EL PAíS › OPINION

Kantar Viktoria

 Por Horacio Verbitsky

Luego de la decepcionante gestión de la Alianza UCR-Frepaso, Aníbal Ibarra era un candidato poco atractivo y los vaticinios electorales lo ubicaban más de 15 puntos por detrás del concesionario de servicios públicos ineficientes Mauricio Macri. Con absoluta coherencia, el Partido Justicialista de la Capital, sello que maneja el ex diputado menemista Miguel Toma, se alió con Macri. El ex Senador Eduardo Duhalde respaldó esa decisión. Su esposa Hilda González fue más lejos. “Mauricio Macri no es el pasado. No es Menem”, lo defendió. El gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá participó en forma abierta en dos actividades de la campaña del hombre de Manliba e incluyó a su colaborador personal más estrecho, Julio Balbi, entre los candidatos del hombre de negocios dudosos a la Legislatura local. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, recibió a Macri en su despacho y también colocó a una persona de su entorno en la lista. Pese a esta confluencia de duhaldistas y menemistas, Néstor Kirchner decidió involucrarse en la campaña en favor de Ibarra, como le sugirió el jefe de gabinete Alberto Fernández. ¿O sería más apropiado decir que lo hizo debido a esa confluencia?
Tenía demasiado para perder, como se lo recordaron cada día de los últimos dos meses. Aquellos quince puntos en contra se redujeron a cuatro en la primera vuelta electoral y revirtieron en una victoria por alrededor de siete en la segunda. En realidad, Kirchner no hizo campaña por Ibarra, sino en contra de Macri. Advirtió que su candidatura constituia la reivindicación del nexo espurio entre política y negocios del que su apellido es emblema. La ciudad de Buenos Aires hubiera sido una plataforma de lanzamiento sólida para un proyecto alternativo al de Kirchner, que ni Daniel Scioli ni Carlos Reutemann pueden aportar desde el Senado pero del cual son miembros naturales. Con la misma decisión con que sancionó las reiteradas provocaciones de Scioli, Kirchner se lanzó al rescate de Ibarra. Por razones parecidas, lo mismo hizo Elisa Carrió. El porcentaje de votantes muy superior en la segunda ronda que en la primera revela un nuevo fracaso de la izquierda miope que apostó al mal mayor, por su pertinaz incapacidad de advertir lo que estaba en juego.
En la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá tenía a su favor la ausencia de competidores de alguna relevancia, tanto a derecha como a izquierda. Los centenares de miles de votos de diferencia entre el reelecto gobernador y las listas-aguantadero de diputados nacionales y diputados y senadores provinciales confeccionadas por Duhalde marcan la presencia de Kirchner en la campaña bonaerense, pese a la apreciación de Solá de que en su provincia era posible ganar sin Kirchner pero no sin Duhalde. Leída en clave política, es errónea. En términos personales, constituye un acto de sinceridad, tanto por el reconocimiento a su jefe político como por la admisión pública de su perplejidad ante Kirchner. Solá, como Reutemann, no terminan de arrepentirse de haber rechazado la candidatura presidencial que Duhalde les ofreció. Uno y otro se consuelan o se persiguen ahora pensando que podrían haberlo hecho tan bien como Kirchner, historia conjetural de demostración imposible. El anacrónico sistema electoral determina que el rechazo a candidatos a diputados como el ex gobernador prófugo Carlos Rückauf, la señora de Barrionuevo o Alfredo Atanasof, no los perjudique a ellos que ocuparon el tercero, cuarto y quinto puesto en la lista, sino a quienes iban más allá del puesto 19. En el pecado está la penitencia: en la puerta se quedó un yerno de Duhalde, quien aún le debe al país una explicación de qué pactos está pagando con esas inclusiones vergonzosas. La única verdadera sorpresa de la elección provincial fue el desempeño de la UCR. Al avanzar anoche el escrutinio los radicales obtenían tantos votos como los hombres de las cavernas Aldo Hulk y Luis Abelardo Picapiedras sumados, tanto para la gobernación como para las distintas instancias legislativas. FedericoStorani queda así en la pole position para la hipotética reconstrucción de la Unión Cívica Radical
Tanto la inexistencia de la fórmula que postulaba para gobernador a Luis D’Elía como el aceptable desempeño de la lista de diputados nacionales del ARI, encabezaba por Martha Maffei, quien cerca de la medianoche se imponía sobre la lista del coronel Hulk, son síntomas de los déficit de conducción del propuesto Movimiento Político y Social del que ambos dirigentes de la CTA son parte. El burdo proselitismo que hizo D’Elía indica que no basta con gritar “La vida por Kirchner” para atraer al electorado.
Las amplias victorias del íntimo colaborador de Kirchner, Sergio Acevedo, y de su jefe de campaña, Eduardo Fellner, en Santa Cruz y Jujuy, son otras tantas apuestas ganadas por el presidente, quien ya había obtenido éxitos significativos en Catamarca (donde la fórmula del Frente Cívico batió a la candidata justicialista de José Luis Barrionuevo) y en Río Negro (donde su apoyo al disidente justicialista Eduardo Rosso impidió la victoria de Carlos Soria, quien desde la SIDE había escenificado las peores prácticas del matonismo y la injerencia indebida en otros poderes). Al cierre de esta edición en El Chaco, el justicialista Jorge Capitanich parecía fracasar en el desafío a la hegemonía radical. Es llamativo que tampoco allí participó nadie del gobierno, en apoyo al ex jefe de gabinete duhaldista. No sólo se gana cuando se imponen los candidatos propios, también cuando caen derrotados los adversarios. Bien lo sabe Ricardo López Murphy, quien no prestó sus votos para el crecimiento de un eventual competidor por el disperso electorado de la derecha, como era Macri. La prueba decisiva será dentro de dos semanas en Misiones. Kirchner, a través de su candidato Carlos Rovira, confrontará el 28 de setiembre en forma abierta con Duhalde, quien sostiene a Ramón Puerta, cuyo paso al costado le permitió ocupar por unos meses el sillón presidencial que había perdido en las elecciones de 1999.
En poco más de cien días de gobierno Néstor Kirchner ha construido una base de poder impensable aquella noche del 27 de abril, cuando en la primera ronda elctoral por la presidencia apenas obtuvo el 22 por ciento de los votos, contra 25 por ciento de Carlos Menem, de quien hoy nadie se acuerda. Los resultados de las elecciones de ayer traducen en posiciones institucionales la asombrosa adhesión popular que se observa en cada una de sus actividades públicas y cuyos porcentajes medidos por encuestas no tienen precedentes en la historia argentina. Esa es tal vez la gran novedad de este año asombroso, en el que alguien desde la clase política aprendió algo tan elemental como olvidado: escuchar a la sociedad, interpretar sus anhelos.

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