Martes, 17 de febrero de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
El fiscal de Cámara Germán Moldes dijo ayer a Radio Mitre: “Le tememos al pronóstico meteorológico y a nada más”. Lo afirmó al explicar que los fiscales no tienen miedo tras la muerte de Alberto Nisman, aunque sus familiares sí. La frase sobre el tiempo pareció aludir a la marcha convocada para mañana por él y los fiscales afines. La página www.wea
ther.com pronosticaba ayer 80 de probabilidad de lluvias. También tormentas. Es poco serio cifrar el análisis político en que haya más o menos lluvia, porque nadie puede saber si eso significará más o menos gente marchando detrás de Moldes y su grupo integrado por Guillermo Marijuán, José María Campagnoli, Carlos Stornelli, Raúl Plee y Ricardo Sáenz. Suena más interesante preguntarse por qué un magistrado que no habla en público –como es el caso de Moldes– decidió que éste es el momento de comunicarse a través de los medios todos los días.
La verborragia podría explicarse si fueran ciertas sus propias manifestaciones. El domingo, entrevistado en La Nación por Adrián Ventura, Moldes explicó lo siguiente: “Nisman demostró tener mucho coraje cuando radicó una denuncia en un tema que, hasta ahora, había sido tabú. Y ese acto de valor le costó la vida. La muerte de Nisman fue injusta. Los fiscales nos preguntábamos qué hacer y cuando advertimos que la sociedad estaba organizando una marcha, nos sumamos. Así fue como nació”.
Ante la pregunta de si Nisman fue asesinado, Moldes dijo no saberlo. Vale la pena citar textualmente qué argumentó después: “Pero la muerte ocurrió en circunstancias extremadamente dudosas. Es imposible separar la muerte de Nisman de la denuncia previa que había presentado contra la presidenta Cristina Kirchner y de la presentación que al día siguiente de su muerte iba a hacer en el Congreso. Es una secuencia que explica por sí sola que fue una muerte política. A Nisman no lo mataron por una deuda de juego, ni fue un motochorro”.
Pasadas en limpio, las declaraciones de Moldes dan lugar a varias preguntas.
¿Nisman tuvo un coraje del que Moldes careció?
¿Moldes conocía circunstancias presuntamente delictivas en relación con Irán que no dio a conocer por miedo?
Si, para Moldes, la muerte ocurrió en circunstancias dudosas, ¿para qué hacer una marcha cuando la fiscal Viviana Fein está investigando el fallecimiento justamente como “muerte dudosa”?
¿Qué quiere decir Moldes cuando habla de “un acto de valor” que a Nisman “le costó la vida”?
Cuando alguien dice que algo le costó la vida a una persona, jamás piensa en un suicidio. ¿Moldes tiene una hipótesis de homicidio y la oculta como fiscal?
¿Cómo sabe Moldes, en su carácter de funcionario público y fiscal, y no como simple ciudadano que observa una secuencia de hechos, que la muerte tiene directa relación con su denuncia pública contra la Presidenta y con el testimonio que prestaría al día siguiente en el Congreso?
¿Qué significa que “la muerte de Nisman fue injusta”? ¿Qué sería, para Moldes, una muerte “justa”?
¿Por qué afirma Moldes que la secuencia “explica por sí sola que fue una muerte política”? ¿Qué elementos tiene y qué elementos debería reunir la Justicia según su criterio de fiscal de Cámara?
Una discusión posible consiste en determinar si la ambigüedad de Moldes es completa y le quita la obligación de denunciar o si, por el contrario, midió mal los términos y debe cumplir con la obligación de denunciar un presunto delito, que alcanza a todo funcionario público.
En todo caso, parece una cuestión interesante para dirimir el jueves, cuando la marcha, con o sin lluvia, con mucha gente o con menos de la esperada por los organizadores, haya pasado. Demandar a Moldes por omisión de denuncia hoy o mañana sonaría tan poco serio como el ruego del fiscal a los dioses del servicio meteorológico. Hacerlo después, si fuese razonable, sería útil para que cada protagonista se hiciera cargo de sus palabras más allá de la acción psicológica que precede a una marcha.
La lluvia y el modo en que Moldes se convirtió en líder de una minoría intensa son fenómenos que acompañan a otros. Por ahora sólo pueden formularse en forma de interrogantes. Sobre todo uno: ¿qué sacó al fiscal de Cámara de la penumbra en la que solía moverse desde que accedió a Tribunales, luego de ser secretario de Población de Carlos Menem con José Luis Manzano de ministro del Interior?
Si alguien no se conformara con la explicación de que Moldes actúa porque sinceramente está conmovido por el miedo de los familiares, inclusive de los propios, tal vez debiera recurrir a otra línea de investigación. Un tema muy meneado en los últimos dos meses es el descabezamiento de la cúpula de la Secretaría de Inteligencia con la renuncia exigida por la Presidenta a las dos cabezas políticas, Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, y al director de Operaciones, Antonio Stiuso. Otro tema de debate público es la promiscuidad entre una parte de los servicios de Inteligencia y una parte de la Justicia Federal. ¿La promiscuidad suponía ir legítimamente en auxilio de la Justicia en causas importantes? ¿Abarcaba operaciones políticas en Tribunales? ¿Involucraba supuestas razones de Estado o ni siquiera ese argumento era necesario, porque cuando una práctica se instala como hábito ni necesita coartadas? ¿Se trataba de una secuencia, como diría Moldes, que incluía cajas ilegales de recaudación, para así ganar mayor poder, para así manejar más cajas, para así incrementar el poder, y seguir esa creación de nuevas estructuras al infinito? Está de moda hablar de los carpetazos. Es un eufemismo: en rigor son operaciones de extorsión para que alguien haga o diga algo, o deje de hacer, o deje de decir, por miedo a la revelación de secretos incómodos que aluden a vulnerabilidades impresentables. Las extorsiones, que se usan cuando la amenaza no alcanza, son sólo una parte de los aspectos mafiosos de la política, aquí y en cualquier país del mundo. Pero hablar de ellas y no meterse a investigar la relación entre las cajas ilegales y el poder incrementado gracias a esas cajas dejará a la vista una comprensión muy parcial del submundo de la política.
Ninguna hipótesis implica dejar de lado, naturalmente, una pregunta que sobrevuela los últimos dos meses, desde los cambios en la Secretaría de Inteligencia. ¿Por qué tantos años después, entonces, y no en el 2003, el 2007 o el 2011, para mencionar los comienzos del mandato de Néstor Kirchner y de los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Temieron ambos presidentes revolver un avispero que no estaban seguros de poder controlar? ¿Creyeron que lo administrarían si compartían el poder de fuego? ¿Eligieron descansar en la promiscuidad conocida pensando en que la manejarían o, más aún, en que la aprovecharían? Usando la famosa frase de Raúl Alfonsín, ¿no supieron, no pudieron o no quisieron? La pregunta no es menor, y como toda pregunta en historia, admite y requiere el análisis de cada momento concreto de los últimos doce años. Otra pregunta más: ¿por qué el Gobierno impulsó el enjuiciamiento del juez federal Juan José Galeano por el presunto armado de una causa durante la no investigación del atentado a la AMIA y dejó que el juicio oral languideciera mientras ex funcionarios eran sobreseídos? ¿Por qué, con tantas épicas en danza, no hubo una épica para buscar apoyo político popular y visibilidad para hacer posible un juicio ejemplar por encubrimiento? ¿O habrá sucedido que, transcurrido el tiempo, se fue consolidando la trama de operadores judiciales y jefes de Inteligencia y, como toda burocracia, terminó cruzando todo el Estado y sirviendo o haciendo que servía a funcionarios políticos de alto nivel?
La política y la investigación histórica irán dando cuenta de esas preguntas en el futuro, y en ese contexto la perduración de Moldes es una incógnita casi tan inquietante como las razones de la continuidad de sus amigos en los organismos de Inteligencia.
En su recorrido público de estos días, Moldes aún no explicó los motivos, revelados varias veces por este diario sin desmentido alguno, que los llevaron a él y al fiscal Raúl Plee a integrar la pléyade de morosos en la causa AMIA y a no impulsar medidas propuestas por Memoria Activa como querellante. ¿Esas medidas habrían significado un revés para la estructura de jueces y espías?
En declaraciones de ayer a Radio Mitre, Moldes criticó a Raúl Zaffaroni porque, según dijo, fue juez durante la dictadura mientras él y el dirigente del gremio judicial Julio Piumato eran torturados. El Estado terrorista que imperó en la Argentina entre 1976 y 1983 fue la peor etapa de la historia nacional, pero está claro que la condición de víctima tiene un solo costado absoluto: el encarnar la profunda injusticia de un delito cometido en el marco de un plan criminal. Haber sido víctima, sin embargo, convoca a la solidaridad humana y obliga a la reparación jurídica, pero no otorga inmunidad ni convalida moralmente ningún acto posterior. Si, por ejemplo, alguien hubiera sido picaneado y años después, ya en democracia, hubiese llegado primero al Poder Ejecutivo y después al Poder Judicial, ese sufrimiento no justificaría su flexibilidad ante las organizaciones de la inmigración ilegal china, ni tolerancia en el caso del ingreso a la Argentina y el blanqueo del traficante Monzer al-Kassar y, menos todavía, la falta de compromiso activo en la causa AMIA.
Quizá todo sea más simple de lo que parece y Moldes salió a la luz por una razón sencilla: el viejo sistema de cloacas reventó y ahora cada animalito debe arreglárselas por su cuenta. Si consigue ese objetivo de mínima, después podría buscar el reciclado de la vieja estructura para construir una cloaca nueva.
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