EL PAíS › EL PRESIDENTE SE MOSTRO EXULTANTE CON LOS RESULTADOS
“Los ma-ta-mos”, dijo Kirchner
Desde Santa Cruz, consideró que los triunfos de Ibarra, Solá, Fellner y Acevedo ponen fin a un modelo y consolidan otro, al que catalogó de “progresista”. Río Gallegos, la espina.
Por Diego Schurman
Poco después de las 19 sonó el celular de Aníbal Fernández.
–Los matamos –escuchó el ministro del Interior del otro lado del auricular.
La voz era inconfundible. Néstor Kirchner parecía un chico. “Ganamos, ¿entendés? Los ma-ta-mos”, repitió una y otra vez desde Santa Cruz. No mencionó a sus “enemigos”. No hacía falta. Todos supieron interpretar que se refería a los Macri, los Patti, los Rico. Por si hubiesen quedado dudas, lo aclaró segundos después. “Ganó un modelo progresista.”
El día D se transformó rápidamente en un día K. Ya no por el abultado y esperado triunfo de Solá en la provincia de Buenos Aires, sino por el atípico “renunciamiento a la pelea mediática” de Macri: antes de que se conocieran oficialmente los primeros cómputos, el competidor de Ibarra bajó la cabeza y admitió su derrota.
La palabra “muerte” estuvo omnipresente. No fue casualidad. Para cada uno de los funcionarios del Gobierno era la mejor manera de seguir enterrando un proyecto que inició su declive con el abandono de Carlos Menem. “Esto demuestra que la Argentina de la decadencia se está muriendo”, señaló el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
Kirchner habló de la muerte política del “viejo modelo” –y sus representantes– y la consolidación del que viene, con sus particulares formas. El “combo”, además de un modo descontracturado, incluye otra manera de construir poder, no tan apegado a los aparatos partidarios. Amén de la necesidad de la estructura bonaerense, que lo sigue apuntalando al son de Eduardo Duhalde, el Presidente arriesgó sin medir en otros lares, como quedó de manifiesto en la Capital.
“Kirchner piensa el poder de otra manera: no va a buscar al tipo que gana y se cuelga, como hacía Menem, sino que se juega con el que está convencido de que se tiene que jugar, y así pasó con Ibarra”, señaló Aníbal Fernández al explicar por qué el porteño hay que considerarlo un triunfo doble.
Efectivamente, el Presidente se inclinó por un candidato que al salir de la gatera estaba muy por debajo de Macri. Y que ni siquiera ayer, hasta después de las 18, daba garantías de triunfo.
De eso es testigo el propio Fernández. Los primeros tres telegramas que llegaron al Correo, bien temprano y separados del resto, fueron angustiantes para el kirchnerismo: en una ganó Macri, en otra Ibarra, y en la tercera empate.
El drenaje de las otras mesas comenzó a calmar las aguas. Pero recién al llegar a la número 87 el ministro del Interior respiró. Exactamente en ese momento, y seguramente anoticiado por su fiscal general y también por los veedores en el centro de cómputos, el presidente de Boca asumió la derrota.
Fue como si la inercia de las “buenas noticias” de la semana, iniciada con el acuerdo con el FMI, no se hubiera detenido. Kirchner habló con todos los ganadores, y esto incluyó a un Duhalde que, aun en las sombras, edifica su poder a paso acelerado.
Para hoy, ya de regreso en Buenos Aires, el Presidente augura una puesta en escena ineludible: la foto con los vencedores, especialmente con Ibarra. Como aperitivo, soñaba mostrarse ayer, sonriente, junto al gobernador electo de Santa Cruz, y actual jefe de la Side, Sergio Acevedo, y también junto a Juan Carlos Villafañe, el candidato a intendente en sus pagos, Río Gallegos. Pero la desventaja que este último mostraba en el recuento, al cierre de esta edición, abortó esa posibilidad. Entre los pingüinos igualmente ya habían encontrado un argumento para explicar la espina: “Nadie es profeta en su tierra”.