Lunes, 26 de septiembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
La política argentina ahonda semana a semana su profundo contraste. Es una percepción que ya excede a la cercanía del 23 de octubre. Y se ve corroborada por cómo repercuten aquí las alarmas, crecientes, del escenario económico internacional.
Puede otorgarse el hándicap de apartar que Cristina volvió a marcar agenda con su intervención en las Naciones Unidas. La exigencia de reconocer al Estado palestino como miembro de la ONU; la línea tendida hacia Irán para avanzar en el esclarecimiento del atentado a la AMIA; el refuerzo del reclamo por Malvinas, mediante la advertencia de que podrían revisarse varios acuerdos con Londres, encontraron en las figuritas opositoras locales una displicencia absoluta. A ninguna de ellas le pareció que hubiera algo interesante para decir sobre esas posturas oficiales, establecidas por la Presidenta en uno de los marcos institucionales más relevantes del mundo. Si acaso se considerara que la posición del país frente a temas semejantes no reviste mayor interés, o bien que se trató de declamaciones obvias y prenunciadas, es en cambio injustificable que la incidencia de los vientos mundiales y regionales tampoco merezca siquiera opiniones entre la diáspora opositora. Lo mínimo a que debe aspirarse de quienes se pretenden actores políticos –para el punto: cómo está parada la Argentina frente al avatar de los países centrales– es un marcaje de líneas generales, de críticas consistentes, de propuestas asequibles. Apenas eso, para empezar a hablar. Pero no hay ni eso, que tiene todo de inexcusable como nada de insólito y que, en muy buena porción, explica por qué fueron barridos de las urnas. Puestos ante la crisis financiera del orbe desarrollado, que podría no ser estructural pero obliga a sacar cuentas internas, acaba de escucharse la voz de Mercedes Marcó del Pont en la asamblea del FMI. Basta de recetas ortodoxas, basta de ajustes que invariablemente recaen sobre los sectores desfavorecidos, basta de insistir con lo que ya fracasó. ¿A dónde quieren ir a parar con estrangulamientos como el griego? Doscientos mil empleos públicos suprimidos y otros 150 mil hacia fines de 2015, recortes en las jubilaciones y privatizar cuanto se quiera con excepción –por ahora– del Partenón. Otro tanto en Portugal, mientras en España hay ya 5 millones de desocupados. Y los “indignados” asomaron la cabeza por Wall Street, para que el presidente francés se pregunte en público por la receta argentina y la canciller alemana, desde el motor europeo, recurra al “que se jodan todos”. Es la recuperación del mercado interno, estúpido, dice la titular del Banco Central de estas pampas. Es que no hay otro escarmiento que el que debe caer sobre las fórmulas neoliberales. Es que son las potencias mundiales las que armaron este descalabro y es que a la Argentina le va mejor por no plegarse al desatino de que a la plata la hace la plata. Es que se le dio al Estado un papel que podrá no ser revolucionario, en términos marxistas clásicos, pero sí regulador de los desequilibrios de clase. Y es también que frente a la devaluación cambiaria de Brasil, nuestro socio comercial top, las cosas pasan por articular el interés regional con la protección de sectores industriales amenazados. José Mercado ya no es la salida. Eso dice el Gobierno y lo aplica en alguna estimable o muy atendible medida. Hablan sí de salida, pero de capitales, aunque, con sus intereses a cuestas, no reparan en que si hay una sangría de divisas como la pregonada, debe haber, primero, una actividad económica pujante que la habilite.
¿Qué dicen y hacen a estos respectos por fuera ya de las opciones testimoniales extintas, como la Coalición Cívica y Proyecto Sur? ¿Y qué en los agrupamientos sectoriales y sindicales que corren por izquierda al kirchnerismo? ¿Qué es de la vida propositiva de radicales, padrinos, colorados, sultanes sanluiseños, acerca de los desafíos de una globalización cínica que chucea al, según ellos, falso modelo nac & pop? Es lo que volvió a verse en los últimos días. Es el reciclaje de su programación cómica. Es la operación bastarda de propagandizar que el Gobierno persigue periodistas que manipularían las cifras de inflación. Es que un juez, no Guillermo Moreno, pidió los datos para saber si hay colegas que trafican información pendenciera. Es que el juez parecería haber perdido parte de su cordura, porque las fuentes periodísticas no están sometidas a peritaje; y porque, incluso bajo sospecha de influencia pecuniaria en su abordaje analítico, es una acusación de probanza imposible. Imaginémoslo de otra manera, análoga. Cualquiera puede concluir en la deducción de que los avisos publicitarios de un medio periodístico influyen en su trazado editorial. ¿Cómo se certifica? De ninguna forma que no sea el sentido común, la apreciación metódica. Bajo esos indicadores y en todo caso, la primera y esencial pregunta es a quién puede ocurrírsele que alguien en el Gobierno puede estar tan rematadamente loco como para promover y exponer la idea de una persecución a la prensa. Increíble, pero eso fue lo difundido por un grupejo de diputados ansioso por no perder la figuración que el voto popular no les dejó ni en cuotas. De Silvana 2,06 por ciento Giudici, quien se animó a establecer similitud con las listas negras de la dictadura, vaya y pase esperar lo que sea. En el ambiente periodístico y legislativo se la conoce hace tiempo como la diputada-Clarín, y aun así su insignificancia no permite ni que haya unanimidad sobre cómo pronunciar su apellido. Para Patricia Bullrich, los adjetivos se agotaron hace rato. Pero, ¿cómo se llega a que caiga en este bochorno un jurista con los quilates de Ricardo Gil Lavedra? ¿Cómo es que un profesional de su tamaño incurre en la grosería de ignorar la protección constitucional que ampara a las fuentes de los periodistas? Descartado que pueda desconocerlo, más que por completo porque da vergüenza ajena sólo hipotetizarlo, no hay otra explicación que el haberse rendido a la desesperanza, fugando hacia el ridículo. Se diría que esos tristes parlamentarios dispusieron de la amplificación prestada por los grandes medios, pero es al revés. Son los medios en guerra contra el oficialismo quienes instalan la temática, para que el coro desquiciado de la oposición se les suba a babucha.
También podría decirse que el dato de esa conferencia de prensa desopilante –la adjetivación es aplicable a prensa, no a conferencia– es francamente menor. Unos diputados más bien ignotos y serviciales confunden a un juez con el Poder Ejecutivo. Y la prensa que quedó desnuda se cobija en ellos para mal disimular sus zonas pudendas bien que hubo, además, unos pronunciamientos corporativos. Sin embargo, es otra vez el peso de lo simbólico. Es la impotencia agravada por el 14 de agosto. Es que a falta de alguna cosa seria para decir frente a la buena o mala topadora kirchnerista –llámese Cristina en las Naciones Unidas, dólar administrado, cantidad de reservas o niveles de consumo–, deben recurrir a mandobles que le pegan al aire. Más todavía: episodios como el de Felipe Solá, que ahora quiere volver a la casita de los viejos, son de lo único que les queda para armarse de algún ¿discurso? Su agenda ya ni siquiera consiste en cargar contra el oficialismo sino en regodearse (?) con las internas propias.
Por cierto, entregan herramientas para el divertimento. Pero a la vez es aburrido terminar en lo mismo sucesivamente, periodísticamente dicho. El problema es que tampoco pueden inventarse debates o alternativas que no hay.
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