Lunes, 4 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Otra vez, un resultado de comicios porteños desató algunas de las polémicas más encendidas que puedan encontrarse en todo el país. No es una cuestión de ombliguismo, aunque haya algo de eso por tratarse de la vidriera mayor, sino que es difícil acertar –o asumir– los valores y voluntades electorales de este distrito.
La propuesta es recorrer tres aspectos, que pueden estar interrelacionados o no. Primero, reparar en los datos numéricos relevantes. Está claro que una enorme mayoría rechazó la opción kirchnerista para la Ciudad y prefirió candidatear a las figuras de un espacio donde confluyen PRO y ECO. Sólo la pereza intelectual permite el olvido de que Martín Lousteau tributa a la Coalición Cívica, y que ésta va aliada al macrismo y a la porción de los radicales avaladora de este rejunte. No hay ninguna diferencia de fondo entre esas tres patas. Son votos ideológicamente sumables. Después podrán discutirse las subjetividades puntuales, pero eso entra en el terreno de las interpretaciones y, por ahora, estamos en el de los números fríos. Allí, la variante K fue claramente derrotada pero hay el detalle de que tiene un piso atendible en el escenario más gorila. Una cosa es la lupa que se posa sobre la Ciudad y otra la proyección nacional que tienen esas cifras, lo cual es el tercer aspecto. También resalta que el triunfo macrista fue homogéneo en todas las comunas. Aun en la menos favorable al oficialismo porteño, que fue la 15 (Chacarita, Villa Crespo, Paternal, Villa Ortúzar, Agronomía y Parque Chas), obtuvo el 41,1 por ciento de los votos. En la 8 (villas Soldati, Riachuelo y Lugano), el PRO conquistó casi el 47 por ciento. Ahí le fue mal a ECO, al igual que en La Boca, Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya, pero en Caballito se alzó con más del 26 por ciento y, en el resto, consiguió cifras parejas que le valieron a Lousteau salir segundo en 10 de las 15 comunas. Agregado a ello, los candidatos a comuneros por Larreta se impusieron en todas las comarcas. Y los cortes de boleta, en las tres fuerzas prevalecientes, fueron intrascendentes. Significa que puede hablarse de un resultado uniforme, que atraviesa el conjunto de barrios y clases sociales.
Más luego, cómo interpretar estos guarismos. Hay dos grandes bloques de razonamiento. Uno de ellos se resume en la muy comentada columna que Luis Bruschtein escribió en la edición del lunes pasado de Página/12, de la que se siguen algunos de sus conceptos centrales. “Se ha planteado que el voto porteño es más ideológico que concreto, más motivado por el temor al ascenso de los sectores sociales postergados que por sus intereses reales. En los barrios próximos a las villas miseria hay muchos votos por derecha. Son justamente las zonas que más progresaron. Las mejoras en las casas son evidentes; son barrios que se han beneficiado por la economía del país en los últimos diez años y es imposible encontrar un lugar para estacionar. Pero la villa está a ocho o diez cuadras y lo más importante no es el progreso personal, sino mantener esa distancia. En la Ciudad de Buenos Aires, el kirchnerismo y, en general, el progresismo, no han podido quebrar ese núcleo de pensamiento hegemónico que instaló el macrismo. (...) El voto conservador en las provincias contiene cierto aire de patrón paternalista, es lo más parecido al populismo del viejo partido conservador, que buscaba como interlocutores a los pobres porque necesitaba sus votos. Por el contrario, el discurso de la derecha o centroderecha porteño no tiene alusión a los pobres. No les habla ni les promete mejoras. Se dirige (...) a los sectores sociales que se quieren diferenciar de los pobres. Y así será si gana ese discurso: habrá muchos más pobres, pero los relativamente pocos que se salvan en la clase media se diferencian mucho más de ellos. (...) Esos mecanismos funcionan incluso en una clase media cuyos sectores empobrecidos, que antes eran mayoría, ahora han logrado estabilizar su trabajo, mejorar sus viviendas y comprarse un automóvil. (...) Es una paradoja: el kirchnerismo generó una amplia clase media próspera, que se siente amenazada por las políticas que le dieron prosperidad.”
Sin renegar, necesariamente, de ese marco ideológico, un segundo bloque analítico apunta primero a los méritos de la gestión macrista y, en igual o mayor proporción, a las serias deficiencias de la táctica y trabajo del kirchnerismo. En ese orden, debe admitirse lo elemental de que el PRO ya no es –en la ciudad– un simple grupejo de yuppies encabezado por un empresario ricachón, mediáticamente protegido y estimulado, con serias dificultades para articular dos oraciones seguidas. Desde ya que tiene el abrigo de los grandes medios opositores, que se beneficia del derrame de la economía mejorada por el gobierno nacional y que, como hacen todos los oficialismos, usa los fondos publicitarios estatales en su provecho. Ponerse a llorar sobre esa leche derramada, como si no fueran reglas del juego, es patético. Episodios como el Indoamericano y el horror de los talleres clandestinos, o antes la represión en el Borda, el espionaje telefónico o el endeudamiento feroz, tienen un efecto marginal. El PRO dispone ya de un fuerte despliegue territorial, aparato, punteros, velocidad de respuesta concreta en arreglos de calles y veredas, cambio de alumbrado público y etcéteras de ese tipo. La diferencia que Larreta le sacó a Michetti, sin ir más lejos, es casi exactamente la suma que –antes de bajar sus precandidaturas para favorecer al delfín de Macri– obtenían en las encuestas Diego Santilli y Cristian Ritondo, dos de los referentes con inserción vecinal destacada. Para decirlo de otro modo, el PRO se ha convertido ejecutivamente en la más peronista de todas las variables opositoras. Es una derecha posneoliberal. Como también lo escribió José Natanson en este diario, el martes pasado, Macri “(...) no privatizó las escuelas, pero disminuyó el presupuesto educativo como porcentaje del PBI; no aranceló los hospitales (ni prohíbe que se atiendan los no porteños o los no argentinos), pero tampoco invirtió en nuevos centros de salud; no mandó las topadoras a las villas, pero tampoco destinó un peso extra a vivienda social. (...) La fórmula, quizá, podría resumirse de esta manera: todo el gasto social que haga falta para garantizar la estabilidad política y la prosperidad de los negocios, pero ni un peso más del que sea necesario. Una estrategia que, dicho sea de paso, puede funcionar gracias a un Estado central hiperactivo, que compensa en materia social la desatención de los niveles subnacionales”. Y en lo estrictamente electoral de las PASO, por si fuera poco colaron a un Lousteau que –ya opinado por el firmante en su nota del lunes pasado– es la quintaesencia del joven décontracté, novedoso, “descontaminado” e ideológicamente ligerito, capaz de atraer numeroso sufragio delivery que en buena medida tal vez haya traccionado desde Michetti, cuando las encuestas la dieron derrotada en forma irreversible frente a Larreta. Esto último motiva los bingos de si acaso no hay ingredientes anti Macri en los votos de Lousteau y de la dama, cómo habrán de comportarse en el partido por los puntos del 5 de julio y así sucesivamente. Nada que vaya a cambiar la orientación general. En cualquier caso, el kirchnerismo capitalino volvió a no encontrarle la vuelta a ese cúmulo de “novedades” por la derecha. Con el diario del lunes, es cierto, aconteció que su precandidato preferido fue escogido a último momento; que todavía le falta demasiado fogueo; que el exceso de postulantes adheridos al Frente para la Victoria dispersó antes que sumar; que fue un grave error centrarse en un discurso duro mucho más preocupado por la exclusividad de la crítica al macrismo que en las propuestas de un modelo de ciudad, y que tal discurso no halló jamás un eje de campaña (ni tan sólo algunos sueltos, en realidad). También se cayó la teoría de que para enfrentar a Macri con alguna expectativa hacía falta un kirchnerista “puro” en lugar de un progre, y muchos añoraron los porcentajes de Filmus. El “perdón Daniel” sonó voluminoso tras el domingo, al igual que haber reparado en que a los K les faltó en los barrios un laburo específico capaz de superar las meras caminatas y encuentros con gente del palo. Este comentarista opina que hay veracidad y verosimilitud en ambas unidades de análisis, y que no son excluyentes una de la otra. El componente de un voto ideológico, conservador, frívolo, gorilón, es indesmentible y no caracteriza únicamente a Buenos Aires. Pero asimismo lo es el de los yerros kirchneristas que acentuaron ese perfil, y que por ahora habrían dejado escapar ánimos conquistables. Vamos: en esta ciudad ganaron Cristina e Ibarra y, por muy contrafáctico que sea, si en 2007 no se hubiera partido el voto progresista es probable que hoy no estuviéramos hablando de la afirmación macrista. ¿Qué se supone? ¿Que casi todo lo que no fue a parar al FpV es un voto inevitablemente facho, caceroludo, tilingo sin más? Es esa una lógica binaria, con anteojeras análogas a las que sellan que en este país hay más de un millón de trotskistas porque basta y sobra con tomar nota de los votos del FIT.
Sí que hay una mirada porteñocéntrica en apresurarse a sacar conclusiones nacionales por las primarias capitalinas. Sí hay que Macri se perfila como el candidato prioritario de la oposición no peronista, frente a la caída probablemente irreversible de Massa. Sí que provoca cosquilleo, inquietud, o directamente temor, en buena parte del entusiasmo K, ver el resultado de las PASO porteñas. Pero también hay que aun en Buenos Aires el kirchnerismo puede sostener su piso y volver a su techo, en las presidenciales; que en las primarias habidas hasta ahora son sólidos los datos que muestran lo mismo; que falta nada menos que la contienda en territorio bonaerense, madre de todas la batallas y donde muy difícilmente haya milagro que evite la victoria oficialista. Y que resta la clave de lo que vuelque Cristina con su decisión implícita o explícita, con un horizonte de la economía que la propia oposición admite como tranquilo.
Los porotos que cuentan son ésos, y los pierden de vista quienes ven o dicen ver otra cosa.
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