Viernes, 29 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Julio De Vido *
Para la fuerza política que desde el golpe de Estado de Rivadavia contra el bloque unionista e independentista sanmartiniano, en 1812, viene honrando y ejecutando a rajatabla la máxima de “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión” y sus hijas dilectas “achicar el Estado es agrandar la Nación” y “civilización o barbarie”, para esta fuerza política de naturaleza reaccionaria, conservadora, antipopular, antidemocrática y antiargentina, la construcción de obras de infraestructura “monumentales” para el desarrollo y la consolidación del mercado interno, la industrialización, la ciencia y la tecnología funcionales a la autosuficiencia y la emancipación social y cultural, la modernización económica y la mejora progresiva de la calidad de vida de la población constituye una aterradora pesadilla. ¿Por qué?
Porque está en la sangre del mitrismo, histórico y presente, la lucha por una republiqueta en la cuenca del Plata de las dimensiones de una Alemania, una España o una Gran Bretaña, pero con una población reducida a un puñado de miles. Una republiqueta semicolonial aliada a los centros manufactureros de Europa y América del Norte, sometida a sus designios, eternamente productora de granos y carne, a su vez perpetuamente dominadora de las provincias constitutivas de la Argentina-Nación soñada por nuestros grandes libertadores. Intentaron, desde aquel mismísimo golpe de Estado de 1812, fundar una semicolonia para unos pocos, en detrimento del 99,9 por ciento de la población, población a la que por supuesto intentaron primero disminuir lo máximo posible a través de recurrentes genocidios de los que, vergonzosamente, al día de hoy, sienten orgullo y reivindican, como la Guerra de la Triple Infamia, los fusilamientos y el golpe de 1955, los 30.000 desaparecidos y el genocidio socioeconómico entre 1976 y 1983. Cinco millones de hermanos paraguayos –entre ellos millones de mujeres y niños– fueron masacrados por el fundador del diario La Nación; su “gesta”, por increíble que parezca, sigue siendo aplaudida y justificada desde sus páginas, de la misma manera que desde sus páginas también celebran y defienden hoy la autodeterminación de la población implantada por el colonialismo británico en las Islas Malvinas, en 1833.
Pero el pueblo argentino, si bien avasallado y ultrajado, pudo y puede más. Las intentonas separatistas del mitrismo fueron abortadas. Quedó no obstante, y producto de nuestra irresuelta cuestión nacional desde 1810, una Nación a medio tránsito de su definitiva emancipación, desigual y desbalanceada. En 2003, al asumir Néstor Kirchner la presidencia y retomar el programa histórico de una nación bajo el espíritu y los objetivos del Plan de Operaciones de Moreno y Belgrano, la ideología y el accionar de Artigas, San Martín, Bolívar, Dorrego, Rosas, Yrigoyen y Juan Domingo Perón, al asumir Kirchner en 2003, la Argentina estaba reducida a una atrofiada semicolonia, siquiera próspera, como en el Centenario, limitada geográficamente a la Avenida General Paz, como otrora habían soñado y luchado Rivadavia, Mitre y Tejedor. El presidente argentino, entre sus primeras obras de gobierno, se propuso reincorporar a la Nación a millones de compatriotas así como a provincias enteras, excluidos por la fuerza, no ya de los fusiles importados y financiados desde Londres, sino de herramientas de dominación maquinadas desde igual origen, pero aún más poderosas, como el empobrecimiento extremo, la dependencia, el endeudamiento y la colonización cultural.
En estos últimos doce años –record histórico de permanencia del pueblo en la Casa Rosada y del Jockey Club afuera de ella, que es donde debe estar–, con Néstor Kirchner y con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la República Argentina ha renacido en calidad de Estado nacional. La planificación de la Argentina como soñaron los verdaderos revolucionarios de Mayo y no los contrarrevolucionarios que desterraron a Mariano Moreno, maestros de quienes luego harían lo propio con Artigas, San Martín, Rosas, Yrigoyen y Perón, entre otros, la Argentina soñada por los revolucionarios de Mayo vuelve a ponerse de pie con obras de infraestructura masivas y hechos concretos a la altura del desafío bicentenario, a la altura de las necesidades de un pueblo históricamente postergado pero resuelto a hacerse cargo de su presente y su porvenir, a la altura de nuestro ingenio y nuestras capacidades, de la inmensa geografía, de las maravillosas fuerzas productivas deliberadamente obstaculizadas pero siempre latentes. En definitiva, se ha puesto de pie una Nación que avanza a paso de vencedores hacia su segunda y definitiva emancipación, como señaló en reiteradas oportunidades la Presidenta.
¿Cómo no comprender, pues, el rechazo profundo que le genera el mitrismo del siglo XXI, un gobierno popular, nacional y verdaderamente democrático que no sólo empuja los límites de la Patria a las fronteras políticas por todos conocidos sino que entiende, piensa y practica a la Patria desde la América del Sur, y desde el país profundo hacia Buenos Aires? ¿Cómo no comprender el terror que provoca al mitrismo contemporáneo –el de la aldea para un puñado de terratenientes, ganaderos y comerciantes– la realización de obras monumentales dispersas por toda la geografía nacional, con inversiones por centenares de miles de millones de pesos? ¿Cómo no comprender que aborrezcan de satélites propios quienes aplaudían llegar a Japón en una hora y media y a otros planetas desde bases espaciales en Córdoba, bases prometidas por la “civilización” occidental en función de nuestros buenos oficios como administradores de la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión? ¿Cómo no comprender el rechazo al relanzamiento del Plan Nuclear, a la terminación de obras energéticas para la inclusión social y el desarrollo federal, a la recuperación de YPF y su rescate de los españoles herederos del saqueo que siguió a la conquista y abrió nuestras venas por siglos? ¿Cómo no comprender el vacío que sienten al no ser gobernados por intereses foráneos, al no ser auditados por los técnicos del FMI, administradores de endeudamiento para la estafa y el desmantelamiento del nuestra justificación como Nación? ¿Cómo no comprender el odio que les genera a la nuevas generaciones de mitristas encontrarse en un país que exporta Molibdeno-99, reactores nucleares de experimentación, software y biotecnología, que promueve relaciones comerciales y políticas con potencias no tradicionales, cuando sus antepasados dieron su vida por un destino de granero del mundo?
4134 kilómetros de gasoductos en construcción con el Gasoducto del NEA; los más de 3000 kilómetros ya construidos y los 5800 kilómetros de líneas de alta y extra alta tensión igualmente instaladas; los miles y miles de kilómetros de rutas y autopistas nuevas; decenas de miles de kilómetros de fibra óptica que interconecta al país y lo ubica a la vanguardia regional en telecomunicaciones y tecnología de la información; las nuevas universidades y hospitales de alta complejidad públicos, así como los centros de medicina nuclear, parte de un plan nacional en esta especialidad médica inédito en la historia del país y latinoamericana; marcos regulatorios por doquier para fomentar un desarrollo genuinamente federal y con inclusión, bajo la protección de un Estado eficiente, promotor de la actividad privada de todo capital privado que quiera honrar a su pueblo (y no saquearlo); y ahora, a todo esto, más lo mucho que nos ha quedado sin mencionar, el centro cultural más importante de América latina y al nivel de los más prestigiosos del mundo.
¿Y qué responde a todo esto el mitrismo contemporáneo? ¿Qué responde a todo esto un mitrismo harto, agobiado y superado de pueblo, de soberanía, de consolidación de la autosuficiencia y la emancipación nacional? Lamentables y nuevas zonceras, como por ejemplo lamentarse del nombre del flamante centro cultural, justamente ellos, que tienen a un Mitre y a un Rivadavia en la abrumadora mayoría de las calles, avenidas, paseos y espacios del país, próceres de la semicolonia y la barbarie genocida e institucional que puso al pueblo de las Provincias Unidas al borde del abismo en más de una oportunidad; se quejan del nombre ellos, los que al día de hoy y en el emporio oligárquico robado a Juan Manuel de Rosas en el barrio de Palermo, siguen denominando una sala con el nombre de José Alfredo Martínez de Hoz, y que no perdonan haber descolgado los cuadros de los genocidas.
El pueblo argentino que hoy goza de satélite propio y de nuevos reactores nucleares, que tiene cada vez más obras y energía en función de sus crecientes necesidades, su extensísima nación, su genio y su orgullo, es el mismo pueblo que quiere comer cada vez más lomo –ese exquisito corte que el mitrismo destinó siempre a la civilizada Europa y que hoy llora por su progresivo consumo interno– todos los días de su vida, y si puede en un restaurante de las afueras del Centro Cultural Kirchner, después de haberlo visitado y haberse empapado e imbuido de Patria, mejor aún. El pueblo argentino que ha celebrado masivamente en las calles el Bicentenario y este 25 de Mayo de 2015, que se alimenta y vive mejor, que ha fusionado ya su sentido común con el sentido nacional, es el pueblo argentino que ya no necesita viajar a Londres, París o Nueva York para adentrarse en uno de los edificios generadores y promotores de cultura más importantes del mundo. Lo tiene en su propio terruño.
Y se equivoca el diario mitrista cuando en su editorial de hoy afirma que el Centro Cultural Kirchner se ha hecho para “competir con el Teatro Colón”; el pueblo argentino no compite, siquiera con sus verdugos; el pueblo argentino tampoco excluirá de la historia a los próceres de la semicolonia ni su legado, borrándolos de libros, calles u obras heredadas del Centenario o de tiempos de padecimiento y dolor; eso sí, los estudiará y los apreciará en su justa medida. Y se equivoca también el pasquín del centralismo porteño y la republiqueta del tamaño de una Alemania en el Plata, pero con un par de familias en calidad de población: no ha habido más y mejor federalismo que el de estos últimos doce años. El Centro Cultural Kirchner podrá estar en la ciudad capital, pero las universidades, los hospitales, las rutas, los gasoductos, los acueductos, las centrales energéticas, los planes de vivienda, los programas sociales, las inversiones y la infraestructura del tipo que sea dice presente y avanza en las 23 provincias y 24 jurisdicciones. El padre de ese federalismo genuino, de esa Argentina-Nación ha sido Néstor Kirchner; y su madre, la actual Presidenta de la Nación. Nuestro pueblo es absolutamente consciente de ello y así se manifestará en octubre.
* Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios.
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