Sábado, 9 de marzo de 2013 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Fernando Cibeira
Desde hace tres días, cientos de miles de desconsolados venezolanos despiden a Hugo Chávez en Caracas. Recuerda a lo sucedido hace poco más de dos años aquí con Néstor Kirchner. Tal vez aquí haya sido menos multitudinario –esto dicho a ojo y a la distancia–, pero también más sorpresivo. Son tiempos de “liderazgos de popularidad”, en la definición del politólogo Isidoro Cheresky, líderes que adquieren un vínculo directo con la gente, con pocas mediaciones institucionales. El oficialismo tiene un liderazgo notorio con la presidenta Cristina Kirchner, con muy altos porcentajes de aceptación –tanto en la sociedad como en el interior de su partido– pese al tiempo transcurrido en el poder. La oposición, en tanto, aún cavila intentando construir uno. Le cuesta muchísimo.
Algunos acercamientos de los últimos días podrían definir nuevas alianzas electorales que sirvieran para apuntalar esos liderazgos, al menos en Capital y provincia de Buenos Aires. El líder de popularidad debe ser un ganador de elecciones nato. Para la oposición es importante medir bien sus pasos: una mala decisión no sólo puede complicar las chances para las legislativas de octubre sino resultar letal para las posibilidades de acceder a la Casa Rosada en 2015.
Veamos los antecedentes. La experiencia del Grupo A fue traumática para la oposición, que con toda la cancha a favor se hizo un gol en contra. Quedó demostrado que el frente “anti”, tipo bolsa de gatos, no es bien recibido. La alianza de Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez ratificó el escaso rating de estas propuestas “contra natura”. En el otro extremo, el antialiancismo militante que enarboló Elisa Carrió en la última elección dejó a su partido al borde de la extinción. En resumen, la práctica indicaría que se deben buscar acuerdos que se vean naturales, la ampliación lógica de un espacio, una demostración de vocación de poder sin llegar a parecer que se está dispuesto a hacer cualquier cosa en el intento de derrotar a alguien. Todo fácil de decir con el resultado puesto, pero complicado de determinar en el fragor de la batalla.
El Frente Amplio Progresista (FAP) vendría a ser el ejemplo más exitoso de esto. En pocos meses de campaña, en 2011 consiguió elaborar una propuesta creíble que terminó segunda en las presidenciales, en buena medida por contar con un buen candidato presidencial como Hermes Binner. El problema es que terminó a casi 40 puntos del kirchnerismo, un abismo. Pegar el salto exigiría tanto un crecimiento de la alianza en sí como la suma de nuevas fuerzas que le permitan desarrollarse en los lugares donde no lo está o no lo suficiente, como en el interior profundo del país y en la decisiva provincia de Buenos Aires. Días atrás, el FAP había anunciado un encuentro del que supuestamente iba a salir una resolución sobre su política de alianzas y candidaturas para este año. Salió poco. Apenas que lanzará su campaña nacional en dos semanas desde Santa Fe como forma de ratificar la conducción de Binner y que la cuestión de las alianzas se postergaba hasta mayo, evidentemente por la falta de un criterio común. Las disidencias son varias, igual que los puntos débiles.
Hay un sector que apunta a un acuerdo con el radicalismo como manera de resolver el desarrollo nacional del que el FAP carece. Pero el desastroso recuerdo del Frepaso con la Alianza es una alarma acerca de que una decisión de ese tipo está lejos de ser gratuita. Ante la duda, irán buscando cerrar acuerdos distritales como el que el socialismo y la UCR mantienen con éxito en Santa Fe desde hace años. La cuestión es que un sector del FAP, la UP de Víctor De Gennaro y Claudio Lozano, sostiene un cerrado rechazo a un compromiso con la UCR y sólo aceptan que dirigentes radicales se incorporen de manera individual al frente. Suena como que el pez chico se quiere comer al grande. Notoriamente, este sector prefiere volcar la balanza para el lado del Proyecto Sur de Pino Solanas. Pero Pino dio la sorpresa al reconocer negociaciones con Elisa Carrió para compartir una boleta en Capital, él como candidato a senador y ella como diputada. Carrió lo consideró un “frente anticorrupción”, una de las pocas prédicas en la que ambos coinciden. Otra es su defensa del Grupo Clarín. En casi todo lo demás la alianza no parece un faro de coherencia, precisamente. Bastaría revisar las posiciones de ambos en temas como Malvinas o la estatización de YPF. Sin ir más lejos, Solanas junto a la diputada Alcira Argumedo viajó estos días a Caracas a rendirle homenaje a Chávez, de quien Carrió siempre opinó las peores cosas. Tal vez estas negociaciones sean sólo una estrategia de Solanas para apurar una definición del FAP, que en Capital también coquetea con los radicales y los ex CC Alfonso Prat Gay y María Eugenia Estenssoro.
En provincia de Buenos Aires, Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín son dos viejos conocidos que ya compartieron boleta. Ambos aceptan un nuevo acuerdo, pero difieren en la forma de definir las candidaturas. Stolbizer quiere que se haga por encuestas, que asegura encabezar. El radicalismo pide internas, confiado en el peso de su aparato. Todo indica que a la larga habrá fumata, habrá que esperar a ver qué hará entonces el sector de De Gennaro.
Tantas indefiniciones podrían superarse con una conducción clara y, llegado el caso, vertical, pero no es el estilo de Binner. Eso quedó en evidencia durante el pasado año legislativo, cuando el bloque del FAP se dividió en todas las posiciones posibles en cada votación importante. “Yo no entiendo cómo puede dejar que cada uno haga lo que quiera, así no se dirige un partido”, se escandalizaba un importante dirigente radical días atrás en medio de las conversaciones. Esta semana, Binner comentó que hubiera votado a Henrique Capriles en la última elección en Venezuela, declaración poco afortunada dadas las circunstancias, pero que en verdad repetía lo que el socialista había dicho en el momento del comicio. Lozano le salió en seguida al cruce. Avanza el año electoral y el armado cruje.
Como las sandías en el carro, la política también parece acomodarse andando y aquello que había imaginado Kirchner de un agrupamiento del centroizquierda por un lado y la centroderecha por el otro a la larga va tomando forma. Así podría interpretarse el almuerzo que juntó a Mauricio Macri, Roberto Lavagna, Alfredo De Angeli y el Momo Venegas en la emblemática Expoagro, la feria del campo que organizan Clarín y La Nación. El jefe de Gobierno porteño ve pasar las semanas y el bote de su candidatura presidencial navega como a la deriva y vacío. Decir que su armado es escuálido sería mucho, porque le reconocería algo por fuera de la ciudad. Mientras sueña replicar la pegada de Miguel Del Sel con famosos clase B –un ex árbitro, el hermano de un basquetbolista– suma rechazos. El intendente radical Gustavo Posse quedó solo en su partido insistiendo en la conveniencia de un acuerdo con el PRO.
El peronismo opositor mira todo lo que hacen Daniel Scioli y Sergio Massa tratando de adivinar un gesto que, empieza a ser evidente, no llegará en el corto plazo. Un acuerdo con el macrismo podría ser mejor que nada o que alguna aventura personal. En caso de que sea cierta la oferta de una candidatura a senador junto a Gabriela Michetti en Capital –no la confirmaron ni desmintieron–, Lavagna recibiría en bandeja un triunfo electoral improbable de conseguir por las suyas. A cambio, Macri contaría con al menos un acuerdo de peso que exhibir y abriría la puerta a otros que por ahora le huyen como Francisco de Narváez. Otro posible aliado es el partido del camionero Hugo Moyano, quien esta semana les tiró flores a él y a José Manuel de la Sota por los aumentos que acordaron con los docentes. Puede que no sea la alianza más vistosa que pueda imaginarse, pero da la perspectiva de algo más sustancioso para el macrismo de cara a 2015 que con Michetti y el economista Carlos Melconian como bastoneros.
Cheresky habla de los “liderazgos de popularidad” como un fenómeno que se expande en la región en detrimento de las estructuras partidarias tradicionales y de la institucionalidad política en general. Un líder fuerte que se comunica directamente con la ciudadanía por encima de los estamentos habituales. Este personalismo viene a ser el canal de expresión de los reclamos postergados, en ausencia de aquello que supieron representar los hoy deshilachados partidos. El problema con el armado del liderazgo opositor es que el mensaje suele ser inconsistente, no convence ni a los propios, difícil que seduzca a los extraños.
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