EL PAíS › OPINIóN

Los buitres internos

 Por Eduardo Aliverti

A estar por los gestos y declaraciones de los contendientes, que tanto pueden deberse a las perspectivas reales como a talantes de poker, Argentina y los buitres marchan a un encontronazo “final” capaz de dejar al país en situación de default técnico. Es recomendable, por tanto, insistir en la consideración de ciertos datos objetivos, alejados del escenario dramático, e incluso catastrófico, que colorean algunos medios y sus opinólogos operadores.

Esta columna es redactada sabiendo que la posibilidad de ese escenario sería tan factible como la de cambios de último momento. No son pocos quienes estiman que la cuerda sigue tensándose hasta el máximo al solo efecto de que una de las partes, o ambas, deban finalmente ceder. Del mismo modo en que las afirmaciones de unos y otros sugieren un callejón sin salida, los grandes ámbitos, índices y jugadores financieros, adentro y afuera, contradicen un clima ruinoso. En cualquier orden de importancia, el blue no pega saltos significativos; el riesgo-país continúa bajando; el “contado con liqui”, que es el dólar acreditado en cuentas del exterior mediante operaciones en blanco, opera por debajo de los 10 pesos y eso indica la llegada de divisas que apuestan a activos domésticos. Los diarios y analistas especializados en economía, que no son precisamente un canto al progresismo, señalan en su mayoría que no hay ánimo litigante entre los inversores. The New York Times editorializa que Thomas Griesa no entiende nada, y que recién ahora “está aprendiendo lo complicada que puede ser la vida para un juez cuando busca controlar las acciones de un gobierno soberano”. El Indec reconoce que la actividad económica no reacciona, tras una caída de 0,2 por ciento en mayo que se suma a las bajas de marzo y abril, pero a nadie se le antoja la relación entre eso y el choque con los buitres. Wall Street anotó al cierre del jueves un nuevo record, que fue incrustado como noticia entre las coberturas de la batalla judicial. Prosigue la vuelta a manos argentinas de compañías extranjeras: la última es de las empresas que operaban la distribución de gas en Córdoba, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y San Juan (¿tan distraídos son como para confiar en la salud económica de un país que por obra del default se encaminaría al precipicio?). Varios hombres de negocios y operadores bursátiles confiesan, en privado, que más convendría mandar a la basura los libros y fundamentos académicos del ideario ortodoxo. No hay relación entre el infierno que se desataría sobre Argentina, de no llegar a un acuerdo con los holdouts, y una buena salud de mercados locales e internacionales que no calculan eso. Uno de los broker más atendidos en las esferas decisorias acaba de decir que las enseñanzas de CEMA, FIEL y restantes centros del gurkaje neoliberal ya no sirven para explicar ni pronosticar nada.

Lo que sigue es el segundo, último y provocativo tramo del artículo escrito en Página/12 por el economista y sociólogo Rodrigo López, el miércoles pasado. Dice López, al reflexionar sobre la naturaleza de los fondos buitre en el capitalismo actual: “¿Hasta qué punto son (los buitres) disfuncionales al sistema? El caso argentino muestra que gozan de la protección y fomento de los Estados Unidos. Más allá de las declaraciones políticamente correctas que puede hacer el mismo presidente, que trota sonriendo para anunciar el derribo de un avión civil en un teatro bélico nuclear, la acción u omisión del dueño de casa da señales de este apoyo. ¿La geopolítica norteamericana dejaría que un aliado como Corea del Sur o Israel colapse por el martillo de un juez octogenario de primera instancia? Más bien, convendría empezar por reconocer que los fondos buitre son funcionales a los Estados Unidos, haciendo la tarea sucia que no pueden hacer con la diplomacia y tal como en el pasado estaban al servicio de la noble corona británica. Esta delicada situación nos debería servir para recordar que, puertas adentro, fueron los militares argentinos de la última dictadura los verdaderos apátridas, alcahuetes de West Point, quienes entregaron por primera vez la soberanía judicial. Hoy no falta quien, sin pudor, aspira a ser presidente diciendo frases como ‘hay que hacer lo que Griesa diga’, mientras otros, no menos temerarios, adelantan orgullosos que ya tendrían apalabrados bancos del exterior para financiar una nueva estafa al pueblo argentino”.

El firmante coincide con el miembro de la Cátedra Nacional Arturo Jauretche en la proyección principal del análisis porque, siempre, tendrá validez el castigar a países como Argentina, capaces de desafiar el/un nodo de los intereses imperiales. Haber provocado y conseguido la aceptación del quite de deuda más formidable de la historia podrá encajar con el apetito timbero internacional, porque de todas formas obtuvo un rédito que –así fuere menor al convenido– no deja de ser encantador. Pero como moraleja política es intolerable, o por demás contraproducente, para la autoridad del amo. En efecto, Griesa, su mediador, sus amigos ideológicos internos y externos, juegan el papel que por corrección institucional le está vedado a Washington. Se trata de que nos aleccionen, es cierto, aunque cabría un matiz en cuanto a la totalidad de ese concepto: los buitres son el Imperio, y los intereses especulativos del mercado financiero, tanto como lo es el 93 por ciento de los bonistas que sí aceptó el asalto a su tasa de ganancia. Se revela así algún grado de contradicción, no menor, hacia dentro de la maquinaria. Como botón de muestra, el Citibank reveló incertidumbre sobre el accionar a seguir. Y algunos de los propios organismos internacionales que son la quintaesencia de los programas brutales de ajuste, como el FMI y –con un rostro más aséptico– el Banco Mundial, manifestaron su alarma a raíz de lo derivado por el fallo del juez neoyorquino. Serán unísonos en la estrategia, pero no en la táctica. Y aun lo estratégico muestra fisuras: el potencial productivo de Argentina y el aire de negocios favorable que eso (les) implica choca, de frente o costado, contra la voracidad “ejemplificadora” de los intereses político-financieros encarnados por el decrépito Griesa y el lobby de Singer & Cía.

En la estricta coyuntura, tampoco se ve cuáles podrían ser en nuestra economía cotidiana las consecuencias fatales de una falta de acuerdo. ¿Alguien piensa acaso en un colapso de las cadenas de pago, en la provisión de insumos, en una escalada inflacionaria descontrolada o en rayos y centellas por el estilo? ¿Cuáles serían los motivos técnicos para que algo así sucediese? Ninguno, o por lo menos ninguno que se relacione directamente con el episodio buitresco. A derecha e izquierda, la coincidencia es casi unánime sobre la necesidad de dólares que tiene Argentina para sostener su crecimiento real y potencial. De allí proviene la resolución de los pleitos con Repsol y el Club de París, y el arreglo con los buitres era y es una suerte de último paso para dejar saldados los grandes números pendientes, de cara a un panorama de mayor confianza externa para conseguir financiación. Ese paisaje podría atravesar una zona de turbulencia si no hay caso con el problema en sede neoyorquina, pero estimar que consistiría en un golpe mortífero no tiene pies ni cabeza. Si los respaldos alcanzados por Argentina en la escena internacional pueden razonarse como meramente declarativos (algo de eso hay, convengamos), la corriente favorable de inversiones en áreas estratégicas es bien concreta. Para reiterar lo afirmado en esta columna la semana pasada, puede cuestionarse que se trata de grandes negocios de élites empresariales y no de una expansión más abarcativa de pequeños, medianos e integrados actores locales. No es esa discusión lo que está en juego, sin embargo, si el tema reside en medir el riesgo de un default, desde su misma definición. Imposible no coincidir cuando se pregunta de qué default están hablando, si el país paga. Por otro lado, que es sustancial, ese término resulta asociable, de inmediato, con la calamidad vivida en 2001. Y nadie en su sano juicio puede creer que la situación es remotamente parecida a la de entonces. Estamos así frente a una contienda que, muy antes de graves aspectos técnico-financieros, de macroeconomía o de presunciones asentadas en catástrofe inminente, pasa por el tráfico informativo. La perforación zocalera de los noticieros televisivos sigue vigente, así como los títulos de portales e informativos radiofónicos de la oposición. Pero los columnistas económicos de algunos tanques mediáticos ya amagan con guardar violín en bolsa, porque la antipatía generalizada que despierta el “griesismo” les hace pensar en la imprudencia de dispararse a los pies. Más luego, no es imposible pero sí difícil de creer que, en la hipótesis de un contexto dramático, una parte sustantiva del pueblo argentino no vaya a reaccionar en defensa de sus intereses patrióticos. Sonará sensiblero, pero este periodista cree que son las palabras justas.

Si nuestro horizonte de corto y mediano plazo fuera realmente calamitoso, a raíz del dichoso default técnico, no debería indagarse la causa en ahogos financieros de las cuentas externas. Habría que apuntar a la incapacidad o falta de entusiasmo social para abroquelarse contra una extorsión foránea; a la complicidad de una oposición ventajera, tilinga, chiquita; a la falta de habilidad del Gobierno para tripular un huracán de amenazas, que los medios amanuenses o comandantes del tipo de interés buitre azuzarán –como ya lo hacen– hasta el hartazgo. Dicho de otra manera, si ocurriere aquello que, ahora dicen, es lo peor, no tendríamos que hurgar afuera sino bien acá, entre nosotros.

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