Martes, 30 de septiembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › TESTIMONIO DE VALERIA GUTIéRREZ ACUñA, NACIDA EN CAMPO DE MAYO DURANTE LA DICTADURA
Gutiérrez Acuña recién empezó a conocer su historia el año pasado, luego de enterarse de que era adoptada. En febrero pasado los resultados de ADN revelaron que sus padres fueron Liliana Isabel Acuña y Oscar Gutiérrez, que permanecen desaparecidos.
Por Ailín Bullentini
“Fue todo ganancia para mí”, hizo su balance Valeria Gutiérrez Acuña diez minutos después de haber ofrecido su testimonio en el juicio que investiga su apropiación, entre la de otros nueve bebés nacidos en las inmediaciones del área militar de Campo de Mayo durante la última dictadura. En un primer momento, la reflexión apuntó al descubrimiento de su verdadera identidad, en febrero pasado. Pero de inmediato la hizo extensiva a la mañana de ayer, su primera declaración pública como la hija de Liliana Isabel Acuña y Oscar Gutiérrez, secuestrados en agosto de 1976 y, desde entonces, desaparecidos.
Con frases cortas y carentes casi por completo de valoración emocional, la joven mujer resumió en poco más de una hora, y por primera vez de manera pública, el giro que su vida comenzó a dar a mediados del año pasado y que completó en febrero último. Una nueva vuelta, sobre la que están en plena circulación, reserva para ella los vínculos con la “nueva familia”, tíos y primos paternos, la reconstrucción de la imagen propia a través de viejas fotografías y anécdotas eternas de los padres verdaderos y “buenos momentos”.
Sea como fuere, Valeria se deja traslucir tranquila y sencilla respecto de tantos “momentos contradictorios” por los que aún reconoció que traspasa. “Me sentí contenta con mi nueva identidad, pero fue doloroso enterarme de lo que ocurrió con mis padres”, evaluó ante el Tribunal Oral Federal N° 6 lo experimentado cuando supo “la verdad”. Con preguntas de este estilo, la querella de Abuelas de Plaza de Mayo –parte solicitante del testimonio de la joven– fue guiando el testimonio, que tuvo eje en la historia personal como nieta recuperada y no ofreció aportes sustanciales respecto de Liliana Isabel Acuña, la madre de la que fue separada al nacer y de cuyos restos no se sabe nada.
Valeria reconoció que, hasta mediados de 2013, nunca había dudado de su origen: su partida de nacimiento asegura, falsamente, que nació el 31 de diciembre de 1976 y que es hija biológica de Rita y Rubén Fernández, ella ama de casa, él policía bonaerense fallecido hace 27 años. El puntapié hacia la búsqueda lo dio su prima: “Un día me contó que mi hermano mayor era adoptado y que, cuando le preguntó a mi tía, ella le dijo que yo también lo era”. Dijo que la primera reacción fue la sorpresa, y luego el descrédito. Hasta que le preguntó a su apropiadora: “No me lo negó”, relató.
En noviembre se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo. Desde allí, el puente con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) fue directo: en febrero pasado los resultados le revelaron que sus padres verdaderos son Liliana Isabel Acuña y Oscar Gutiérrez, y le quitaron la angustia que la acompañaba desde que su apropiadora le había revelado su verdad. “Me costó mucho preguntarle si era verdad lo que había dicho mi prima. Me habían criado con tanto amor... Cuando finalmente me animé, me dijo que no era hija suya y me contó que unos compañeros de mi papá de trabajo lo habían llamado para ofrecerle si no quería quedarse con una beba, ya que él había adoptado a un nene hacía poco –su hermano mayor, nueve meses más grande que ella–. Me dijo que esa gente me había encontrado abandonada en una ruta, que estaba muy flaquita, que era muy chiquita, que tenía diarrea. Y que ellos me aceptaron”, testimonió. Sus papás no la habían abandonado; sus papás estaban desaparecidos.
Según Valeria, Rita Fernández no supo el origen de esa beba “abandonada” a la que inscribieron ilegalmente como hija propia; tampoco quiénes ni qué fue de sus padres biológicos o de la fecha real de su nacimiento. Tal vez por eso, los únicos datos sobre ellos que Valeria pudo ofrecer cuando la Justicia le consultó fueron los pocos que su familia biológica fue otorgándole: “Sé que eran jóvenes, que eran militantes de Montoneros, que los llevaron de su casa –no recordó el domicilio–”, reseñó.
Con apenas un poco más de detalle, esos datos fueron ratificados por los tíos paternos de Valeria: José y Ernesto Gutiérrez. Isa y Oscarcito se conocieron algunos años antes de que los cazara el terrorismo de Estado y para aquel día, la familia sabía que iban a ser padres. “El 26 de agosto me llamó mi mamá y me contó. ‘Se llevaron a Oscarcito, se llevaron a Oscarcito’, me gritaba. Me aconsejaron que no fuera por allá”, recordó José. Por el relato de los vecinos de la casa ubicada en Rincón y Avenida de Mayo, en San Justo, la familia se enteró de que esa madrugada unas 12 personas vestidas de civil “y con armas largas a la vista” los habían llevado en autos. Después se enteraría de que en ese momento también secuestraron a la hermana de Acuña, y a su pareja. Los cuatro permanecen desaparecidos.
Los Gutiérrez no eran peronistas, “más bien todo lo contrario”, pero el hijo mayor salió para ese lado. “Sabíamos, pero así, por arriba, que militaba en la Juventud Peronista y que integraba la facción oeste de Montoneros”, contó José. El relato de los hermanos, ayer, coincidió en la búsqueda “incansable” del matrimonio, no sólo por el hijo, sino también por el nieto y la nuera. “Mi papá anotó cada cosa que hizo, por día, por hora, en un cuaderno”, reveló José. Esas anotaciones forman parte de la causa, como prueba.
Allí, por ejemplo, están eternizados los diálogos que José Gutiérrez padre mantuvo con un policía de la Comisaría Cuarta de San Isidro o Las Barrancas, según se lo analice como institución legal o centro clandestino de detención. El hombre fue quien acercó un mensaje de 14 detenidos clandestinos allí encerrados a sus familiares: “Señor, le pedimos por favor avisar a nuestros familiares que estamos con vida”, comenzaba el texto escrito en un pequeño papel con los 14 nombres. Entre ellos, figuraban los de Oscar e Isabel, con mención a su embarazo, y los de Eva, su hermana, y esposo. Gutiérrez padre también registró en ese cuaderno la escueta respuesta que recibió de Jorge Rafael Videla, que en 1977 lo recibió en una reunión privada en Santa Cruz de la Sierra: “Lamentablemente, doctor Gutiérrez –el hombre fue cirujano–, ni usted ni yo vamos a saber nunca el destino de sus hijos”, apuntó el hombre. Para José, su padre entendió el mensaje: “Videla sabía, todos ellos sabían que las familias nunca íbamos a encontrar a nuestros desaparecidos”.
Del nacimiento del hijo de Oscar e Isabel la familia no tiene datos: “No sabemos realmente en dónde ni cuándo pudo haber nacido”, remarcó José frente al tribunal. Sin ir más lejos, reconoció que durante un tiempo “había perdido las esperanzas”. Por eso, la emoción se le cruzó en medio del relato y lo obligó al silencio, que rompió pocos segundos después: “En febrero, cuando me llamó Estela y me contó que Valeria nos había encontrado, que habían encontrado a la nieta 110, lloré tres días seguidos. Es una hermosa mujer, es mi hermano”.
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