Sábado, 15 de enero de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › EL CAMPING ES UNA OPCIóN ECONóMICA PARA QUIENES VAN A LA COSTA Y SON FANáTICOS DEL AIRE LIBRE
Hay carpas y casas rodantes con muebles y TV por cable. Piletas y tobogán acuático. Videojuegos y un salón para jugar al truco los días de lluvia. Los campings cobran entre 60 y 80 pesos por noche, para dos personas.
Por Emilio Ruchansky
Desde Mar del Plata
A Roberto Walentowicz no le gustan la arena ni el viento ni el mar, pero encontró un rinconcito para vacacionar en Mar del Plata. Hace más de diez años dejó su casa rodante en el tradicional camping El Griego, a más de cuarenta cuadras de la playa, montó con maderas y lonas una carpa y para reservar el lugar, desde entonces, paga el servicio de “guardacasa”. “A mí me gusta caminar, estar bajo los árboles y llevar a mis nietas a la pileta, si me lo piden”, dice Walentowicz, empleado de la AFIP. Su mujer, Nélida Coca, asiente. A ella tampoco le gusta el mar, pero no le desagrada la pileta.
La carpa, sumada a la casa rodante, ocupa 48 metros cuadrados, la superficie de un departamento de dos ambientes. Tiene televisión por cable y muebles. Por la tarde, cuando la mayor parte de la gente cruza enfrente, por la Avenida Edison al 8000, donde están las piletas y toboganes de Aquopolis, este matrimonio aprovecha para tomar mate, leer y disfrutar del silencio del camping. Lo hacen sobre la entrada de la carpa, donde instalaron un piso flotante de cerámica.
En las calles de tierra del camping se ven las mascotas atadas que la gente trae sin consultar (en verdad, está prohibido). Los lotes de acampe son de ocho metros cuadrados y tienen un fogón, como dice Albino, empleado del camping. “La rejilla para hacer el asado se alquila a ocho pesos. No es mala onda, pasa que nos rompían todo para llevarse la parrilla”, asegura. También se pagan aparte algunos quinchos y las mesas que están en Aquopolis.
Las 30 hectáreas de El Griego, ocupado en un 80 por ciento en esta primera quincena, están forestadas con álamos, eucaliptos, robles, pinos y palmeras. El camping tiene supermercado, verdulería, carnicería, pizzería, heladería, locutorio, tienda de ropa y artesanías, juguetería y hasta videojuegos. Sólo le falta un casino para compensar los rubros del centro marplatense. Para ahorrar, la gente se trae lo que puede: bidones de agua, comida enlatada, sillas y mesas plegables, garrafas con anafe y hasta la parrilla si ya conocen el lugar.
¿Y los días de lluvia? “Se juntan todos en el salón de usos múltiples, se hacen peñas o juegan campeonatos de chinchón”, responde Albino, con un nubarrón gris plomo que le da sombra. Al rato admite: “Por más fantasía que pongas, económicamente, siempre dependemos del buen tiempo”. Los precios son más baratos para residentes que para turistas, los primeros vienen cuando los segundos no están o son pocos: noviembre, diciembre, marzo y abril. En promedio, los campings marplatenses cuestan, por noche y para dos personas, entre 60 y 80 pesos.
“Nos decidimos por el precio, pero también acampar tiene lo suyo, la ciudad te distrae demasiado”, dice Julia Rodríguez, una maestra jardinera que vino con su marido, Miguel, y sus tres hijas desde Santiago del Estero. “Lo suyo”, según el padre de familia, es pasar las vacaciones juntos, como no lo hacen en casa porque dos de las chicas estudian en la universidad. “¿Y ustedes salen de noche?”, pregunta el cronista. Ni Gimena, de 18 años, ni Cecilia, de 21, llegan a responder.
“Esto no es como Santiago, allá nos conocemos todos y si salen estamos tranquilos; acá no, es peligroso, y más para nosotros que somos provincianos”, interrumpe la madre. Las dos chicas la miran mal y el padre, menos permisivo aún, cierra el tema diciendo: “Estamos más tranquilos si se quedan acá, yo también resigno cosas. No voy a la cancha a ver partidos ni a pescar”. Cuando el día lo permite, se van al mar en auto y disfrutan del agua, pero más del clima. “Se agradecen los 27 grados. Nosotros llegamos a tener 50 grados de térmica en Santiago, esto es el paraíso”, dice Miguel.
Cerca de “batería de baño”, el pabellón de las duchas y sanitarios, Rocío Gordillo prepara la mamadera. Vino con sus tres chicos, dos nenas pequeñas y un niño. Su marido se quedó en Don Torcuato, al norte del conurbano bonaerense, trabajando. No va mucho al mar porque es lejos, dice, y porque “a los chicos les da miedo meterse al mar”. “A mí no”, desmiente Marco, su hijo. Es la primera vez que vienen a Mar del Plata y les tocó estar lejos de la playa.
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