompañen a Cristina, de cuyo temple, capacidad y convicciones no hay motivos para dudar.
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