Lunes, 9 de junio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
El escenario de los últimos días es tan variopinto como la probabilidad de encontrarse con diversas interpretaciones, en general y en particular. En eso consisten las siguientes líneas, que de paso aprovechan para hacer algunas reflexiones sobre el día que nuestra profesión acaba de celebrar.
La Presidenta anunció el proyecto de nueva moratoria para jubilarse. Es una decisión que abarcará a casi medio millón de personas, bien que la Anses se guarda de aceptar, únicamente, las solicitudes de sectores vulnerables. Con algunas diferencias respecto de 2005, cuando ingresaron al sistema previsional unos tres millones de ciudadanos, se sustancia la realidad de que quienes fueron perjudicados por falta de aportes, o por no tener ingresos para aportar, puedan acceder a la jubilación. Muchos miraron la medida como reforzadora de una iniciativa política que sigue estando en manos del Gobierno, además de que se universaliza el acceso a jubilarse. Y muchos, como hace casi diez años, hablaron del costo fiscal y de la injusticia moral de que lleguen a la jubilación, con todo derecho, los que nunca aportaron. Parlamentarios oficialistas y un buen número de opositores llegan a Washington para apoyar en el Capitolio la posición argentina contra los fondos buitre, al borde de que la Corte Suprema estadounidense resuelva cómo seguir esa causa que se tramita contra el país en los tribunales neoyorquinos. Muchos miraron que todavía hay reservas de dignidad política, que no rige completamente el enfrentamiento terminal entre yegua y republicanismo, que se pueden acordar estrategias de gobernabilidad o sentido común. Y muchos, gorilas irremediables, hablaron de que el kirchnerismo va a la capital del mundo tras haberse rendido ante el Club de París y el Fondo Monetario. En Chaco hubo, de nuevo, una repugnante represión policial, en una marcha de desocupados, empleados estatales y dirigentes de pueblos originarios. No cuenta la cantidad de manifestantes ni, casi tampoco, que puedan haberlos sostenido y azuzado dirigentes del radicalismo provincial, según afirman numerosas fuentes de la zona. Reprimieron a lo bestia y punto. A cargo de la gobernación chaqueña, en reemplazo del jefe de Gabinete nacional y ya se sabía, quedó un mono con navaja. También nuevamente, entre tantos que querían preguntar, no se le preguntó a Capitanich sobre el tema. Los medios de alcance nacional prácticamente ignoraron la cuestión, tanto en despliegue como en intensidad, si es por sus obsesiones anti K. Y asimismo pudo leerse una columna como la de Mempo Giardinelli, en Página del viernes, refrescando lo que en los últimos años avanzó, en niveles de inclusión, empleo, políticas educativas y de salud, una de las provincias más pobres de todo el país.
En Gestamp, una fábrica autopartista en Escobar, un puñado de trabajadores despedidos y militantes del PO llamó la atención sobre las andanzas de la gente del negocio automotor. Bienvenido sea que lo hayan hecho porque, además, promueven que se discuta la tensión ideológica –o meramente instrumental– entre una minoría de laburantes que presuponen ir a fondo y una enorme mayoría, también de obreros y empleados, de la misma fábrica, que antepone la conservación de la fuente de trabajo. Ni ser de izquierda significa que en el altar de la defensa del modelo haya que defender a burócratas sindicales, ni menos que menos significa que la revoltosidad sea de izquierda. Pero lo central es que eso se discute, y a través de los medios. Unos medios que están más repartidos. Capitanich fue al Congreso, según lo obliga el reglamento, a dar las explicaciones mensuales que se exigían con fervor. La oposición se retiró del recinto, porque rechazó no poder repreguntar. En la oportunidad anterior, los medios criticaron que la exposición del jefe de Gabinete, atravesada por fuertes cruces con sus adversarios, fue bostezo extendido por más de diez horas. Palos porque bogas, palos si no bogas. Pero lo central sigue siendo que se discute. Después, cada quien creerá que estamos, o no, en la dictadura o en la opresión que denuncian los medios opositores, y los comentaristas y operadores que activan en las redes. El Gobierno anunció que habrá una medición de rating federal más confiable que la de Ibope: una multi sospechada por las propias cámaras de la industria televisiva. En lugar de que sólo en Capital y el Gran Buenos Aires haya por familia apenas 800 people meters para medir audiencia (son los aparatos símil decos que captan cada cambio del control remoto de la tele), habrá nueve mil en todo el país y certificados por universidades nacionales. Varias figuras de los medios, a más de empresarios de ese mismo mundo, vienen cuestionando esas mediciones de Ibope que sólo expresarían al gusto del AMBA. Los ejecutivos de radio y televisión deberían asumir que es una medida que los beneficia, porque les dará una dimensión mucho más real de, entre otras cosas, en dónde les conviene invertir publicitariamente. Hay algunos de ellos que ya aceptaron la disposición gubernamental, mientras otros (medios) insisten en la propaganda de que el Gobierno quiere controlar todo. Como sea, se discute. Y en forma abierta. Tanto como el nombramiento de Ricardo Forster en el cargo de secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. Una denominación intragable. De tan horrible, Forster se vio compelido a aclarar que no será el ministro de Propaganda de Hitler. O de Perón, dijo Sebreli. Sarlo, al menos, tuvo la pretensión de remitirse a que lo pomposo del título debería incomodar al propio Forster. Es cierto que si lo primero que debe hacer un funcionario es aclarar los tantos, aunque lo haya hecho con gran precisión, oscurece más que lo que aclara. Es tan cierto como que la estatura intelectual de Forster está fuera de toda discusión. Otra batalla cultural que también se da. No es que lo bardean a Forster y se sansecabó. La tienen que pelear, y se logró que los provocadores puedan estar en desventaja. La derecha tiene algún comunicador impactante, algunos referentes de periodismo gráfico y reproductores radiofónicos de las portadas de dos o tres diarios en el prime time de las AM, pero no tiene intelectuales excepto que se le confiera esa dimensión a un, digamos, Marcos Aguinis. Es una derecha sin guía periodística ni ensayística confiable. La izquierda está mejor, si es por eso.
Y justamente hablando de eso, podrá decirse, con razón, que ésta no es la etapa más gloriosa del periodismo argentino, pero sí la más sincera. La más desnuda. Es para celebrar y se lo debemos a que la política volvió a tener peso; a que ya no se trata de que las corporaciones pueden asentar un discurso único en eterno favor de sus intereses; a que los debates públicos son ardientes gracias a que aquello, la política, reinstaló la chance de dar pelea cultural y concreta, con posibilidades de éxito. Se gana y se pierde, pero los privilegiados de siempre ya no pueden dar por ganado el partido sin jugarlo. Crece la cantidad de gente que no come vidrio, tenga la inclinación que tuviere, en torno de nosotros. Medios, y periodistas individualmente considerados. Más o menos ya todos saben –valga el oxímoron– que detrás de esta actividad hay el juego del poder; la puja por influir ideológicamente y, en consecuencia, la importancia de no comprar a sola firma. Hay operaciones y operetas de prensa como pocas o ninguna vez se han visto. Hay títulos tramposos a mansalva. Hay demasiada nota mal escrita. Hay que por perseguir síntesis extremada lo simple se convierte en simplote. Hay ausencia, no total, de grandes plumas. Hay violaciones seriales a la diferencia entre sintaxis gráfica y oral. Hay que la noticia no vale a secas, sino e inevitablemente con música de fondo. Hay la orgía del uso de potenciales. Hay exceso de copiar, cortar y pegar, y de que con una sola fuente basta y sobra. Pero también hay que, aun con todas esas deficiencias, errores horrores, manipulaciones, se sumaron medios y voces que disputan hegemonía y construcción de sentido a los ganadores que ya no ganan así como así. Hay periodismo que es sindicado como ultraoficialista. El “ultra” ni siquiera hace falta: en la hipocresía del ideario liberal, periodismo y simpatías con el gobierno de turno deben llevarse obligatoriamente mal. A sabiendas, confunden la necesidad de preservar pensamiento crítico con oponerse porque sí. Y así también resulta habilitado hablar de un periodismo opositor, ultra o a secas, que en algunos casos persiste en designarse como constitutivo de medios “libres”, o “independientes”. Continúa consumiéndoselos, y cómo, pero no desde creerlos vírgenes. Esto es, en sí mismo, una victoria importante hacia la honestidad intelectual. Para ponerlo en lenguaje de chascarrillo o chicana: los K y sus periodistas militantes o afines serán lo que serán, pero vos no me vengas con que sos una carmelita descalza. Está ese resentimiento por los negocios perjudicados, los accionistas que debieron dividirse, la afectación de símbolos, la desmonopolización del fútbol televisado. Ahora resulta que una parte de los negocios pasó al Estado, y que ese mismo Estado, que ya no es de ellos ni de sus amigos en soledad, reparte cartas de otorgamiento de licencias de radio y tevé. Eso también implica la posibilidad o concreción de corruptela, aunque lo trascendente será si el resultado final es o no mayor democratización en el número y calidad de voces mediáticas. Pero vos, ustedes, todos, no jueguen de carmelitas.
La conclusión es literalmente la misma que la del año pasado, en este mismo espacio, aprovechando el reciente Día del Periodista. Felicidades a los que no nos creen independientes de nada, y a quienes nos reconocen como los actores políticos que somos.
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