Viernes, 29 de junio de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
La cumbre a nivel de cancilleres comenzó con un hecho previsible y una sorpresa. Lo previsible fue la confirmación de medidas para graficar la repulsa sudamericana a la ruptura institucional en Paraguay. La sorpresa, la renuncia del brasileño Samuel Pinheiro Guimaraes a su cargo de alto representante (jefe máximo con misiones de negociación) del Mercosur.
Diplomático de carrera y afiliado al Partido de los Trabajadores de Brasil, Pinheiro Guimaraes fue vicecanciller y luego secretario de Asuntos Estratégicos con rango de ministro durante los ocho años de gobierno de Lula.
Su disgusto por la escasa consistencia del Mercosur no es nuevo. Lo había deslizado en público bajo la forma en que lo hace un diplomático, es decir diciendo que sería bueno incorporar un mayor nivel de intercambio social y político y señalando, así, que la cohesión no era el fuerte del mercado común. También solía comentar la falta de políticas hacia los dos países más pequeños, Paraguay y Uruguay.
Por lo que pudo establecer Página/12, la oportunidad elegida por este diplomático con peso intelectual propio no entusiasmó ni al gobierno brasileño ni al argentino. En el caso brasileño, además, no eran simétricas las expectativas de Pinheiro y las del gobierno encabezado por Dilma Rousseff sobre los planes concretos y la autonomía práctica del alto representante.
De todos modos, incluso la crisis menor dentro de la crisis mayor, la renuncia dentro de la interrupción del orden institucional en uno de los cuatro socios, sirve para un repaso del tablero.
En 1991, la constitución del Mercosur en medio de regímenes neoliberales diluyó la coordinación política previa entre la Argentina y Brasil y le puso un tono comercial a una relación económica que se basaba en la integración administrada de sectores productivos.
La coordinación de los tiempos de Raúl Alfonsín y José Sarney volvió con Lula y Néstor Kirchner, se reinstaló y sigue. Brasil y la Argentina, a pesar de que son más dispares en tamaño relativo que en 1985, despliegan una sintonía política muy fina sobre Sudamérica y sobre el mundo y el volumen de su comercio es hoy trece veces más grande que en 1991. Sin embargo, no le encontraron la vuelta a la situación de Uruguay y Paraguay, países que, de paso, no tienen semejanzas políticas, económicas e institucionales. Por ejemplo, Uruguay es una democracia consolidada y Paraguay nunca terminó de estabilizar el régimen constitucional que comenzó con el derrocamiento de Alfredo Stroessner por el general Andrés Rodríguez en 1989.
El establishment paraguayo agita estos días el tema con picardía. Dirigentes colorados o blancos sostienen que no importa si el Mercosur castiga a Paraguay porque Paraguay ya está castigado desde siempre.
La picardía es que se basan en un argumento con fundamentos en parte reales para encubrir la estrategia de aquí no ha pasado nada. Es un modo de reaccionar frente al aislamiento político en que quedó el gobierno de Federico Franco tras la destitución relámpago de Lugo. Relámpago en las formas finales, claro, porque antes hubo 23 pedidos de juicio político que se hacían más frecuentes cuanto mayor era la debilidad política del ex obispo.
Es improbable que hoy emerja como conclusión del Mercosur un bloqueo económico y comercial. Primero, porque los vecinos, la Argentina incluida, dijeron que descartan esa chance. Y segundo porque, si quisieran, no podrían hacerlo. ¿Cómo sería posible bloquear a una economía porosa donde pesa el contrabando? ¿Cómo desconectar a un país de donde viene el 15 por ciento de la energía eléctrica argentina y un 20 de la brasileña?
El Mercosur afronta un desafío que no es nuevo pero que la crisis paraguaya muestra en toda su crudeza. En este punto crecen las chances de entrada como miembro pleno de Venezuela, tal como informó este diario, aunque aún no se sepa si por vía de la suspensión de derechos de Paraguay, cuyo Senado había puesto bolilla negra, o mediante un cambio en el reglamento de incorporación de nuevos miembros, mecanismo acordado ya por sugerencia formulada en una cumbre anterior por el presidente uruguayo José “Pepe” Mujica.
También en este punto se entienden mejor los motivos de la construcción de Unasur, una forma de integración política en primer lugar a partir de los jefes de Estado que no solo cobija a los afines a Lugo sino a los afines, en general, a las reglas de la democracia. Lugo es un espejo en el que ningún presidente, de Hugo Chávez a Sebastián Piñera, desearía verse.
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