EL PAíS › PANORAMA ECONOMICO
Salarios sin destino
Por Julio Nudler
“¿Un aumento de salarios? ¡Ni lo sueñen!” Esta fue, en cruda síntesis, la advertencia lanzada esta semana por la Unión Industrial Argentina a través de su vice, Alberto Alvarez Gaiani, un liberal-conservador duro proveniente del sector alimentario. Su bravata anticipa la probable actitud con que irán los empresarios el 12 de este mes a la Mesa de Empleo, que se reunirá en el Ministerio de Trabajo. El lema de la UIA es simple: dólar alto, salarios bajos. Es decir, la preservación del esquema vigente desde el colapso de la convertibilidad, aspirando a que en las elecciones de abril/mayo triunfe el continuismo. Sin embargo, algunos analistas le ven a esta estrategia una “inviabilidad básica”, para usar la expresión de Ernesto Kritz.
En líneas generales, ¿por qué se está reactivando la industria? En ciertos segmentos, porque exporta más, pero, básicamente, porque se ha vuelto más competitiva frente a las importaciones y puede así sustituir la oferta externa. El secreto de esa mayor competitividad es el derrumbe en el costo laboral, en términos del dólar y también de los precios internos. Esto permitió que ramos como el textil emergieran de la depresión. Son procesos intensivos en mano de obra, que sólo pueden prosperar en una economía abierta si pagan salarios ínfimos. Por tanto, una recuperación en el ingreso real de los trabajadores los expulsaría del mercado.
Pero lo que es negocio para el dueño de una factoría puede no serlo, no sólo para sus obreros mal pagos, sino tampoco para la economía en su conjunto. Mientras esas fábricas, revividas al amparo de la devaluación, necesitan brazos baratos porque ése es su mayor argumento competitivo, las pobres remuneraciones impiden la recuperación del consumo interno, del que por otra parte depende –recuerda Kritz– casi el 75 por ciento de la fuerza de trabajo, ocupada en sectores que dirigen su producción al mercado local.
Por supuesto que el repliegue del dólar hasta alrededor de $ 3,20 desde los picos que alcanzó a mediados de 2002 es ya una luz amarilla que inquieta a quienes tienen atado su negocio a un tipo de cambio sobreactuado. Jorge Carrera, profesor de Finanzas Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata, viene de mostrar precisamente que tan importante como el nivel de la paridad es su estabilidad. Por eso, el dólar barato de los ‘90 (Plan de Convertibilidad) no resultó tan adverso en la medida en que permaneció estable en el tiempo. Claro que todo tiene su límite.
Las ventajas de un dólar alto como el actual se desaprovechan en buena medida si es inestable. Por ejemplo: ¿quién va a invertir, importando maquinaria a un dólar caro, si piensa que luego puede bajar y dejarlo fuera de competencia? Precisamente de inversiones y productividad se trata. Pero, en este sentido, no todo sucede a pedir de boca. Según calcula Juan José Llach, actualmente director del Departamento de Economía de la Universidad Austral, en 2002 la inversión sólo repuso el 60 por ciento de la amortización del capital físico, y este año repondría no más de un 70 por ciento. Seguirá, por tanto, la desinversión neta, que significa destrucción de equipo de producción y de infraestructura. ¿Cómo competir con el mundo en estas condiciones? Con salarios por el piso.
Para no hablar tanto de los sueldos se puede mirar un rato para el lado del crédito. Este se encuentra en sus mínimos históricos, y cayendo todavía a pesar del reptante repunte de los depósitos bancarios desde mediados del año pasado. Esta sequía financiera terminará ahogando la reactivación, según presagia la Fundación Mediterránea, si no se resuelven las cuestiones que retraen la disposición de los bancos a prestar. Actividad en alza y crédito en baja es una divergencia que no podrámantenerse por mucho tiempo. Pero el salario siempre reaparece; si no es por un lado, por el otro.
Según los analistas mediterráneos, el autofinanciamiento empresario, además de no ser inagotable, “tiene un efecto corrosivo sobre el empleo y los salarios, dado que, aun con mayor facturación, la liquidez necesaria para la nómina de personal compite con las demandas de proveedores, de los bancos (para recuperar créditos viejos) y del fisco”. En otras palabras: las firmas no tienen caja para remunerar mejor a sus empleados ni para tomar nuevos, aunque económicamente les sería provechoso incorporar más personal porque “la rentabilidad empresaria está mejorando”.
Dante Sica, secretario de Industria, rechaza sin embargo el temor de que la falta de crédito asfixiará la reactivación. “El segundo semestre será potente”, asegura a Página/12, porque cree que es la incertidumbre electoral lo que está frenando los proyectos de inversión y la toma de personal (¿la certidumbre no será todavía peor?). Aun así, admite que los sectores más dependientes de la financiación (construcción, autos y artefactos del hogar) son los de peor performance y ruega por medidas de excepción que habiliten como receptoras de crédito a las empresas con futuro pero patrimonialmente baldadas por la crisis y a las personas que no resisten la prueba del Veraz. Se supone que el Banco Central y el Ministerio de Economía están preparando algo al respecto, pero que lo de los particulares requeriría una ley.
Aunque algunos segmentos industriales otorgaron modestos reajustes salariales, la generalizada resistencia empresaria a conceder mejoras contribuye a generar un fenómeno perverso: en alguna medida, lo que no paguen en salarios acabarán pagándolo en impuestos para solventar subsidios como los del Plan Jefas y Jefes de Hogar, que ya cobran más de dos millones de personas. Kritz explica que el aumento de la indigencia (4,7 millones más desde fines de 2001) no fue causado, en la mayoría de los casos, por un deterioro en la de por sí pésima situación ocupacional, sino por la licuación del ingreso real al dispararse un 75 por ciento el costo de la canasta alimentaria básica.
No son masas de trabajadores llevados a la miseria porque perdieron el empleo, sino porque estando empleados ganan un 37 por ciento promedio menos en términos de poder adquisitivo. Aunque, como es obvio, el contexto de una desocupación masiva les impide lograr algún reparador aumento nominal del salario. La distinción es fundamental porque, como es obvio, ningún empresario puede aprovecharse –al menos no directamente– de un trabajador desocupado, pero sí del que tiene en su plantilla y al que remunera peor que antes.
La sospecha de que el salario minúsculo es condición clave para el actual modo de funcionamiento de la economía nacional, tanto para el sector privado como para el público, con desinversión neta (que puede extenderse a los exiguos fondos estatales para ciencia y tecnología), conduce a preguntarse si es éste un esquema viable para la Argentina, en un mundo de países superpoblados, de oferta laboral casi infinita y, al mismo tiempo, relativamente alto desarrollo tecnológico. Porque, tal vez, además de ser un modelo desagradable, de desigualdad y deterioro social, ni siquiera funcione.
La discusión sobre el mejor camino a seguir es compleja. Antes de la devaluación, el 70 por ciento de las importaciones argentinas no provenientes del Mercosur llegaban desde países cuyos salarios triplicaban en dólares a los locales. Ahora probablemente los decupliquen. Ello no les impedía ni impide exportar a mercados como el argentino porque la productividad de esas economías –es decir, el valor agregado generado por trabajador– era muy superior. Ahora lo es más todavía, ya que la productividad argentina cayó en picada durante el 2002. Para algunos, basar la competitividad y el equilibrio fiscal en un tipo de cambio desorbitado encierra al país en una encrucijada de trabajadores pobres, debilidad del mercado interno y, a la postre, ausencia de una inserción razonable en la economía mundial. Pero economistas como Carrera rechazan el “populismo cambiario” de favorecer un retroceso del dólar hasta $ 2,50 o valores parecidos porque, a cambio de un bienestar transitorio, frustraría la oportunidad de lograr, al fin, el despegue exportador. El prefiere que la certeza de un dólar que permanecerá elevado induzca inversiones, reindustrializando el país y generando puestos de trabajo. “Nada sustituye al consumo como base de crecimiento –reconoce–, pero son las exportaciones las que deben generar la mayor presión competitiva e innovadora para invertir.”