Sábado, 10 de noviembre de 2012 | Hoy
Jorge Alemán *
No estoy allá, no tengo las antenas del cuerpo, no tengo el “peso de la cosa” inmediata. Veo imágenes donde miles de personas se reúnen en lugares siempre reconocibles. El número, la cantidad, la presencia multitudinaria parecen evidentes y “hablan por sí mismas”. Pero ésta es la cuestión decisiva, ¿a qué se llama pueblo? Ese término inevitablemente siempre en disputa.
He visto tantas veces a multitudes, masas contabilizadas a gran escala, apoyar aquello que la opinión mediática previamente ha construido, aquello que por razones éticas y políticas nunca apoyaría, que la cuestión del Pueblo merece, en su singularidad, una discusión por mi parte. Reservo el término pueblo para designar la emergencia histórica de una subjetividad política que no hace número, no es contabilizable y que, a diferencia de la masa, inventa y construye su discurso en relación con un legado histórico y emancipatorio.
Pueblo es el sujeto que le da forma a lo que siempre está por venir: la igualdad y la justicia. Masa es lo que apoya lo que ya hay: opinión, medios, consenso mundial dominante. El pueblo es raro, surge cada tanto, es tan excepcional como el artista popular. En cambio, la masa es permanente como la producción del artista de masas, como la circulación de la mercancía. Se trata de una frontera frágil, sutil, que divide a cada uno, pero siempre posible de establecer.
El pueblo transforma a la historia, la masa hace que vuelva lo de siempre. Nunca se sabe de entrada cuándo actúa el pueblo y cuándo actúa la masa, sólo a posteriori, en sus efectos y consecuencias podemos concluir cuál fue el sujeto en cuestión. De esta forma, cuando se ganó aquel día por el 54 por ciento, y cuando designamos con razón nuestra experiencia como popular, siempre recuerdo que se trata de una causa que no es susceptible de contabilidad alguna y que tendría mi apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números.
* Psicoanalista. Consejero cultural de la embajada argentina en España.
Aníbal Fernández *
El terror es, en su mayor parte, inútiles crueldades cometidas por miedo. Federico Engels
Como hacía mucho no se veía, el editorial del diario La Nación del mismísimo 8N, titulado “Actuemos contra el miedo”, es un decálogo de amenazas, provocaciones e incitaciones escupidas en forma de perdigonada abierta, para que alcance al que alcance.
De arranque, nomás, escupe “Ante el autoritarismo creciente” y aclara que la ausencia de una respuesta crea la duda entre “prudencia o cobardía” y pone a sus lectores ante la disyuntiva de sentirse unos cobardes o actuar, porque un párrafo más adelante, concluye que “en algún punto la prudencia se vuelve cobardía”.
Y hete allí, a esa altura del editorial (apenas dos párrafos), el lector poco avezado ya sentirá que la vergüenza le tiñe la cara, porque, según su diario, si no “actúa” es, como mínimo, un gallina. Y operarán sobre él todos sus miedos, sus temores y sus rencores convertidos en ese raro terror que provoca el sentirse expuesto.
Provocado ese primer impacto, la lectura se extiende en una serie de consideraciones sobre organismos del Estado puestos al servicio del proyecto autoritario “de quienes están hoy en el gobierno”, sobre las que ni siquiera vale la pena extenderse porque es “más de lo mismo”. Una cantilena que La Nación viene entonando desde el día mismo en que Néstor Kirchner asumió la presidencia de la República y que, a partir de Cristina, se tornó casi una letanía...
Bah, en realidad la letra nació allá por 1955, cuando luego de derrocado Juan Perón, sintieron que habían ganado “la guerra” y comenzaron a editorializar sobre títulos como: “La abyección de que hemos salido”, “El retorno a la libertad de prensa”, “Las voces del campo”, “Contrabando y especulación con divisas”, “El delito de las palabras” y “La XI Asamblea General de la SIP”...
Sí. Efectivamente éstos son algunos de los títulos de los editoriales del diario La Nación luego del 16 de septiembre de 1955. Surgen de una investigación que realizamos en la Hemeroteca del Congreso: los mismos temas de entonces, los mismos temas de ahora. Y también los mismos conceptos. No han cambiado ni siquiera las palabras para nombrar las mismas cosas. Los negocios tienen una sola cara y un solo nombre.
Pero volvamos al editorial del jueves. Ese que de arranque critica “la ausencia de una reacción contundente” y reclama “mayor valentía para desafiar” al Estado. Y que luego, en un arranque casi fatalista, se duele de la situación del Poder Judicial. Dice: “Los jueces están, igual que todos nosotros, acorralados entre un gobierno que avanza sobre ellos sin escrúpulos”, para luego, centrar sus críticas en las entidades empresariales a las que acusan de “haber sido disciplinadas”. Eso sí: rescatan al “campo” y justifican su derrota en que no consiguió el “acompañamiento de otros sectores”.
De allí, casi dando un salto mortal, convocan a “unirse para cuidar la democracia republicana y aliarse en favor de las libertades, del pleno Estado de Derecho y la justicia”. Cosa muy loable, si acto seguido no cerrara con una velada amenaza: “Sin por eso dejar de tender puentes a los que hoy han desviado el poder del Estado, para que no queden allí las semillas de un renovado rencor”.
Una obra maestra... del terror, el editorial. Y la más clara demostración de lo que sostiene nuestra Presidenta: “Estamos viviendo un momento de libertad de expresión nunca antes visto en la Argentina, estamos viendo una democracia total, en donde cada uno puede vivir, puede decir lo que piensa”.
Porque La Nación dice lo que piensa. Hoy y también lo ha dicho en 1955. El texto de este editorial sigue a pie juntillas la línea liberal retardataria que ha mantenido desde su fundación. Esto surge con absoluta claridad de la investigación que realizamos. Así como también surge que noviembre de 1955 fue un mes de altas temperaturas (36,7 la máxima), como este que atravesamos... Acaso provocados ambos por mentes calenturientas que atesoran ideales golpistas, sin encontrar los adecuados personeros para la asonada.
* Senador nacional por el FpV.
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