Martes, 20 de enero de 2015 | Hoy
EL PAíS › LA MUERTE DE NISMAN > OPINIóN
Por Washington Uranga
Hay momentos históricos en los cuales, por las circunstancias que se viven, las responsabilidades de las personas superan los límites normales de sus funciones y de sus incumbencias específicas. Aunque habrá opiniones y voces que, después de leer estas líneas, las convertirán –por razones distintas y hasta opuestas– en blanco de críticas, es necesario decir que los periodistas, los comunicadores sociales en general, tienen hoy responsabilidades que desbordan aquellas que originalmente se les reconocen. Cabe la misma consideración para políticos, jueces, funcionarios, etcétera.
La vida política y la democracia en el país están atravesando momentos que requieren de todos y todas, sin importar condición, profesión o función, un alto grado de compromiso humano y nacional, dejar de lado el oportunismo circunstancial y apegarse a la verdad para hacer cualquier consideración.
Esto supone, en primer lugar, reafirmar la necesidad y la importancia de seguir la investigación hasta que conduzca a la verdad de los hechos, cualesquiera que éstos sean. Exige, al mismo tiempo, que quienes están constitucional y legalmente habilitados para esclarecer las situaciones actúen con apego a la verdad, sin especulaciones y con rigor ético. ¿Es mucho pedir? No debería serlo, pero los acontecimientos políticos que vivimos en la Argentina obligan a poner en blanco sobre negro hasta las cuestiones que son obvias para que no terminen desdibujadas.
No puede ser sacrificada la verdad sobre el criminal atentado contra la AMIA. Es preciso también transparentar todos los intereses que han intervenido para que veinte años después no se conozca a los responsables de la masacre y éstos no hayan sido juzgados. Es imprescindible que la muerte del fiscal Alberto Nisman se esclarezca rápidamente y sin dejar lugar a dudas. Es necesario que sus denuncias se comprueben o descarten indubitablemente.
Para que lo anterior sea posible, los periodistas tenemos que colaborar desde nuestro lugar. Informando con apego a la verdad, investigando dentro de nuestras posibilidades. La especulación sin fuentes, la reproducción de rumores, las presuntas primicias que luego se revelan falsas no contribuyen, no ayudan ni desde el punto de vista informativo al discernimiento de las audiencias, ni desde la perspectiva política para colaborar en la vida ciudadana y en la democracia.
La cobertura periodística de la muerte del fiscal Nisman estuvo ayer atravesada por nuevas irresponsabilidades en el ejercicio de la función profesional. Muchas cámaras y otros micrófonos, también los portales de noticias, sirvieron para reproducir conjeturas, sustentar especulaciones y fomentar conspiraciones con evidentes intenciones políticas sectarias, oportunistas y electoralistas. Una vez más la muerte se convirtió en caldo de cultivo propicio para sacrificar la verdad. Lamentablemente, hay que decir, no ocurre solamente en este caso. Es una escena que se repite con demasiada asiduidad en nuestros medios de comunicación. En unos casos con clara intencionalidad política, en otros con argumentos de rating.
Para dejarlo en claro también: así como la libertad de prensa no es un valor absoluto, tampoco lo es la primicia, o la supuesta primicia, y nunca está por encima del apego a la verdad. La prudencia y la responsabilidad –virtudes de los menos, pero que también existen– no están en las antípodas, ni son enemigas del buen ejercicio de la profesión periodística. Todo lo contrario. Porque antes que periodistas, quienes ejercemos esta profesión somos seres humanos y ciudadanos.
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