Sábado, 15 de enero de 2011 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
El lockout de la Mesa de Enlace aparece desligado del reclamo gremial. El mensaje que emitieron esta semana las entidades agropecuarias es que no van a negociar nada, que quieren otra política agropecuaria y que se vaya el gobierno kirchnerista en general y Moreno en particular. Quieren otro gobierno y otra política.
Cuando fue el conflicto de la 125, los sectores rurales medianos y pequeños habían votado por el kirchnerismo y viraban a una oposición rabiosa que estaba expresada por las patronales del campo. Ahora –algo muy argentino– pareciera que la situación es otra vez al revés: las patronales del campo mantienen una intransigencia furibunda, pero en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, que acompañaron con más fuerza el conflicto anterior, Cristina Fernández mide muy por encima de cualquier otro candidato en las encuestas y ya no se trata del rebote por la muerte de Néstor Kirchner. De alguna manera, la muerte del ex presidente no sólo tuvo un efecto emotivo, sino que al mismo tiempo disparó un fenómeno de revaloración de la gestión.
En el caso de los productores agropecuarios también se debe a que, pese a los oscuros augurios que se autoprofetizaban durante el conflicto, están ahora mucho más prósperos que en aquel momento. Desde que perdió esa pelea, el Gobierno aprendió la lección y fue tomando medidas que beneficiaron directamente a los productores pequeños y medianos. Y los tamberos, que era el sector que más podía mostrar una situación difícil real, se han incorporado ahora a la ola de prosperidad general que beneficia al campo argentino.
Esta Mesa de Enlace no es la misma que la del conflicto. Está menos homogénea. Por un extremo se ha diferenciado la Sociedad Rural y su titular Hugo Biolcati. Por el otro, la Federación Agraria, con Eduardo Buzzi. Sus quejas no tienen la misma convicción porque nadie puede creer ya en un campo victimizado. La Mesa en sí es menos creíble y juega más a la política que a lo gremial.
Desde el otro lado, el Gobierno se cuida mucho de confrontarlos en bloque y se esfuerza por diferenciar las posiciones en cada entidad. Ninguno de ellos estará de su lado, pero trata de no galvanizar con un declaracionismo duro las diferencias que tienen entre sí y crear así las condiciones para que formen otra vez un bloque opositor compacto conducido por la Rural, como fue en el 2008.
Comienza un año electoral y en el dispositivo de la oposición se encuadra una Mesa de Enlace que debuta en la campaña con un paro en la comercialización de granos. El intento es incidir como lo hizo abiertamente en las elecciones de medio término del 28 de junio del 2009 aunque su discurso de confrontación ya no sea tan representativo como durante el conflicto.
La puja por la 125 fue también un laboratorio cultural. Hubo una intervención corporativa de los grandes medios que presentó a los productores como las víctimas de un Estado injusto y autoritario, instalando categorías como “el campo” o “la guerra gaucha”, haciendo una mezcla con los orígenes de la patria, el trabajo esforzado, el hombre sencillo, de palabra honrada y sin doblez. Como durante la guerra de Malvinas, recrearon un paradigma que está latente en el discurso escolar. Hubo un trabajo en la mayoría de los medios corporativos o sistémicos especialmente enfocado en resaltar esos paradigmas más allá del contenido del conflicto. El sujeto victimizado, esforzado y leal, eran las patronales rurales.
Sobre este contexto, el accionar, pero sobre todo el lenguaje ferozmente descalificador y violento de los ruralistas era presentado como el grito desesperado de una protesta legítima. El insulto, el anatema, aparecían como el grito heroico de una batalla que se presentaba como desigual. Tan desigual era que la perdió el Estado. El conflicto señaló la irrupción de un nuevo sujeto que disputaba espacio en el bloque hegemónico. El poderoso dispositivo agroindustrial (“el sector más débil” como dirían equívocamente periodistas “independientes”) surgido en pocos años a la sombra de la soja, el tipo de cambio favorable y la gran performance de las commodities en los mercados internacionales, aparecía en el escenario.
Del lado oficial también hubo exabruptos. La diferencia fue que mientras los insultos y las groserías de las patronales rurales eran recibidos como “chistosos”, los discursos duros del oficialismo eran usados para reforzar la imagen de autoritarismo e ignorancia que construía la corporación mediática sobre el Gobierno.
No se trata de justificar nada. Pero a los grandes medios les gusta repetir las imágenes del ex presidente Néstor Kirchner durante su discurso en el acto de Congreso o la frase de la presidenta Cristina Fernández que calificó de “yuyito” a la soja. Desde el otro lado, lo que se escuchaba como algo natural y gracioso, eran calificativos como: “ladrones”, “yegua”, “ignorantes”, “mentirosos”, “canallas”, “pendencieros”. Uno de los oradores del acto de los ruralistas en Palermo, al que asistió toda la oposición, desde la derecha hasta sectores de la izquierda, equiparó a los simpatizantes del oficialismo con los animales del zoológico.
La sensación en la sociedad quedó expresada poco después cuando con ironía, y un poco de rabia, algunos oficialistas empezaron a definirse a sí mismos como la “mierda oficialista”. A nadie en la oposición se le hubiera ocurrido algo similar porque el nivel de violencia verbal estaba totalmente desbalanceado en la interpretación de la realidad que hacían los grandes medios y sus asociados.
Un conflicto se puede ganar o perder en democracia. Obviamente que los resultados son importantes pero no se trata de vida o muerte. La lacra más perjudicial que dejó esa confrontación fue la naturalización de un discurso altamente violento y descalificador en la política. Cualquiera puede acusar a cualquiera de narcotraficante o ladrón, de dictador o corrupto. Cuando se hace una denuncia en la Justicia se requieren pruebas. Y también el buen periodismo de denuncia se hace con investigación y pruebas y no con rumores ni prejuicios. Pero esa convalidación está dada por el sentido común mediático que muestra como “valentía” lo que en realidad es oportunismo o irresponsabilidad.
El nivel de violencia en el discurso político se ha convertido en un tema central del drama que sufren en los Estados Unidos por las periódicas masacres. El reciente asesinato de seis personas en Arizona, donde resultó gravemente herida la congresista demócrata Gabrielle Giffords puso ese debate en el centro de la atención. La ex gobernadora de Alaska y ex candidata a la vicepresidencia por el Partido Republicano, Sarah Palin, tiene un discurso altamente violento y le gusta usar metáforas en política relacionadas con la caza y con los viejos pioneros –un equivalente gauchesco– que colonizaron su país. Incluso fue filmada y colgó de su página en Internet un video que la mostraba cuando mataba un alce con un tiro de fusil. La cámara seguía al animal a través de la mira telescópica que marcaba a la víctima con una cruz. El disparo se escuchaba al tiempo que surgía una mancha de sangre en el animal que se desplomaba. Palin es uno de los principales referentes del llamado Tea Party que, de una manera todavía bastante inorgánica, expresa a los sectores republicanos más conservadores y cuyos candidatos consiguieron éxitos importantes en las últimas elecciones legislativas.
En su página de Internet, la dirigente derechista había publicado un mapa de los Estados Unidos donde estaban señalados los dirigentes que los conservadores debían desplazar. Cada uno de ellos estaba marcado con un blanco de tiro. Y uno de los blancos señalaba a la baleada Giffords. La elección de los blancos en las múltiples y periódicas masacres en los Estados Unidos es bastante arbitraria, pero cuando han sido políticos o figuras relacionadas con la política, la gran mayoría –Malcolm X, Luther King, los Kennedy, John Lennon, etc.—, han sido progresistas. Y lo más extraño de todo es que los asesinos que presentan al público siempre son desequilibrados. Los terroristas son todos islámicos o de izquierda. Pero los que matan a los progresistas o de izquierda en Estados Unidos no son terroristas ni de derecha, son “desequilibrados”. Un verdadero misterio de la naturaleza.
Argentina tuvo experiencias todavía más duras cuando el discurso político se llenó de violencia como entre peronistas y antiperonistas, con dictaduras militares y guerrillas. Es mentira cuando se dice que hablar no cuesta nada. Las palabras impactan como proyectiles en la conducta de las personas. Por eso habría que desmantelar el arsenal violento que quedó de la falsa “guerra gaucha”, aunque es probable que muchas de esas armas vuelvan a ser usadas en un año electoral.
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