Domingo, 11 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › QUE PUEDE ESPERARSE DE LAS ELECCIONES DE HOY Y SU PROYECCION FUTURA
Desde 1983 las elecciones legislativas de medio término anticipan el resultado de las presidenciales siguientes. El cómputo nacional tuvo más incidencia que el bonaerense: Kirchner, Massa y Scioli fueron derrotados en 2009 y CFK reelecta dos años después. Otra constante es la incidencia de la situación económica, por lo que el oficialismo espera mejorar su desempeño de cuatro años atrás. El destape ideológico de Massa y su inquietante programa. Cómo decidir el voto.
Por Horacio Verbitsky
Las elecciones de hoy serán las primeras Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias para unos comicios legislativos de medio término. Sin embargo, no habrá en ellas términos medios. Aunque sean legislativas y provinciales, se votará a favor o en contra del gobierno nacional, cuya victoria está asegurada por la completa dispersión de sus oponentes, que pueden obtener buenos resultados en varios distritos importantes, pero en cada uno con boletas diferentes: el PRO macrista en la Ciudad Autónoma, el Frente Renovador en la provincia de Buenos Aires, el Frente Cívico Radical-Socialista en Santa Fe, el Peornismo Opositor en Córdoba. En cambio el Frente para la Victoria compite en todo el país, con la misma sigla que utiliza desde 2003 y con una conducción indiscutida. Los opositores más empedernidos reconocen que ese Frente obtendrá no menos del 35 por ciento de los sufragios que se emitan en todo el país. Los oficialistas estiran ese cálculo hasta el 40 por ciento. Unos creen y los otros temen que ése será un techo impenetrable, en el recuento de hoy pero también en el de las elecciones generales de octubre, en las que el resto se reagruparía contra el gobierno. La fragmentación del voto antikirchnerista es la que otorga especial importancia a las elecciones en la provincia de Buenos Aires, por su descomunal padrón que contiene a casi cuatro de cada diez electores nacionales y porque allí la contienda se da entre fracciones peronistas, es decir con proyección futura. Hay dos análisis posibles para esta situación, uno de tipo histórico electoral y otro político. La cuestión fundamental es determinar qué valor predictivo tiene una elección de medio término respecto de las presidenciales siguientes.
Para este análisis descartamos aquellos años en los que al mismo tiempo se eligieron presidente y gobernadores, ya que el electorado se expresa entonces de una manera distinta, con otro grado de polarización, pero incluimos los comicios de 1987 y 1991, únicos de la serie en que la elección bonaerense coincidió con la de gobernador. En las elecciones intermedias de 1985, 1987, 1991, 1993, 1997, 2005 y 2009 el ganador obtuvo una cantidad inferior de votos que en las presidenciales anteriores, con la única excepción del anómalo 2003, donde la segunda vuelta no se realizó por la deserción de Carlos Menem. Raúl Alfonsín inició su mandato de seis años con una aprobación superior a la mitad del electorado en 1983, que se redujo en las legislativas de 1985 al 43,2 por ciento. Pero mayor fue la declinación justicialista, que dividido en tres listas quedó diez puntos por debajo. Esto le bastó al radicalismo para vencer en veinte distritos, una cosecha significativa que en buena medida se debió a la ilusión de control inflacionario con el Plan Austral, que en sus primeros meses de aplicación permitió bajar el IPC a poco más del 2 por ciento mensual. Pero en las elecciones legislativas de 1987, el radicalismo fue batido por 41,5 a 37,2 por ciento, en castigo por la ley de obediencia debida, los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional que certificaron el fracaso del gobierno para librarse del dogal de la deuda externa y la alta conflictividad sindical. Dos años después, ya con hiperinflación, saqueos, reiterados conatos de golpe militar, la reaparición de una guerrilla sin rumbo y con medio país a oscuras, Menem venció sin dificultad al candidato de la UCR. El Plan de Convertibilidad, implementado meses antes de las elecciones legislativas de 1991, le permitió a Menem retener la primera minoría, con el 40 por ciento de los votos contra el 29 por ciento del alicaído radicalismo. Los resultados fueron muy similares dos años después, con 42,5 a 30,2 por ciento, y abrieron la puerta para la reforma constitucional en la que Menem negoció con Alfonsín la posibilidad de ser reelecto a cambio de un tercer senador por cada provincia, que debía insuflar alguna apariencia de vida a la UCR. Elegido por segunda vez en 1995, Menem perdió 43,3 a 36,3 por ciento con la flamante Alianza en las legislativas de 1997. Esa diferencia preanunció la caída justicialista en las presidenciales de 1999, en las que Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez superaron por diez puntos a Eduardo Duhalde y Ramón Ortega, los padrinos políticos de Sergio Massa. De la Rúa sólo enfrentó una elección de medio término, en octubre de 2001: apenas consiguió el 23,1 por ciento de los votos, contra 37,4 del Justicialismo. Pese a que intentó ignorarlo insistiendo en que él no había sido candidato, ese resultado abrió un agujero negro que en apenas dos meses se tragó a su gobierno. El ex senador Eduardo Duhalde estuvo unos meses en forma interina a cargo del Poder Ejecutivo durante y, como salida a la pavorosa crisis de fin de siglo, apoyó para las elecciones presidenciales de 2003 la candidatura de Néstor Kirchner, quien dijo que llegó al cargo con menos votos que desocupados había en aquel momento. Duhalde creyó que podría controlarlo y Kirchner frustró esa posibilidad en las elecciones de medio término de 2005: el Frente para la Victoria obtuvo el 45 por ciento en Senadores, contra una dispersión aún mayor que la actual, en la que ni la UCR, el Peornismo Opositor, el PRO ni el ARI pasaron del 7,5 por ciento. Estas cifras se repetirían con ligeras variantes en las presidenciales de 2007: Cristina duplicó el número de votos de la segunda candidata, Elisa Carrió, quien no obstante dijo que el nuevo gobierno nacía con una legitimidad segmentada, porque no se había impuesto en las grandes ciudades de clase media. Más fresco está el recuerdo de las legislativas de 2009, donde el Frente para la Victoria superó al Acuerdo Cívico y Social por 31,3 a 29,5 por ciento. Como síntesis de esta reseña: cada vez que un gobierno perdió las elecciones de medio término fue desplazado en la renovación presidencial siguiente: el radicalismo en 1989 y 2001, el justicialismo en 1999. Del mismo modo, todo partido en el gobierno que se impuso en las elecciones de medio término consiguió la victoria dos años después: Menem en 1995, el kirchnerismo en 2007 y 2011.
Un capítulo aparte merece la provincia de Buenos Aires, donde el repaso histórico también arroja conclusiones llamativas. En las elecciones legislativas de 1987, el Justicialismo superó a la UCR por 45,1 a 37,5 por ciento y dos años después la desalojó de la presidencia. En 1993 volvió a ganarle, por 48,2 a 25,9 por ciento en Diputados, preludio de la reelección de Menem en la siguiente elección. En 1997 la Alianza venció al Justicialismo por 48,3 a 41,4 por ciento en Diputados y en 1999 lo sucedió en la presidencia. En 2001 los Diputados justicialistas bonaerenses superaron a los radicales por 37,4 a 15,3 por ciento y dos años después tres fórmulas justicialistas a la presidencia superaron el 60 por ciento de los votos. En 2005 la lista de Diputados del Frente para la Victoria venció a la del Frente Justicialista por 45,1 a 17,2 por ciento. La mayor repercusión se produjo en la elección de senadores, donde Cristina Fernández de Kirchner superó a Hilda González de Duhalde por 45,8 a 20,4 por ciento. Esto decretó la defunción del padre de la derrota y abrió el camino a la elección presidencial de CFK en 2007. En 2009, en cambio, la lista de diputados encabezada por el propio Néstor Kirchner, a quien secundaron Daniel Scioli y Sergio Massa, quien aún no había descubierto que Kirchner era un monstruo, fue superada por el Peornismo Opositor de Francisco De Narváez por 34,7 a 32,2 por ciento. Esto sugiere que no obstante su peso específico, lo que ocurre en la provincia de Buenos Aires tiene menor valor predictivo que los resultados nacionales. Esto sólo podría variar si Massa venciera al Frente para la Victoria por una diferencia contundente. La historia de tres décadas de democracia muestra el comportamiento de reloj de arena del justicialismo, donde son comunes los deslizamientos de una posición a otra hasta la reconstrucción del todo en el polo opuesto. El bloque legislativo que logre este año Massa no perturba al Frente para la Victoria, que retendrá e incluso aumentará su mayoría en la Cámara de Diputados y mantendrá con alguna ligera variación en más o en menos la que tiene en el Senado. El riesgo está en el trasvasamiento hacia un eventual nuevo liderazgo justicialista, como apuesta la mayoría de los disgustados por la marcha del proceso político y económico que comenzó en 2003. A eso apuntan las operaciones tendientes a desalentar la continuidad en carrera de Francisco De Narváez y ningunear las chances del Frente Progresista de Stolbizer y Alfonsín. Hasta ahora no hay indicios de que eso pueda ocurrir. CFK eligió un candidato anodino, sobre el que proyectó su propia figura y los logros de la década y con eso le bastó para emparejar a la figurita difícil del album del establishment.
Estas observaciones serían incompletas sin una referencia a las condiciones económicas y políticas en las que cada vez se emitió el voto. Los éxitos pasajeros del Plan Austral y de la Convertibilidad fueron fundamentales para las primeras victorias legislativas de Alfonsín y Menem, así como la prolongada recesión de fin de siglo contribuyó al fracaso presidencial de Duhalde y a la derrota legislativa de la Alianza. La vigorosa recuperación posterior se reflejó en las elecciones ganadas por el Frente para la Victoria, y el comienzo de la crisis internacional en su primera derrota. Con pasmosa sinceridad, el senador radical Ernesto Sanz manifestó este año el deseo de que la economía no repuntara hasta el momento de las elecciones. Como explica el mejor racionalizador del kirchnerismo, el sociólogo Artemio López, el descenso del desempleo al 7,2 por ciento, el aumento de jubilaciones y pensiones en un 31,8 por ciento (con 7,3 millones de beneficiarios directos) y del Salario Mínimo, Vital y Móvil en 25,2 por ciento; los incrementos salariales en más de dos mil convenciones colectivas paritarias en un promedio del 24,2 por ciento; la actualización de la Asignación Universal por Hijo del 35,3 por ciento (que impacta sobre 3,6 millones de menores de 18 años residentes en 1,8 millones de hogares donde conviven 7,2 millones de personas en total), dan un marco muy distinto al de 2009. Entonces no existía la AUH, el desempleo era un punto porcentual más alto que ahora y el PIB cayó un 3 por ciento. En el momento de las elecciones de octubre, el crecimiento anualizado rondará el 7 por ciento, condición más afín a la de 2005. El cínico senador italiano Giulio Andreotti parafraseaba una sentencia emblemática de Lord Acton y decía que el poder desgasta... a quien no lo tiene. Del mismo modo, el desgaste del kirchnerismo no pasa por ahora de una expresión de deseos de quienes sueñan con asistir al fin del ciclo iniciado en 2003: políticos de la oposición, grandes empresarios de distintas ramas, medios de comunicación, eclesiásticos deseosos de cumplir con la consigna papal de echarse a las calles para hacer lío (que tuvo una magra respuesta en el minicaceroleo del jueves). El candidato de esos sectores es Massa, quien los visitó en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), una organización de lobby muy próxima a las embajadas de Estados Unidos y Gran Bretaña. Ante una nutrida asistencia de hombres de negocios, no expuso proyectos como diputado sino un programa presidencial: seguridad jurídica para las empresas privadas, desideologización y desregulación, reformulación de alianzas internacionales, generación de confianza para atraer inversiones, superación de fricciones con “el campo”, mejora de la competitividad industrial tocando el tipo de cambio; mirar al futuro y no al pasado, volver a endeudarse en el mercado financiero; permitir que los bancos vuelvan a intervenir en el sistema jubilatorio, como proveedores de seguros de retiro complementarios; establecer una política de metas de inflación, lo cual implica ajuste sobre salarios y gasto público; luchar contra la corrupción, replantear la política energética y garantizar la independencia de la Justicia. Sin perdonar un solo lugar común, Massa hizo honor en ese discurso a la abigarrada transversalidad de todas las derechas que expresa su lista de candidatos. Esa política ya se aplicó, con resultados tremendos, pero antes de ganar Menem sólo hablaba del salariazo y la revolución productiva.
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