Sábado, 10 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Los cortes de luz, la basura, el paro de trenes, la ciudad sin subtes, Macri con los Kiss, no sumaron más personas a la marcha. El que estaba decidido ya había tomado su decisión mucho antes, pero desde la Luna, la ciudad de Buenos Aires parecía la última urbe del futuro en una agonía entre montañas de basura y ratas, en una oscuridad sin transporte. Los walking deads del futuro. Los porteños entrando en la época de la oscuridad definitiva, sobrevivientes en los barrios acomodados donde se empiezan a caer los balcones de las torres de lujo. Porteños volcados a las calles sorteando las montañas de basura, espantando a las ratas, contentos con su jefe de Gobierno que se saca fotos con los decadentes Kiss pintarrajeados, a pesar de la oscuridad de los cortes inesperados que dejaron a cientos de miles a oscuras y el olor a inmundicia que campea en las calles.
Desde la Luna, el caos de esa ciudad a oscuras, con sus montañas de inmundicia, con las ratas envalentonadas dejándose ver sin preocuparse por las personas que marchan alegremente para hacer escuchar sus reclamos al gobierno nacional, columnas que se sienten representadas y orgullosas con esa ciudad gótica del norte rico y arrabales sureños, miles de personas que se identifican con un jefe de Gobierno lleno de excusas, en medio de la basura y la oscuridad, un hombre de ojos celestes y de familia rica, poco acostumbrado al trabajo, que la noche anterior se fue a ver a los viejos Kiss de hace treinta años, cuando la fetidez de la basura putrefacta ya se hacía insoportable, cuando miles y miles de ciudadanos se quedaban en la oscuridad y se paralizaban los subterráneos.
Desde la Luna se puede ver que la ciudad de Buenos Aires toma un rumbo apocalíptico cuando el viernes se descarga la lluvia y las calles se convierten en ríos con las bocas de tormenta tapadas, con los negocios, cuyos dueños marcharon ayer, con la mercadería flotando en las olas que producen al pasar los vehículos. Macri está emocionado por el acto de ayer mientras la ciudad, hasta ayer inundada de basura putrefacta, ahora se inunda de agua tormentosa.
Todo eso se ve desde la Luna, pero miles y miles de personas de los barrios acomodados, o con esa idiosincracia, no lo pueden ver, o lo disculpan. Están deslumbrados por las sirenas de otro apocalipsis que los subyuga porque al mismo tiempo que los preocupa, les da identidad, los tranquiliza como grupo social de pertenencia, el funcionamiento de grupo, de masa elemental, les permite entender lo que sucede con la basura, pero se sienten amenazados y se ofuscan contra un gobierno nacional que mueve el tablero, que no deja las cosas como están. Y ese movimiento genera inquietud, mejor dejar las cosas como están. Hasta la inseguridad sería soportable para ellos, con un gobierno que se quedara quieto, que no hiciera nada y dejara hacer a los que saben, a los que van a las mismas reuniones que ellos quisieran ir.
Hay una inseguridad que es más concreta aún que el asesinato y el robo a otras personas y es la de sentir como inseguro el lugar personal que se ha ganado. Es el nicho social asediado por el ascenso de otros grupos. El nicho social asediado por impuestos y regulaciones del dólar, y es el credo del nicho social expresado en los grandes medios hegemónicos, que da sentido a su universo personal, puesto a competir con los credos de otros grupos sociales.
La inseguridad es un problema grave de estos tiempos y no importa si la Argentina es uno de los países de la región con los índices de criminalidad más bajos, porque aun así son índices más altos que en otras épocas. Es un problema que ha crecido en todo el mundo y no alcanzan todos los esfuerzos que se hagan para enfrentarlo. La inseguridad fue uno de los temas más repetidos en la marcha del jueves. Se trata de gente culta, sabe que se han aplicado todas las estrategias, sobre todo las de mano dura que sólo sirvieron para agravar el problema con policías bravas. Si pueden entender el problema de la basura, pueden entender el de la inseguridad. Por eso da la impresión de que en muchos casos, no en todos, por supuesto, la inseguridad es usada como consigna políticamente correcta pero que termina surgiendo como una metáfora sobre los límites que se le pusieron al dólar, el cuestionamiento a las ideologías hegemónicas, la rigurosidad de la AFIP y otros temblores que se producen en el piso de una sociedad poco acostumbrada a esos cambios, que generan inseguridad en algunos grupos sociales.
Fue una movilización masiva, pero una de las cualidades que más llamó la atención fue su homogeneidad social de capas medias y medias altas. Fue un dato muy fuerte también del primer cacerolazo y quizás esa homogeneidad del primero se convirtió al mismo tiempo en uno de los ganchos identitarios más fuertes de la segunda convocatoria. Esos miedos e inseguridades que en algunos casos se pueden expresar como odio y agresividad y en otros como si se tratara de la defensa de un territorio se atraen con la fuerza de la gravedad y pueden generar una confluencia masiva como la del jueves.
Por lo general estos procesos defensivos buscan referentes muy conservadores, más incluso de lo que estuvieran dispuestos a reconocer cada uno de ellos por separado. Esa necesidad de regresar a los valores que dieron seguridad muchas veces en la historia argentina moderna encontró cauce bajo el ala de golpes militares, a los que luego repudiaron muchos de ellos.
Este gobierno puede tener mil limitaciones y la marcha tuvo numerosos reclamos, muchos de los cuales pueden incluso estar motivados en causas reales, pero en la marcha del jueves, aunque fuera lo que más se escuchó, no se trataba de lo uno ni de lo otro, sino de que paren de mover el piso. Por eso, la idea más fuerte que surge es que se vaya Cristina y tiene tanta densidad, porque, aunque provenga de una minoría, esa minoría cree que está luchando por su sobrevivencia. La lucha por sobrevivir obliga a movilizarse a personas que nunca se han movilizado por nada y permite incluso pasar por encima de las mayorías. La lucha por la sobrevivencia justifica todo. Como los chicos, además, el que se moviliza por primera vez se cree el rey de la bolita, el dueño de la única verdad movilizadora, se maravilla que haya tanta gente que piense como él, lo cual refuerza la verdad excluyente de su pensamiento. Todos los que se han movilizado alguna vez ya saben que atrás de una idea sólo se movilizan los que la comparten, que no son todo el mundo. Cuando llega la hora de votar muchas veces las grandes manifestaciones no se traducen en grandes votaciones.
La actitud defensiva surge en respuesta a lo que aparece como una agresión externa. Hay ofensas económicas que alteran el tablero, pero también hay un sistema de creencias que cede hegemonía y pierde credibilidad. Ese sistema de creencias que se reproduce en la familia, en la educación elitista y en el mensaje de los grandes medios de comunicación conforma la identidad de un grupo social. En realidad, desde el punto de vista económico, las clases media y media alta están en un momento de esplendor. Es lo que criticó Elisa Carrió enojada y con lágrimas en los ojos porque no había sido votada cuando habló de la fiebre por los autos cero kilómetro, por los shoppings y por los viajes al exterior. Y aclaró que al pagar esa prosperidad con el silencio, los argentinos, o sea esas capas medias, se estaban haciendo cada vez más vulgares. Esa palabra, “vulgares”, quería decir que dejaban de ser “gente como uno” para convertirse en “vulgares” que vendrían a ser los que vienen de abajo. Muchos tratan de loca a Carrió, pero es una mujer inteligente que pega donde duele: hay un sistema de creencias que se agrieta, hay una identidad (“la gente como uno”) que se deslava, hay un cambio en los roles sociales. Y la desesperación por sobrevivir está más relacionada con esas construcciones culturales que con un peligro real de desaparición de las capas medias que hoy están mejor de lo que nunca han estado. Nada podría ser más molesto que la basura, los cortes de luz, los subtes parados y las inundaciones. Pero eso nadie lo computó.
No es que no existan temas como el del dólar o los impuestos como el mínimo no imponible u otros en los que puedan tener razón o no. Pero la fuerza evidente de la expresión anti K se da al mismo tiempo en que ninguna reivindicación se destaca demasiado, por eso tiene tanta implicancia destituyente.
El hecho de que una marcha masiva como la del jueves no tenga un referente político claro no es bueno. Por lo general, el referente que surge de un movimiento de este tipo tiende a ser el más conservador que haya en plaza. Allí está Mauricio Macri entre las montañas de basura y la inundación. Pero sería una mentira pensar que Macri movilizó. La ausencia de referentes políticos demuestra que los responsables de esa construcción cultural que atemoriza a las capas medias han sido en gran parte los medios de comunicación hegemónicos. De hecho, la convocatoria real se produjo a través de ellos.
La marcha del jueves fue un movimiento tectónico como manifestación de cambios culturales y sociales que se están produciendo en una sociedad más acostumbrada a las políticas conservadoras y a los períodos de quietud. Tanto esos cambios como los que protestan por ellos forman parte del proceso de aprendizaje en el lento tránsito de consolidación de la democracia.
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