Martes, 7 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Susana García Iglesias *
Les escribo desde Madrid, donde vivo junto a mis dos hermanas desde 1976. Somos las hijas del matrimonio Ramón García Ulloa y Dolores del Pilar Iglesias Caputo.
Mis padres fueron secuestrados en su hogar la noche del 6 de octubre de 1976 y al día siguiente, 7 de octubre, un grupo saqueó la casa, robando todas sus pertenencias.
No supimos nada más de ellos, ni dónde se los llevaron ni quiénes lo hicieron, hasta que en junio de 2011, Antropólogos Forenses nos hizo llegar un expediente disciplinario que le hicieron a un integrante de un grupo de operaciones de la Marina, que operaban en el campo de concentración de la ESMA. El expediente no fue porque robaron, sino porque no entregaron en la ESMA el producto de su pillaje.
Después de 35 años supimos por primera vez que sus secuestradores y asesinos eran de la ESMA y que allí fueron asesinados.
Leímos ese expediente y a lo largo de más de 100 páginas nos enteramos cómo la noche del 7 de octubre de 1976 estos asesinos, secuestradores, torturadores, terroristas y ladrones se probaron las ropas de mis padres, las nuestras y las de mi bebé y se los apropiaron para sí.
¿Qué se decían a sí mismos para justificar lo injustificable?
“... retirar todo el material ... con la finalidad de quebrar la logística del enemigo al negarle lugares aptos para vivir en forma clandestina.”
Colquhoun (así se llama el jefe de los ladrones) les dijo a sus subordinados que “los elementos pertenecían a los montoneros, que van a volver al pueblo porque son del pueblo, que podían tomar algo chico que les guste”.
¿Quiénes eran mis padres?
Eran padres de familia y vivían en un hogar, el mismo en el que nacieron sus tres hijas. No eran ni montoneros, ni peronistas, ni radicales, ni de izquierdas, ni de derechas. No les gustaba la política. Eran personas honestas de la clase media que con el esfuerzo de su trabajo constante educaron a sus hijas y reunieron lo necesario para vivir en un hogar digno.
Mi padre era español y no había adquirido la nacionalidad argentina, aunque estaba completamente integrado en el país que ayudó a construir, como tantos inmigrantes. Incluso bailaba el tango, por cierto bastante bien, y era de Boca Junior. Eso sí, nunca quiso votar, no creía en los políticos.
Mi madre era muy alegre, siempre tenía algún proyecto, jugaba a pelota paleta en la playa con sus hijas. No dormía hasta que no llegábamos a casa.
Durante 37 años no pudimos ponerles nombres a los responsables. Fue el cabo suelto que atravesó nuestras vidas. Ahora el “cabo” está detenido y con toda seguridad nunca más hasta el final de su vida volverá a estar suelto.
Así que, atando y atando cabos, se detiene a los cabos Néstor Eduardo Tauro, José Angel Iturri y Jorge Luis Ocaranza. Iturri y Tauro eran “cabos”, pero con roles de jefes de pelotón de fuego. Días después fue detenido Aníbal Colquoun, el jefe del grupo que saqueó nuestra casa.
El cabo Ramón Roque Zanabria no fue hallado en su domicilio, aunque tiene prohibida la salida del país. Es cuestión de paciencia, ya caerá en manos de la Justicia. Aún no perdió la libertad, pero seguro que sí perdió la tranquilidad.
En julio de 1998, cuando en su pueblo natal, en Galicia, nuestra familia y sus vecinos les hicimos un homenaje a mis padres, les prometimos que no pararíamos hasta que sus asesinos estuvieran en la cárcel. Comienzan a estar. Sin embargo, no nos alcanzará la vida entera para terminar de atar los cabos... saber cómo murieron, poder enterrarles. Poder decir ante una lápida: ¡descansen en paz! Pero es un comienzo...
* Abogada, trabaja en el Departamento de Cultura de la embajada argentina en Madrid.
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