Lunes, 6 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
La foto política de la última semana fue, a no dudarlo, el encuentro de Hugo Moyano, Francisco de Narváez, Roberto Lavagna y José Manuel de la Sota. Bajo otras circunstancias, una presentación pública de esa naturaleza habría despertado expectativas favorables para una oposición blandengue. Se agruparon un sindicalista renombrado, bien que con una presencia de calle y aparato incompatible con su fortaleza en las urnas; un empresario con chances electorales quizás atractivas; un economista con buena imagen y el gobernador de una provincia de peso. Entonces, ¿por qué ocurrió que la suma dio entre cero y muy poco? Refresquemos primero algunas constataciones. Y después veamos si lo que parece es por donde pasan auténticamente las causas profundas.
Un aspecto a destacar es que los propios medios de prensa opositores coincidieron en ese diagnóstico de resultado muy pobre tras la reunión en Córdoba, en que los ausentes del retrato sugieren mucho más que sus protagonistas y en que la solicitada de ayer –un compendio de frases insustanciales– no cambia el paisaje. La primera observación generalizada fue que faltó Macri. Restaba conocer la opinión del alcalde porteño y, al producirse, no hizo otra cosa que ratificar la impresión negativa. Sin poder disimular su fastidio, Macri fouleó a Lavagna, al juzgar como natural que pretenda ser candidato del peronismo, y agregó que no le incomoda porque “es que como si me molestara que Carrió y Pino vayan juntos”. De este añadido es difícil entender qué quiso decir. Pero de lo primero queda claro que –aunque prosiga las conversaciones con el economista para la candidatura de éste por el PRO de la Ciudad– el clima se enfrió. Otros referentes del macrismo, en off, fueron notablemente más duros. Hablaron de postales del pasado, de que la interna del PJ no los representa. de que no piensan pisar el palito que trama De la Sota, de que De Narváez quiere ser el candidato de Scioli y de que debe decirlo de una buena vez, para que “después no deje el tendal como hace siempre”. En cuanto a Lavagna, los macristas acusan que el ex ministro aspira a un PRO que se le sume cuando, según ellos, es Lavagna quien no entiende que las cosas son al revés. De una eventual alianza que incluya a Moyano, el macrismo o muy buena parte de él no quiere ni escuchar la probabilidad. Desde el peronismo disidente se admite lo innegable de estar en una guerra de vedettes, con manejo entre complicado e improbable.
Como para agregar a la foto cordobesa pero desde otras geografías ¿partidarias?, el radicalismo no hace más que profundizar su división en tres segmentos cuyas proporciones no alteran una identidad que se cae a pedazos: los autónomos “progres” que propenden a la entente con el PS, serias dificultades mediante; los que abogan por colgarse de las faldas de Macri, y los que se reconocen en la tradición ucerreísta pero adscribiendo a muchas de las medidas K. El primero de esos lotes tiene un consecuente parangón con el macrismo, debido al conflicto existencial de si conviene ir solos o mal acompañados. Podría obviarse que Carrió, a la búsqueda de un frente anti K, se reunió en Mendoza con quien denominó “ameba” (el ex vicepresidente Cobos), y que endilgó al senador Ernesto Sanz ser “el jefe de la cooperativa” en la Cámara alta, siendo que Cobos abreva ideológicamente en las mismos principios de Sanz. Y podría rematarse con que la escenografía de Capital es impagable. Claudio Lozano fugó de Pino por interpretar que descarriló, Libres del Sur quedó pegado a Prat Gay y a partir de allí, que no es todo ni mucho menos, el problema podría no consistir en descifrar cómo fue que cada quien quedó donde quedó, sino qué sentido tendría descifrarlo.
Un acápite necesario es cuál hubiera sido la fotografía de impacto supremo. No era con Macri. Los medios comandantes de la oposición querían a Scioli o, en su defecto, al muchachito que parece ser la nueva esperanza blanca de proa encuestológica: Sergio Massa. Pero resulta que el gobernador bonaerense no parece dispuesto a patear el tablero afuera del kirchnerismo. Y que al intendente de Tigre no le parece el momento –si es que apuesta a eso– de largarse por las suyas. Es de mínima curioso, por no decir algo más, que Massa haya aparecido de la noche a la mañana como un favorito electoral. Sin embargo, así fuera cierto, tendría que demostrar una estructura de construcción propia hoy invisible, al margen de que los medios opositores lo propagandicen y de que su ayuntamiento tigrense exhiba logros. En algún punto –o en varios– contacta con Macri respecto de la diferencia entre exposición/protección mediática y crecimiento efectivo. El porteño parecería blindado y sus deficiencias o barbaridades de gestión, incluyendo lo ocurrido en el Hospital Borda, son balas que le zumban de lejos si es por el núcleo duro de la derecha que lo vota. Pero en su arquitectura nacional no pasa de un cómico santafesino (con un caudal electoral elevado, cómo no) y de un ex árbitro de fútbol en Córdoba. Massa ni tan apenas comenzó a desandar ese camino en la provincia de Buenos Aires. Con esa realidad y panorama de corto y hasta mediano plazo, suena lógico que los medios de la oposición y los sectores que representan persistan en la búsqueda, ocultamente desesperada, de una figura capaz de cubrir vacío semejante. Agotadas las esperanzas en torno de lo que hay, Scioli (les) emerge cada tanto más por el imaginario de que perjudicaría al oficialismo –como ningún otro– que por sus gestos y decisiones específicos. Jamás insinúa que esté animado a sacar los pies del plato. No, al menos, hasta las próximas elecciones, que es tras lo cual volverán a contarse los porotos. Y suele ser él mismo quien se encarga de recordar que el proyecto oficial es el suyo. Son bien interesantes, tanto en lo conceptual como por su forma descriptiva, las declaraciones que hizo a este diario, el viernes, Ignacio Ramírez, de la consultora Ibarómetro. “En el universo opositor hay una contradicción entre oferta y demanda de propuestas políticas. Hay un discurso y una convocatoria basados, exclusivamente, en el antikirchnerismo. Esbozan consignas de unidad y convergencia envueltas de dramatismo. Del otro lado, las bases electorales opuestas al Gobierno reclaman discursos más positivos y renovación de liderazgo: rasgos que no aparecen en la foto del encuentro del miércoles pasado. Además, los dirigentes que acudieron hablan de poskirchnerismo, pero forman parte del prekirchnerismo. En cuanto a la inconsistencia ideológica, la experiencia electoral es elocuente respecto de la resistencia de la ciudadanía a acompañar propuestas únicamente antikirchneristas, como fue la unión Alfonsín-De Narváez. La oposición no ha logrado resolver todavía los desafíos del 2011, y los liderazgos no aparecen. Inclusive la figura de Macri, quien no participó del acto, se desdibujó mucho a nivel nacional en el último año.”
Este conjunto de datos refuerza, largamente, que son inmensos los obstáculos de la oposición para ofrecer, aunque más no sea, una estampa de intento unificador. Pero lo que continúa sin responderse es el porqué, sin por eso descartar que haya apetitos personales desmedidos u orígenes ideológicos que no pegan ni con cola. Un porqué que, además, se acentúa al percibir que el kirchnerismo también enfrenta aprietos, tal vez crecientes y de índole diversa. La sucesión de Cristina sigue siendo un misterio y encontrar la fórmula de quién, si no ella, es tan arduo como hallarla en la oposición. El dólar de influencia psicológica toca los 10 pesos, y empieza a pintar que al Gobierno no le queda mucho resto para insistir con que no pasa nada. O en hacer como que no pasa. Las denuncias de corrupción –sin que, a sus efectos prácticos, importe mayormente cuánto tienen de documentadas y cuánto de operaciones mediáticas– pegan duro en amplias franjas de clase media. Hay funcionarios que parecieran especializarse en el arte de meter no ya la mano sino la pata, y tampoco importa demasiado si es porque militan en eso, porque los medios están en pesquisas y señalamientos obsesivos o por ambas causas. Lo cierto es que sería un buen momento para que la oposición se regodeara, primero, con los problemas del adversario. No con los propios. Sin embargo, apartando convocatorias callejeras tan esporádicas y legítimas como impactantes y agrandadas, no da pie con bola.
En ese punto, esta columna vuelve sobre sus pasos y reitera lo que ya supo hipotetizar hace algún o bastante tiempo. ¿Es así por la guerra de vedettes o porque no quieren ganar? Cualquier manual de política básica dice que nadie hace política para perder, pero si es por eso hay otros cuantos manuales que enseñan cómo se equivocan los manuales. ¿Es posible que la oposición no sea capaz de generar una sola acción propositiva? ¿Es posible que ni tan sólo uno de sus dispersos miembros sea capaz de provocar tan sólo una idea alternativa, acerca de tan sólo una cosa? ¿Es posible que, como apunta Ramírez, no puedan pegar un solo salto desde el prekirchnerismo, y prosigan con el único recurso de consignas escolares envueltas de dramatismo? ¿Qué harían? ¿Devaluarían, ajustarían a la clásica, afianzarían un modelo agroexportador y chau, derogarían el financiamiento educativo nacional, rebajarían impuestos, remodificarían la Carta Orgánica del Banco Central, confiarían en que la inflación se reduce achicando salarios? Enigma insondable. O no tanto y todo lo anterior forma parte de lo que exactamente harían, pero sabiendo que no cuentan con la base popular para retornar alegremente a esas recetas.
¿Sólo guerra de vedettes, entonces? ¿O certeza de que mejor parezca sólo eso?
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