Jueves, 28 de octubre de 2010 | Hoy
Por Washington Uranga
La hora de los balances seguramente llegará con el tiempo. Las especulaciones políticas también. Algunos apresurados y supuestos analistas, con más especialidad en conspiraciones que en aportes reflexivos, ni siquiera han tenido la grandeza de respetar la desazón y el sufrimiento que provoca la muerte. Pero, sobre todo, son incapaces de leer en clave humana y política el categórico pronunciamiento que millares de argentinos y argentinas edificaron espontáneamente con lágrimas, muestras de dolor, de desolación, de incertidumbre, de incomprensión. No se necesitó convocatoria. Ni siquiera de redes sociales. El llamado del dolor brotó espontáneamente y se disparó como sufrimiento por las calles premeditadamente vacías por el censo. Y se puso de manifiesto como un grito silencioso de rebeldía por la partida de Néstor y como firme solidaridad y respaldo a Cristina. Como en los festejos del Bicentenario, la gente ganó el espacio público. Y lo hizo manifestándose políticamente en un momento de desazón y de dolor. La masiva manifestación y los espontáneos carteles de respaldo a una manera de entender la militancia y la política hacen innecesarias muchas consideraciones. En el mensaje popular no hubo duda ni disociación: gratitud a Néstor y respaldo a Cristina. Sin dicotomías.
Entre los méritos que se le deben adjudicar a Néstor Kirchner se cuenta, sin duda, el de volver a reinstalar la política como un ámbito posible para conquistar la justicia y reivindicar derechos. Su estilo no dio lugar a la indiferencia. Bien lejos estuvo de la perfección. Pero cualquiera de los contemporáneos que lo han criticado difícilmente estén en condiciones de compararse con la talla de este hombre que hizo de la política su vida y permitió que muchos volvieran a creer que la justicia es posible.
Quienes más lo reconocen son precisamente los sectores populares. Las últimas mediciones respecto de los apoyos que concitaban los posibles candidatos para las elecciones del año venidero demostraron precisamente que Néstor Kirchner era el político con más respaldo popular. A la hora de enumerar los motivos habrá que contabilizar la inclusión de tantos que estuvieron sumidos en la pobreza y que hoy por lo menos alcanzan niveles de dignidad. Entre quienes lo reconocen estarán muchos de los que hoy reciben la Asignación por Hijo que puso en marcha Cristina Fernández; también los inmigrantes de países limítrofes que tuvieron en estos años un trato más cercano a sus derechos violados por décadas; sin duda las minorías que alcanzaron reconocimiento, los trabajadores que recuperaron niveles salariales, los jubilados que vieron mejorar sus ingresos y, de manera particular, todos aquellos y aquellas luchadores por los derechos humanos que encontraron en Néstor Kirchner un pilar fundamental de la recuperación de sus banderas.
No es hora de balances. Es hora de recogimiento para procesar la ausencia. Pero es inevitable que todas las imágenes anteriores se acumulen en la memoria y surjan de manera desordenada pero, por ese mismo motivo, sincera y espontáneamente. Esto es lo que hicieron miles de argentinos y argentinas con sus mensajes, sus carteles improvisados, las banderas y las flores.
A la hora de la despedida, Néstor Kirchner tuvo su escrutinio popular. Categórico. Sin encuestas ni boca de urnas. No fue necesario contar las adhesiones porque la medida tampoco estuvo en los números –aunque hayan sido demasiado importantes– sino en el sentido y en los sentimientos que hablaron de dolor, agradecimiento y solidaridad.
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