Viernes, 29 de mayo de 2015 | Hoy
DEPORTES › LA PLETORICA VIDA DE LOS DIRIGENTES IMPUTADOS
Por Gustavo Veiga
Podría decirse hoy que Daniel Osvaldo tenía razón. Que los “cinco gordos de traje en un escritorio” –que según el delantero de Boca le robaron la clasificación a su equipo en la Conmebol– son el modelo de dirigentes involucrados en el escándalo que corroe a la FIFA. El uruguayo Eugenio Figueredo tiene 83 años y está preso en Suiza. Goza de doble nacionalidad. Es estadounidense igual que su esposa boliviana. La mujer es dueña de una cantera en Los Angeles y todavía no pudo comunicarse con él. Un viejo amigo del ex presidente de la Confederación Sudamericana le cuenta a Página/12 que “solía invertir en emprendimientos inmobiliarios desde el pozo”. Ya no lo puede hacer.
Tampoco puede ocuparse de sus barcos pesqueros y su emporio comercial en la Isla Margarita Rafael Esquivel, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol hace 28 años. Nacido en Tenerife, islas Canarias, este dirigente regordete dio el peso –según la teoría de Osvaldo– para uno de los negociados más espurios con fondos de la propia FIFA: el centro deportivo donde se entrena y aloja la selección de su país se edificó sobre un terreno de su propiedad y que le vendió a la Federación que él mismo dirigía.
Figueredo y Esquivel son apenas dos arquetipos de esos señores entre septuagenarios y octogenarios que gobiernan el fútbol mundial. Un referente de ambos, Nicolás Leoz, el ex presidente de la Conmebol con cara de abuelito reblandecido, hoy se sabe que vivió de presuntas coimas entre 1993 y 2011 por cada Copa América que se disputó. El diario ABC Color de Asunción informó el miércoles que “Estados Unidos realizó la investigación porque estos pagos se realizaban a través de un banco, el Delta National Bank del estado de Florida. La Conmebol recibía el dinero a través del Banco do Brasil, en Asunción. La acusación detalla cada una de las transferencias que se recibieron en Asunción”.
La cadena de delitos que investiga un tribunal federal de Nueva York ya atravesó al menos tres décadas. Cuando se decidió otorgarle la candidatura para organizar el Mundial 2002 a Corea y Japón, Julio Grondona, el hombre con más ascendiente sobre Joseph Blatter, dijo ante dos testigos –uno de ellos representante del cuerpo diplomático argentino– “un voto acá vale cinco millones de dólares”. La anécdota está contada en el libro Fútbol limpio, negocios turbios (Agora, 2002), que escribió el autor de estas líneas.
Las coimas de la FIFA dejaron de ser una anécdota. Se transformaron en el caso de corrupción más grande de la historia del fútbol mundial. Si antes no tuvieron demasiada visibilidad o credibilidad las denuncias, fue gracias al silencio de una gran parte de la prensa deportiva y a esos señores gordos a los que aludió Osvaldo en Twitter. Sabían cómo llevar una buena vida y ocultarla de miradas indiscretas hasta que estalló el escándalo.
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