Domingo, 12 de agosto de 2012 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Se conoció la identidad del “nieto 106”, Pablo Javier Gaona Miranda. Las Abuelas de Plaza de Mayo lo anunciaron, una suerte de renovada rutina que entremezcla júbilo y recogimiento. Estela de Carlotto explicó con sabia templanza que las Abuelas son las “buscadoras” y que, logrado su objetivo, dan un paso al costado: es el tiempo de los chicos y las familias. Así los respetan, los contienen y enaltecen.
Cada hijo de desaparecido que recupera su identidad es un triunfo contra la dictadura, contra una de sus peores prácticas y designios. Es una historia de vida única, que tiene puntos tangentes con la de otros jóvenes, pero también aristas particulares. Historia terrible por el contexto en que se generó, edificante por la lucha que posibilitó revertir la apropiación original. Son, valga la redundancia, trayectorias personales plenas de contenido y enseñanzas. Avances de la historia, consolidación de las instituciones, ya que estamos.
Desde el punto de vista periodístico, esos hechos tienen todos los ingredientes para “ser noticia”. Por todo eso, el tratamiento desdeñoso que le dieron al hecho los diarios La Nación y Clarín (unas pocas líneas perdidas a mitad de páginas interiores) amerita un comentario. En cualquier lugar del mundo, un nieto recuperado es “más noticia” que en los medios dominantes en la Argentina. Los iniciados, los que moramos acá, sabemos los motivos. La Nación es el house organ de los represores, aunque hubo instancias en las que cuidó mejor las formas.
Clarín, cabe inferir, subestima adrede la noticia como parte de su enfrentamiento con el Gobierno, en el que mezcla a la epopeya de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Una pena, podría decirse. O una prueba de cómo se hace periodismo en la Argentina en la etapa. Un dato que deberían computar los apologistas del establishment mediático.
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