Martes, 3 de diciembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner procura siempre tener la iniciativa política y sorprender (de un modo u otro) con sus medidas o nombramientos. Hasta hace unos días, era poco afecta a producir cambios masivos en su gabinete. Ese último aspecto ha sido dejado de lado, para marcar la etapa ulterior a su regreso a la actividad después de su forzada licencia. Claro que la fuerte variación se combina con lo tradicional: los relevos son numerosos aunque conservando el afán de sorprender a compañeros, aliados o adversarios. Las innovaciones se concretan tomando en cuenta otro eje clásico de la mandataria, que es prestar mucha atención a la comunicación política.
Esos factores se insinuaron cuando se designó al jefe de Gabinete Jorge Capitanich y al ministro de Economía Axel Kicillof. Ese mismo día se anunció al titular de Agricultura, Ganadería y Pesca, Carlos Casamiquela.
Pero se reservó para el día siguiente un hecho de enorme impacto en los medios y en la gestión: la aceptación de la renuncia de Guillermo Moreno. La jugada venía en combo, su consistencia interna es patente. Al desgajarla, la Presidenta dominó la agenda mediática y generó dos hechos impactantes, que hubieran podido mostrarse como uno solo. Asombró por partida doble. El que pega primero pega dos veces, reza el refrán. El que pega primero y vuelve a pegar gana más ventaja.
A esa altura era razonable imaginar que la oxigenación y el relanzamiento del equipo de gobierno no terminaban ahí. Claro que la reserva, otra característica “genética” del estilo K, dificultaba y dificulta saber a quiénes incumbiría, cómo y cuándo. Se hicieron especulaciones, se aró un campo fértil para cruzar apuestas. El cronista, afecto a esa variable racional de los juegos de azar, conoció varias e intervino en algunas. Hasta donde llega su saber, ni la flamante ministra de Seguridad ni el titular de la Sedronar eran favoritos, acaso ni figuraban en el registro de los apostadores. María Cecilia Rodríguez y Juan Carlos Molina fueron barajas sorpresivas, aunque la perspectiva del cambio ya estaba en el sabó.
La presentación de los nuevos funcionarios llegó un tiempito después que las anteriores, lo que les posibilita más relieve mediático. Aparecen cuando Capitanich y Kicillof están bien instalados como protagonistas.
El perfil del cura Molina ya ha sido escrito en Página/12. En otras páginas de esta edición se recorren currículo y trayectoria de la ministra Rodríguez. El autor de estas líneas se abstiene de especular o profetizar sobre funcionarios que no conoce. Su análisis, pues, se enfoca básicamente en cómo está pensando y obrando Cristina los dos últimos años de su segundo mandato. Y cómo se enhebran las novedades con otras sucedidas días atrás.
Rodríguez es especialista en “asistencia crítica”, rol que la llevó a estar presente en las catástrofes naturales de Haití, El Salvador e Indonesia, entre otras. Trabajó en organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales durante años y cubrió variados cargos durante los gobiernos kirchneristas (ver asimismo notas aparte).
Mañana prestará juramento, hasta hoy revista en el Ministerio de Defensa. La Presidenta la conoce bien y la ensalzó por su labor en su discurso de camaradería de las Fuerzas Armadas.
La ministra entrante compartió gestión en dos carteras con el secretario de Seguridad, Sergio Berni. Uno de los intríngulis de Seguridad son las tensiones entre Berni y sus superiores, que nacieron cuando Nilda Garré era ministra y se mantuvo durante el período en que Arturo Puricelli cubrió el cargo.
En Palacio se descuenta que uno de los objetivos de la designación es dotar de coherencia al ministerio, a semejanza de lo que se hizo en Economía, aunque con un esquema diferente. Allí ascendió el viceministro, en Seguridad Berni sigue, aunque sin ser promocionado. Pero, se insiste porque todo lo indica, la cohesión es uno de los objetivos en la mira.
La vacancia durante demasiados meses de la titularidad de la Sedronar era una falla del Gobierno, que se reparó en consonancia con la idea fuerza de dinamizar el activismo en la gestión. La aparición de la ministra Rodríguez es “decisión pura”: sólo responde al afán de remozar a un oficialismo que acusaba fatiga en varias áreas. El resultado electoral resaltó ese problema, que se trata de encarar con los recursos habituales.
Dado el estilo de Cristina para manejar la información, sería osado dar por terminados los cambios o asegurar que habrá más. Esta última es la hipótesis de este escriba, pero no trasciende esa condición.
Es forzoso añadir otro hecho. El 10 de diciembre entran al Congreso Nacional los legisladores elegidos en octubre. Deben designarse las autoridades de ambas cámaras (en el caso del kirchnerismo, el presidente de Diputados y la presidencia provisional de Senadores). También los titulares de los bloques, incluidos los del Frente para la Victoria. Será Cristina Kirchner, como siempre ocurrió, quien resuelva continuidades o renovaciones.
Si se permite un esbozo de ironía: en el contexto que ella creó, cualquier definición tendrá el condimento de la sorpresa, aunque optara por confirmar a todos y a todas.
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