Lunes, 7 de noviembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
No hay escuela para ser ministro. Como todo oficio, se aprende trabajando y con el propio cuerpo. Pero si alguien se animara a fundar un instituto profesional debería llamar a un veterano: el jefe de Gabinete Aníbal Fernández se convirtió en el ministro que más duró en cargos de ese rango en la historia contemporánea de la Argentina.
Estos días usa su Ipad de calculadora y comenta su record mientras ofrece una receta: “Ser ministro no es cosa de abogado, aunque yo lo sea, sino de dirigente político con vocación por la cosa pública, con conocimiento de los actores y los mecanismos de la política y del Estado y con la decisión de dedicarse tiempo completo a la función sin quedarse pendiente todo el día del distrito de donde uno viene”. Conocido porque llega antes de las siete de la mañana a la Casa Rosada y la deja después de las 11 de la noche, Fernández suele decir a sus colaboradores que “acá cuando hace falta trabajar no hay Día de la Madre ni Yom Kippur”. Y agrega: “Yo me preparé como un cuadro político del peronismo y eso soy”.
Fernández asumió como ministro de la Producción de Eduardo Duhalde el 4 de octubre de 2002. Hoy, 6 de noviembre de 2001, habrá cumplido nueve años y 62 días ininterrumpidos al frente de un ministerio.
Después de su gestión con Duhalde, Fernández fue ministro del Interior de Néstor Kirchner, ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de Cristina Fernández de Kirchner, y desde 2009 jefe de Gabinete de ministros. Estuvo sin interrupciones con tres presidentes, uno elegido por el Congreso tras la crisis del 2001 y los otros dos por el voto popular.
El desplazado del primer lugar es otro ministro de un gobierno peronista. Se trata de Angel Borlenghi (foto izq.), el dirigente mercantil de origen socialista que fue ministro del Interior de Juan Domingo Perón durante 9 años y 26 días entre 1946 y junio de 1955.
Dos países distintos aparecen en la despedida de Borlenghi y en la de Fernández. El socialista devenido laborista y luego peronista dejó el cargo tras los bombardeos y la masacre en Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955. El jefe de Gabinete fue electo senador nacional por la provincia de Buenos Aires con 4.600.000 votos. El 10 de diciembre se mudará de la Casa Rosada a la Cámara alta en una nación que no vive en medio de la crisis ni afronta un riesgo de golpe.
Nacido en Quilmes el 9 de enero de 1957 (está por cumplir 55), este peronista que admira tanto a Rubén Juárez como al Indio Solari y llegó a tocar la guitarra con Juanjo Domínguez parece ministro por oficio. Estaba al frente de la cartera de Trabajo de la provincia de Buenos Aires cuando el sábado 29 de diciembre de 2001 vio que el entonces presidente Adolfo Rodríguez Saá huía de la residencia de Chapadmalal para terminar renunciando en San Luis. El presidente provisional del Senado, Ramón Puerta, segundo en la línea de sucesión presidencial, mandó decir que estaba fuera del país, un dato que hasta ahora nadie comprobó. Fernández se comunicó con Eduardo Camaño, presidente de la Cámara de Diputados, tercero en esa línea.
–El presidente lógico es Duhalde –le dijo.
Duhalde, entonces senador, era el jefe del peronismo bonaerense y había sido el último candidato peronista a presidente en 1999, cuando fue derrotado por Fernando de la Rúa. Fernández y Camaño pertenecían al mismo distrito que su jefe, que se mostró dispuesto de entrada a asumir la presidencia a comienzos de 2002.
Antes lo llamó a Fernández y le ofreció la Secretaría General de Presidencia, un cargo que el actual jefe de Gabinete no computa estos días, cuando ante sus amigos hace los cálculos que lo comparan con Borlenghi. “Tiene rango de ministro, pero en nombre del puesto no figura la palabra ministro”, argumenta en su despacho con una notebook y el Ipad en perpetuo funcionamiento, además de una pared de televisores.
“El país se incendiaba y había que ayudar”, suele explicar Fernández. En aquel momento, Duhalde ofreció a Kirchner la jefatura de Gabinete y el santacruceño no aceptó para no quedar marcado como un político subordinado al bonaerense: su proyecto original de obtener la candidatura peronista a la presidencia en el 2007 ya se adelantaba al 2003 y creía necesario al mismo tiempo acordar con Duhalde y ganar cierta autonomía en la visión pública.
Fue el propio Kirchner, ya lanzado a conquistar la provincia de Buenos Aires, quien ofreció a Fernández trabajar en su candidatura. El quilmeño se había comprometido entonces con el cordobés José Manuel de la Sota, que quería la presidencia en las elecciones de 2003. “Si lo cago al Gallego es que te puedo cagar a vos y no quiero”, respondió Fernández. “Esperá, y si De la Sota se baja me subo a tu candidatura.”
Duhalde había convocado las elecciones para abril de 2003 luego del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio de 2002 por la Policía Bonaerense. Fernández conocía a Santillán personalmente. El dirigente de la agrupación Aníbal Verón coordinaba un horno de pan en medio de la hambruna de la crisis y a veces pedía ayuda en el Ministerio de Trabajo. Alguna vez Fernández lo auxilió de su bolsillo.
Descartado De la Sota porque no medía bien en las encuestas y autoexcluidos Felipe Solá y Carlos Reutemann, el candidato frente a Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Ricardo López Murphy y Elisa Carrió fue Kirchner. El 9 de enero de 2003, en su cumpleaños número 46, Fernández recibió un llamado de Duhalde: “Si el vice es de la provincia sos vos”, le dijo. No sería del Partido Justicialista bonaerense. Y tampoco Roberto Lavagna, otro de los nombres que barajaba Duhalde. Kirchner eligió directamente a Daniel Scioli y lo anunció directamente filtrando su decisión a Clarín.
Fue una de las primeras señales de diferenciación respecto de Duhalde. En 2004, ya presidente, Kirchner decidió durante su viaje a China que terminaría de conquistar directamente la provincia para no depender de un jefe territorial, algo que en el justicialismo no sucedía desde Perón, porque hasta en su pico de poder Menem debió relegar la jefatura bonaerense en Duhalde.
La definición provocó polémicas dentro del kirchnerismo. Fernández Alberto, entonces jefe de Gabinete, no estaba de acuerdo con la ruptura. “Nosotros dirigimos y Duhalde tiene los fierros del partido”, decía aún en abril de 2005, cuando el tema se discutió durante la visita presidencial a Roma para la entronización del papa Benedicto XVI. “Arreglemos con él.” Fernández Aníbal, quien igual que en el episodio de la precandidatura de De la Sota le había avisado a Duhalde que sus fichas estaban puestas en Kirchner, fue uno de los partidarios de la ruptura.
Kirchner terminó de comunicar su decisión luego de una pelea por las candidaturas a diputado nacional. “No me voy a pelear por un diputado más o un diputado menos”, dijo a sus colaboradores. Y agregó: “Que nadie me hable de arreglar”. Fue entonces cuando Aníbal Fernández le avisó, ya no en tono de ministro sino de dirigente del peronismo bonaerense: “Yo juego gratis para vos, y no me debés nada”.
Los dos se entendían en el juego directo. Llegaron a gritarse varias veces, según contaron miembros del Gabinete a Página/12, pero a Kirchner no le importaban los choques. Un viernes luego de una discusión, Fernández hasta decidió faltar a un partido de fútbol de Olivos. Cuando vio que no llegaba, Kirchner lo llamó. El ministro le explicó que no quería recalentar los ánimos. “¿Vos sos boludo?”, contestó Kirchner. “Discutimos por política y el partido de fútbol es personal, así que venite.”
Fernández confiesa que se emociona cuando recuerda al ex presidente. “Yo me siento su amigo, como me siento amigo de Cristina”, dice. “No me importa si Néstor me consideraba su amigo o Cristina el suyo. Les tengo mucho cariño a los dos. Como presidentes no dicen lo que decía Perón. Hacen lo que Perón hacía. Ni Néstor ni Cristina discriminaron ni discriminan a nadie y los dos gobernaron para los más pobres y los más vulnerables.”
En su relato habitual, el jefe de Gabinete agrega una clave: “Y no castigaron la protesta social”. Y otra más: “Como jefa del movimiento nacional, Cristina me conduce”.
Fernández era ministro del Interior cuando en 2004, luego de la salida del Gobierno de Gustavo Béliz como ministro de Justicia, las fuerzas de seguridad federales pasaron a su cartera. Antes, Kirchner ordenó que la Policía Federal no enfrentara ninguna protesta callejera con armas. Eduardo Prados, jefe de la Policía Federal, renunció porque dijo que la medida era “humillante” y Kirchner lo reemplazó por Néstor Vallecca como número uno y Jorge Oriolo como subjefe. Cuando Cristina asumió la Presidencia, en 2007, designó a Fernández en Justicia y, como Kirchner, volvió a confiarle el manejo de las fuerzas de seguridad. Mientras tuvo el control directo, ninguna bala del Estado nacional mató a ningún manifestante.
Ahora, cuando pase el 10 de diciembre, al inminente senador nacional Aníbal Fernández le aguarda uno de los mayores desafíos que puede encarar un workaholic: ver si es capaz de tomarse, por primera vez en 20 años, 15 días de vacaciones.
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