Domingo, 10 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › UN DOCUMENTAL SOBRE GUATEMALA SIRVE PARA REFLEXIONAR SOBRE EL CASO NISMAN
Mañana será presentado el documental de Oscar Feito La guerra del café, sobre el suicidio del abogado de los grandes productores, que antes de matarse grabó un video inculpando al presidente.
Por Martín Granovsky
El documental es notable por la información, el ritmo y el clima. Se llama La guerra del café, será presentado en público mañana por su autor, Oscar Feito, y al verlo es difícil resistir una tentación: cada vez que aparece el nombre de Rodrigo Rosenberg Marzano, reemplazarlo mentalmente por el de Alberto Natalio Nisman. La relación con la causa AMIA es nula, porque La guerra del café trata sobre un episodio ocurrido en otro país y en otro tiempo, Guatemala 2009. Pero la combinación de muerte en un principio sospechosa con mafias y operaciones sucias de Inteligencia tiene también un sabor argentino.
El hecho fue mencionado al pasar en enero cuando murió Nisman. En mayo de 2009, un conocido abogado de Guatemala, Rosenberg, fue asesinado a tiros mientras pedaleaba en su bicicleta. Al día siguiente, en el funeral, un amigo comenzó a distribuir las 150 copias de un video que Rosenberg había grabado antes. Allí, con los ojos saltones, el gesto inflamado y una aceleración intensa, Rosenberg anunciaba a cámara que si lo mataban sería culpa de Alvaro Colom, entonces presidente de Guatemala.
El documental que presentarán Caras y Caretas y la Fundación Octubre fue realizado, naturalmente, antes de la muerte de Nisman. Feito, uno de los pocos argentinos sensibles ante la tragedia histórica de Guatemala y su función como laboratorio continental de la represión, tuvo la idea mucho antes y viajó junto con su equipo periodístico en marzo de 2014.
Una parte de la historia comienza el 14 de abril de 2009, cuando caen asesinados el empresario de café Khalil Musa y su hija Marjorie. El blanco era él. Ella murió por el rebote de una bala. En el video Rosenberg dice: “Fui abogado del señor Khalil”. Y opina que él y su hija “fueron cobardemente asesinados por el señor presidente Alvaro Colom”.
El punto es que según los entrevistados, el amor por Marjorie embargaba al doctor Rosenberg. ¿Fue él mismo quien organizó el crimen ante la probable negativa del severo Musa frente a una boda con su hija? ¿O tomó contacto con las bandas al comprar información sobre un asesinato con el que no tuvo nada que ver? Lo cierto es que al mes siguiente todo terminaría también para él. Para grabar el video y repartirlo, Rosenberg apeló a dos personas que en el documental aparecen vinculadas con la Inteligencia militar guatemalteca y a la historia de los grupos parapoliciales. Uno de ellos, Mario David, prestó el sitio y la tecnología para la grabación. Otro, Luis Mendizábal, fue quien recibió un llamado después de la muerte.
“El licenciado me dijo que si algo le pasaba le avisara a usted primero”, le avisaron a Mendizábal. “¿Y qué le pasó?”, narra que preguntó Mendizábal. “Lo acaban de matar.” Así fue que comenzó lo que Mendizábal llama en la entrevista “una odisea grandísima”. Toda Guatemala escuchó a ese Rosenberg agitado mientras declaraba: “Lamentablemente, si usted está viendo u oyendo este mensaje es porque fui asesinado por el señor presidente Alvaro Colom”.
Colom califica a David y Mendizábal de “experimentados complotistas”.
En el primer intento de golpe contra Vinicio Cerezo, en 1988, y en 1989 David tenía un noticiero de televisión y, dice un entrevistado, “les dio voz a los golpistas para tumbar al primer gobierno democráticamente electo en 20 años”.
En cuanto a Mendizábal, ésta es la descripción: “Usa como fachada una boutique de trajes muy elegante que todavía existe, en la zona diez. Se supone que está vinculado con los grupos contrainsurgentes”.
“Espero que mi muerte sirva para que la gente se rebele”, se esperanzó un megalómano Rosenberg. Y hubo manifestaciones. El documental recoge los dichos de una señora en medio de la protesta: “Esto no es político. Esto es de cada uno de los guatemaltecos”.
En un artículo publicado por el semanario The Nation tras la muerte de Nisman, el historiador norteamericano Greg Grandin recordó que en 2009 manifestaciones similares a las de Guatemala se produjeron contra regímenes reformistas o de izquierda en Tailandia, Bolivia, Ecuador y Venezuela. En Honduras directamente consiguieron el derrocamiento del presidente, Manuel Zelaya.
Sin embargo, había cosas raras en el asesinato de Rosenberg. Por ejemplo, que un tipo tan vinculado anduviera en bicicleta por ahí, suelto, en un país donde se cometen 17 homicidios por día.
Algunas de esas sospechas despertaron la curiosidad de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, efectiva desde el 2007 por acuerdo entre Guatemala y las Naciones Unidas. El jefe de la Cicig hasta 2010 fue el fiscal español Carlos Castresana, uno de los que habían acusado al dictador Augusto Pinochet en la causa abierta por Baltasar Garzón.
La pesquisa determinó que el mismo día de su muerte, Rosenberg llamó a otro teléfono y dio indicaciones de cómo iría vestida la persona que los sicarios debían matar. Es decir, él mismo. “El que generó todos los hechos fue el propio Rodrigo Rosenberg”, resumió Castresana cuando anunció el resultado de la investigación. “Rodrigo Rosenberg por alguna razón decidió poner fin a su vida”, dijo el comisionado.
El título del documental, La guerra del café, no es literario. Cuando lo entrevistan, Colom cuenta que “hay un sector enemigo de las cooperativas cafetaleras”. Informa que Guatemala es el séptimo exportador mundial de café y produce uno de los tres mejores cafés del mundo, con Kenia y Etiopía. Sin vueltas, Rosenberg había pedido la destitución de Colom y que luego el vicepresidente se apoyara en las cámaras de Comercio y de Industria. Surge del documental que la Asociación Nacional del Café regula el sector y a su vez está controlada por un grupo de grandes productores que incluso recaudan derechos de exportación con permiso del Estado. Colom recuerda que fue el primer presidente electo por el voto rural, o sea por el voto de campesinos y cooperativistas, y afirma que por eso los grandes productores y exportadores lo combatieron.
No era la primera vez que se ponían en pie de guerra. “Combatí a la guerrilla como ciudadano, no como psicópata”, se autoexplica el militar Manuel Benedicto Lucas García, filmado en un cuarto lleno de medallas y reconocimientos en forma de platos y diplomas. “Obtuve una experiencia en el ejército francés, donde se respetan los derechos humanos a gran escala”, comenta. En la década del ’50, la Guatemala del golpe contra Jacobo Arbenz de 1954 fue uno de los primeros centros de experimentación de la doctrina contrainsurgente francesa nacida de la represión a los argelinos.
El sobredimensionamiento de los servicios de Inteligencia también fue una meta de los grandes grupos privados, que terminaron llevando a Guatemala a Víctor Rivera, un venezolano entrenado por la Agencia Central de Inteligencia con experiencia en El Salvador. Rivera formó escuadrones de la muerte para los cafetaleros y fue asesor del Ministerio de Gobernación. No bien Colom le cortó su carrera de enlace con la Inteligencia policial y militar, Rivera fue asesinado, quizá para que no revelara secretos incómodos.
En su artículo sobre Nisman para The Nation, Grandin fue cuidadoso. Lo publicó en febrero y aún no había madurado ninguna hipótesis. Aclaró el historiador que al recordar el caso Rosenberg –al que presentó como “una muerte bizarra”– no estaba diciendo que Nisman había arreglado su propia muerte o que se mató para desacreditar a Cristina Fernández de Kirchner. Dijo que traía el caso hasta el presente porque ofrecía una visión muy clara de lo que ocurre cuando las cortinas son arrancadas y aparecen los engranajes de un Estado secreto.
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