Viernes, 19 de julio de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
La Argentina y Colombia parecen estar acostumbrándose con relativa facilidad a vivir en la contradicción que entraña la existencia de dos Estados con políticas a la vez divergentes y convergentes.
Vivir en la contradicción es una forma de llamar al hecho práctico de no tirar por la borda la construcción sudamericana de una región de paz no muy común en este mundo. Es vivir en Sudamérica como ámbito diverso.
La divergencia tiene que ver con la ubicación ante los Estados Unidos. Colombia es uno de los firmantes de la Alianza del Pacífico junto con México, Perú y Chile. La propia Colombia tiene un tratado de libre comercio negociado con los Estados Unidos cuando Alvaro Uribe era presidente y Juan Manuel Santos su ministro y ratificado por el Congreso norteamericano en plena presidencia de Santos. A esa altura Santos ya estaba tan distanciado de Uribe como en su momento Néstor Kirchner de Eduardo Duhalde. Y al mismo tiempo Santos ya había decidido construir una política amistosa y más abierta hacia el resto de Sudamérica. Lo hizo desde agosto de 2010, cuando asumió la presidencia.
La Argentina edificó una relación sólida con Colombia en ese mismo momento, cuando el entonces secretario de Unasur Néstor Kirchner entendió que la asunción de Santos era una oportunidad para mediar entre Colombia y Venezuela y alejar definitivamente la perspectiva de una guerra que no le convenía a nadie en la región. Ni la Argentina de aquel momento ni la de ahora abandonaron la opción preferencial por el Mercosur, núcleo de la identidad de la política exterior incluso cuando el Mercosur precisa oxígeno y un ritmo de integración física menos moroso, y tampoco Brasil cambió de concepto sobre cuál bloque forma su primer anillo de alianzas, pero tanto la Argentina como Brasil entendieron que una crisis entre Colombia y Venezuela supondría un nivel de inestabilidad peligroso para Colombia, para Venezuela y para los propios Brasil y la Argentina.
Como suele ocurrir en la historia, sucedió además que a la convergencia de intereses en 2010 se sumó un factor personal: Santos y Kirchner se creyeron de entrada. Confiaron uno en el otro en medio de la negociación. O quizás esa confianza personal inmediata se produjo porque cada uno entendió el interés del otro en el juego, y luego comprobó que esa idea previa se correspondía con la realidad. Cuando Santos reivindica a Kirchner antes de su primera reunión oficial con Nicolás Maduro tras la asunción de éste como presidente, conviene entender esa declaración como un mensaje. En la mediación de 2010 los funcionarios colombianos valoraron que Kirchner y sus colaboradores –en ese momento Rafael Follonier y Juan Manuel Abal Medina– conservaran la excelente relación entre la Argentina y Venezuela, pero no intentaran que el gobierno de Hugo Chávez saliera mejor parado que el de Santos. Incluso Kirchner exhortó a las dos partes por igual a que no hubiera sólo una reunión simbólica en Santa Marta, sobre el Caribe colombiano, sino que ese encuentro se produjera junto con el anuncio de la designación de nuevos embajadores de Colombia en Caracas y de Venezuela en Bogotá. Y así fue.
Santos se hamaca, toma distancia de Unasur, como lo hizo con su postura más tibia sobre Bolivia, pero no rompe. Recibe al líder opositor venezolano Henrique Capriles, pero ahora se apresta a dialogar con Maduro. Se enrola entre los que tienen firmado un tratado de libre comercio con Washington, pero no desdeña el comercio con Sudamérica, en primer lugar con Venezuela. Y Cristina, que ya era presidenta en el momento en que Néstor Kirchner medió luego de un acuerdo entre la Argentina y Brasil para impulsar el diálogo entre Hugo Chávez y Juan Manuel Santos, suele repetir que el planeta es hoy un lugar difícil. La Argentina se comprometió en un diálogo pronto entre Maduro y Santos para que adentro de Sudamérica la situación continuara siendo más confortable que afuera.
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