Jueves, 6 de febrero de 2014 | Hoy
EL PAíS › EL INCENDIO DE UN GALPON PROVOCO LA MUERTE DE NUEVE BOMBEROS Y RESCATISTAS
La caída de un muro provocó la muerte de seis bomberos de la Federal, dos integrantes de Defensa Civil y un bombero voluntario de La Boca. El fuego se desató en un galpón de una empresa de archivado de documentos. El gobierno nacional decretó dos días de duelo.
Por Horacio Cecchi
En fila, contra los muros de la vereda impar de Gaspar de Jovellanos al 1200, de un lado y de otro del cruce con Quinquela Martín, los rescatistas y bomberos se apoyaban reclinados, en cuclillas, sentados en el piso, más que sentados, tumbados. Algunos, unos cuantos, lloraban. La emoción violenta los había envuelto no sólo con adrenalina. Eran los que habían sobrevivido a la tragedia. Uno de los tres muros que se desplomaron ayer, durante el incendio del enorme galpón de la empresa Iron Mountain, en Barracas, lo había hecho sobre ellos. Siete de sus compañer@s murieron aplastados, otros dos no resistieron las heridas y cuatro más continuaban anoche internados con politraumatismos diversos. La arroba corresponde: una de las víctimas fallecidas era mujer, Anahí Garnica (ver página 5). El llanto en rostros mitificados por la sequedad y la resistencia golpea más. Las cámaras buscaban esos rostros para expresar el momento. Lo hacían a unos 50 metros, desde el límite impuesto por una cuerda que impedía el paso por Jovellanos, y donde se aglomeraba una multitud, mitad movileros y camarógrafos, mitad vecinos y curiosos vestidos de improvisados fotógrafos, celular en mano. Detrás, las tres o cuatro mangueras que lanzaban agua a presión desde tres escaleras mecánicas y el movimiento de rescatistas, bomberos y médicos emergentólogos completaban el marco al enorme vacío donde antes había muro, vacío que se vislumbraba entre columnas de humo, llamaradas. En el aire, además de polvo, flotaba una potente carga de sorpresa entre bomberos y rescatistas acostumbrados a esquivarla. No estaba claro si fue el pulgar del destino o un error de cálculo el que provocó la tragedia. Tampoco, las causas que dispararon el incendio. Ayer, alguna versión en el escenario sostenía que no había funcionado el sistema antiincendio de la empresa. Lo investigará la Justicia cuando se apague el fuego, que anoche había regresado. El gobierno nacional dispuso dos días de duelo en todo el país.
“¿Agua?”, “¿agua?”, preguntaba el de uniforme y prácticamente todos sus interlocutores le decían que “sí”, que “gracias” y le aceptaban el convite. Pasado el mediodía, el calor era abrasador, un poco por el sol, un poco porque aquel cuarto de manzana de Jovellanos y Quinquela seguía en plena combustión. El uniformado del Ejército de Salvación preguntaba y entregaba un vasito de plástico a cada quien, mientras un camarada de uniforme le extendía desde atrás una botella con agua. La distribución se realizaba contra la cuerda de Jovellanos, la única de todo el vallado en seis cuadras a la redonda que concentraba a la multitud. La curiosa capacidad de convocatoria de la cuerda tenía su explicación. Era la que permitía visualizar más directamente la esquina de la ochava que no existía más, es decir, la que la tevé empezó a repetir una y otra vez a partir de la media mañana de ayer, en el momento en que el cartel de la Iron Mountain se desplomaba junto con los ladrillos que lo sostenían. Todavía no se había desmoronado el bloque que provocó la tragedia.
La empresa Iron Mountain se especializa en el archivo de documentación de empresas (ver página 4). El galpón ocupa más de la mitad de un terreno ubicado sobre una doble manzana, entre Quinquela Martín, Azara, Coronel Salvadores y Jovellanos, en Barracas, con entrada principal por Azara 1245. El incendio se desarrolló sobre la parte de la manzana que da a la esquina de Jovellanos y Quinquela. En la esquina podía verse el cartel de la empresa en letras azules impreso sobre blanco, y avanzando sobre Jovellanos, en la vereda par del 1200, el enorme portón por el que pretendía entrar una de las siete dotaciones de bomberos que luchaba contra el fuego desde alrededor de las 8.30 de la mañana.
Para abrir el portón comenzaron a utilizar una amoladora. El fuego se desarrollaba por detrás del muro. “No había ventanas”, se escuchó como explicación entre los bomberos, horas más tarde, cuando la sorpresa seguía motivando preguntas. El comentario no era absurdo. Las ventanas son fuente de oxígeno que alimenta la combustión. De todas maneras era inexplicable. El techo del galpón se había transformado en una viruta de hierros retorcidos que se habían dilatado empujando los muros de ladrillos hacia el exterior. Quizás los movimientos de la amoladora sobre el portón o la sola dilatación empujaron la tragedia.
Más de 15 personas quedaron entre los escombros, mientras el polvo y la confusión ganaban el aire. El rescate ocupó más del doble de las energías, luchar contra el fuego, contra los escombros y contra el tiempo.
Aunque no estaba claro en ese momento a quiénes había golpeado, se sabía que una dotación entera de bomberos de la Federal, algunos bomberos voluntarios de La Boca e integrantes de Defensa Civil estaban entre las víctimas. Y hasta media tarde no había certeza en cuanto a los empleados de la empresa que pudieran haber quedado encerrados en el edificio al desatarse el incendio. Más tarde, el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, confirmó que todos los empleados de la empresa habían logrado salir a salvo. Más tarde, confirmó la cantidad de víctimas: seis bomberos de la Federal, dos de Defensa Civil y uno, voluntario de La Boca. Además, en el Hospital Argerich fueron recibidos siete heridos, algunos luego derivados al Hospital Penna y al Churruca. Más tarde, la fiscal Marcela Sánchez difundió las identidades de los fallecidos (ver aparte).
Berni sostuvo que “hay que esperar la sentencia de la Justicia para saber fehacientemente lo que pasó y ver la capacidad instalada que había aquí. La provisión de agua era suficiente”, aseguró. Luego, en el mismo escenario, una agencia de noticias difundió la versión de que la fiscal, que efectivamente había recorrido el lugar, había entrevistado a tres de los empleados que se encontraban en el lugar con el incendio y éstos habían sugerido que el sistema de extinción de incendios no había funcionado. La versión, que no pudo ser confirmada por este diario, sostenía que el comentario no formaba parte de la declaración formal, que se realizará hoy y apelaba a fuentes no identificadas. De todos modos, no había demasiada duda en la hipótesis de que el sistema antiincendio, por el motivo que fuere, no había logrado su cometido. También al lugar acudió Guillermo Montenegro, ministro de Justicia porteño, para asegurar que la prioridad era “controlar el fuego”. Por su lado, Alberto Crescenti, titular del SAME, informó sobre los diferentes hospitales de derivación de los heridos (“cinco fueron trasladados al Hospital Argerich, dos al Churruca, uno al Ramos Mejía y uno al Penna”).
A las tres y media de la tarde, el fuego ya se daba casi por extinguido. Una pala mecánica había hecho toda la tarea de levantar los escombros. A esa hora, una de las escaleras mecánicas de los bomberos de la Federal y un enorme camión con un container cargado de escombros se retiraron del lugar. Por unos pocos instantes, la cuerda del vallado de Jovellanos y Quinquela se abrió para darles paso. Luego, se cerró nuevamente y la multitud se volvió a desplegar sobre ella. Cuando los rostros del dolor ya se habían retirado y sólo quedaban dotaciones con adrenalina, no parecía haber fuego, el muro ya no estaba ni sus escombros y las conferencias de prensa comenzaron a ralear, el interés de la multitud se volvió sobre sí misma. Así, un vecino tomaba fotos a cuatro o cinco bomberos que posaban delante de una de las autobombas; una abuela llevaba a sus dos nietitas en dirección a la cuerda de Jovellanos para que vieran todo lo que pudieran ver, y pocos minutos después se la veía regresar insatisfecha; un empleado de una estación de servicio YPF cercana le batía la posta de lo ocurrido a un compañero, con lujo de detalles sobre la caída del muro, incluso los gritos, las corridas, aunque más tarde aseguraba que se lo habían contado. No era el único. A un costado, un hombre que decía ser herrero pedía pasar a una casa vecina al edificio incendiado, porque una vecina lo había llamado por un trabajo. Más lejos, un movilero proponía a un vecino una especie de encuesta. “Disculpe, ¿usted es vecino? ¿Cómo se enteró del incendio? ¿Por la tele?”, le preguntó, induciendo. “Por el humo, vivo enfrente”, le respondió solícito.
Anoche, la sorpresa seguía insistiendo en el terreno. El fuego, presuntamente extinguido, había vuelto.
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