Miércoles, 18 de febrero de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Gustavo Oliva *
Los reaccionarios saben, en la intimidad de su poder, que sus razones, objetivos e intereses son inconfesables, porque son inaceptables para los pueblos. Por eso no llaman a las cosas por su nombre, las ocultan bajo un lenguaje amable. Se ocultan porque la verdad es el inicio del camino a su derrota. Su de-senmascaramiento motoriza la resistencia y la rebelión.
El pueblo argentino ya los conoce, por más que se escondan detrás de supuestas buenas intenciones. Los conocieron los “cabecitas negras” que hicieron el 17 de octubre para liberar a Perón. Son los mismos que se horrorizaron con ese “aluvión zoológico”. Los vieron los trabajadores ponerse a la cabeza de las marchas de la Unión Democrática que quería cerrarles el paso a los derechos sociales.
Cuando no pudieron con la lucha “democrática” acudieron al hostigamiento, la calumnia, y terminaron, siempre en nombre de altos valores, con la carnicería de los bombardeos en Plaza de Mayo, el golpe de 1955, la proscripción, la persecución y la represión. Hambre, pobreza, silencio impuesto, muerte para el pueblo.
Volvieron a mostrar sus garras en 1976. A través del terror, la entrega nacional y la pobreza, los conocimos todos. El silencio de los cementerios para asegurar el auge de sus negocios espurios. Todas las fuerzas populares y democráticas de la Nación han construido después de esos estragos un dique ideológico contra las dictaduras.
Frente a esto, los eternos golpistas van mutando. Los nuevos Braden de aquí y de otros puntos de su tablero de conquista han aprendido a cambiar de ropaje. Se los ha denominado golpes blandos. Pero golpes al fin. Por mecanismos alternativos a la fuerza militar buscan desestabilizar a los gobiernos populares y democráticos e interrumpir los cambios estructurales que se impulsan en beneficio de la sociedad.
Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner retomaron la política histórica del peronismo de denuncia y desenmascaramiento del Poder concentrado y promoción de los derechos sociales. La lucha por el esclarecimiento y castigo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura son un capítulo en clave kirchnerista como también los esfuerzos por cerrar los más de veinte años de impunidad de los actos de terrorismo contra la Embajada de Israel y la AMIA. Buscó terminar con el silencio judicial sobre esas causas.
Ambas políticas se impulsaron dentro del marco constitucional, que impone al Poder Judicial la responsabilidad del proceso. Con el fin de dotar de las condiciones necesarias para ello, se derogaron las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y los indultos, y se dio todo el apoyo político a las causas judiciales. Por otro lado, se creó la Unidad Especial de Investigación del ataque contra la AMIA, con recursos presupuestarios abundantes. El mundo entero escuchó el reclamo persistente de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en los organismos internacionales al gobierno de Irán para que colabore facilitando la indagatoria de los acusados, que era ineludible para hacer avanzar la causa. La predisposición de las autoridades iraníes, manifestada públicamente, de allanarse a ese objetivo, motivó el acta de entendimiento.
No se le perdona a Cristina la exposición pública de las desnudeces del Poder concentrado, foráneo y nativo, y el desmontaje gradual de sus posiciones de privilegio. Su liderazgo en ese proceso de cambio es un obstáculo que deben remover para recuperar el trono y las riquezas perdidas.
Por eso ahora la denuncia es contra la jefatura del kirchnerismo, en cabeza de la Presidenta, y dos pilares fundamentales de su andamiaje político: los jóvenes organizados y los movimientos sociales.
Los enemigos de la Nación y del pueblo no pueden atacar abiertamente y acuden al atajo sinuoso de la denuncia artera y sin pruebas; la descalificación, en lugar del debate; todo ello con el amparo de los intereses extranjeros que siempre están a la expectativa de lograr su suculenta tajada. Aquí no escogen el silencio: cuentan con el martilleo incesante de los medios monopólicos que se presentan como testigos imparciales, pero forman parte indisoluble, central, del elenco de oposición de los actores económicos y políticos privilegiados.
El peronismo entiende perfectamente el dolor frente a todas las muertes, porque su cuerpo, como ninguno, está estragado de heridas; entiende el temor ante la inseguridad que genera la violencia, porque ha tenido que vencerlo para desarrollarse, como ningún otro movimiento, escapando de la persecución desde el Estado; entiende la frustración ante la impericia judicial para encontrar culpables y por eso ha impulsado como ningún otro partido la investigación y castigo de los crímenes contra el pueblo; entiende, en fin, el silencio respetuoso de quienes sienten la consternación y el estupor ante una muerte ominosa.
Pero hay otro silencio que NO compartimos: porque una vez más se ocultan detrás sus propósitos inconfesables. En 1946 estuvo Braden. Hoy, adaptados al conocimiento que el pueblo argentino tiene de los intereses reaccionarios y sus golpes de Estado, el nuevo embajador y muchos de los dirigentes opositores, con los que se ha venido reuniendo, no pueden declamar abiertamente su deseo de volver atrás este proyecto transformador, y por eso utilizan ese otro silencio y, con ellos, algunos de los funcionarios de la Justicia que han tomado parte en la tarea de veintiún años de impunidad en la causa AMIA. La prensa de entonces y de ahora, en su necesaria tarea de recordación, ha dado cuenta de ello. No confundamos los silencios. Los argentinos honestos deben tener presente esta historia, para no repetirla.
* Senador de la provincia de Buenos Aires (FpV).
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