EL PAíS › A 47 AÑOS DEL DESEMBARCO DEL “GRANMA”
Como una de Salgari
Este martes se cumple otro aniversario del desembarco que detonó la Revolución Cubana. El viaje en el yate “Granma”, sobrecargado, haciendo agua y apiñado con 82 combatientes, fue una aventura que terminó en lo que el Che llamó “un naufragio” en la costa, cuando quedaban pocos litros de combustible.
Por Miguel Bonasso
Por una graciosa paradoja, el yate en el que comenzó la revolución cubana pertenecía a un yanqui y se llamaba “Granma”, en homenaje a la abuela del gringo Robert B. Erickson que se lo vendió a dos pintorescos personajes, un mexicano y un cubano que hablaba poco y simulaba ser hermano del local.
El cubano era en realidad el abogado Fidel Castro Ruiz, un dirigente estudiantil y político que tres años antes (en 1953) se había convertido en guerrillero y conducido el fallido ataque al cuartel Moncada. Tras un tiempo en las prisiones de Batista, Castro –de apenas 30 años– había recalado en el exilio mexicano obsedido por un propósito exclusivo: montar una expedición para regresar a Cuba y liberarla de la tiranía de Fulgencio Batista. “En 1956 seremos libres o seremos mártires”, había prometido en octubre de 1955 y el plazo estaba por cumplirse. El mexicano, medio socio del Gringo Erickson en la propiedad del barco, es Antonio del Conde, dueño de una pequeña armería en el centro del Distrito Federal, que empieza vendiéndole armas al grupo de exiliados y acaba por convertirse en su colaborador hasta merecer el seudónimo de El Cuate.
El Cuate ha insistido ante el cubano en que el barco no sirve para recorrer las más de mil millas que separan a Tuxpan (Veracruz) de la costa oriental cubana, pero Fidel es terco y allí están, discutiendo el precio. Erickson pretende diecisiete mil dólares a cambio del maltratado navío y una casita a orillas del río Tuxpan, que servirá para concentrar a los expedicionarios. Regatean. No es poco dinero para un barco que mide 19 metros, tiene una sola cubierta y la quilla dañada. El gringo pondera los dos motores Gray de 250 caballos de fuerza y sostiene que es un yate con capacidad para transportar hasta 20 pasajeros. Poca cosa para los planes que Fidel no puede explicitar: esa cáscara de nuez deberá transportar a más de 80 hombres. Exactamente a 82 expedicionarios, que se amontonarán en la cubierta y en los camarotes, defendiendo a capa y espada el pequeño lugar que les toca para marearse, vomitar y morirse de hambre y sed.
Y sin embargo, los hombres se pelean para que no los dejen en tierra. Todos los guerrilleros quieren formar parte de la expedición. Aunque el precio sea ese martirio anunciado por el propio jefe revolucionario. Fidel Castro recordará muchos años después cómo se hizo la selección, el 24 de noviembre de 1956, cuando los conspiradores se dieron cita en Tuxpan: “Por orden, por supuesto, de los que tenían más experiencia, más práctica, etc., etc. y al final como había más o menos 15 en la misma categoría, para llevar el mayor número posible los escogimos por el peso y el tamaño: los más chiquiticos de nuestra tropa fueron al final escogidos y se quedaron tres o cuatro gordos; éstos no vinieron y después no había quién los convenciera de por qué no los habían traído”.
Uno de los protagonistas, Faustino Pérez (citado por Paco Ignacio Taibo II en su biografía del Che), evoca la escena: “El silencio de la medianoche sólo era violado por el mortificante y persistente ladrido de los perros alarmados de la vecindad”. Llueve. Cubierto con una larga capa (como un personaje de Alejandro Dumas), Fidel supervisa la carga de su nave insignia. Finalmente, a la una y media de la madrugada del 24 al 25 de noviembre, los dos motores del Granma se ponen en movimiento. El barco se aleja del muelle con las luces apagadas para no alertar a la prefectura mexicana. Meses antes los revolucionarios han estado presos en la estación de Migraciones, a cargo de un capitán de inteligencia, que llegará a ocupar las más altas posiciones políticas en México: Fernando Gutiérrez Barrios. El los encarcelará primero y ayudará después, no sólo con la vista gorda sino proporcionándole un dato fundamental al jefe de la expedición: entre los guerrilleros se oculta un agente de la policía batistiana.
Los ochenta y dos hombres que viajan apretujados bajo la lluvia, contemplando las negras aguas del río Tuxpan que los llevan al Golfo deMéxico y de allí al Caribe, ignoran que en esa isla que pretenden liberar los esperan más de 35 mil soldados y policías armados hasta los dientes, tanques, navíos de guerra, lanchas guardacostas y unos 80 aviones de combate y transporte.
La sobrecarga del barco, que lo coloca varias veces al borde mismo del naufragio, obligando a los tripulantes a achicar el agua a baldazos, y la avería de uno de los motores (peripecias que parecen extraídas de una novela de Salgari) demoran la travesía, aumentando el riesgo de que la expedición termine en un desastre total. En vez de los diez nudos previstos, la nave apenas despliega poco más de siete. Originalmente está previsto llegar el 30 de noviembre o unas horas antes. Ese día los guerrilleros urbanos del Movimiento 26 de Julio, que conduce en Santiago de Cuba Frank País, deben llevar a cabo una serie de operaciones militares a fin de aferrar al territorio al grueso de las fuerzas represivas y permitir que los expedicionarios desembarquen sin encontrar mayor resistencia. Así lo ha convenido Fidel con Frank País, durante dos encuentros sostenidos en México. El jefe guerrillero de Oriente ha expresado sus reservas respecto a la posibilidad de que las células bajo su mando estén en condiciones de realizar la serie de ambiciosas operaciones que se proyectan, pero Fidel no acepta ningún aplazamiento: él ha prometido que serán libres o mártires en el ‘56 y el año está por terminar.
Frank País –que le produce una excelente impresión al jefe de la revolución– acata y se compromete a enloquecer a las fuerzas militares y de seguridad, con una serie de ataques simultáneos a cuarteles, comisarías y otros centros vitales del poder en Santiago. La fecha del alzamiento será el 30 de noviembre. Salvo que el 30 de noviembre, el Granma navega penosamente muy lejos de las playas cubanas y los expedicionarios se enteran por la radio de que sus compañeros de Oriente han cumplido su palabra a un alto costo en vidas y combatientes capturados. La operación destinada a distraer al enemigo ya se ha realizado, ahora quedan librados a su buena o mala suerte. Ignoran que un mensaje cifrado, emitido en México, ha llegado a los servicios de inteligencia de la dictadura, anunciando su próximo arribo a las costas de Oriente. “Barco salió hoy con bastante personal y armas desde un puerto de México.”
Mientras tanto la vida a bordo se ha convertido en un infierno apestoso. La prolongación de la travesía agota las provisiones y obliga a un estricto y doloroso racionamiento. Los hombres están enfermos, agotados, al borde de sus fuerzas. En esas jornadas, Fidel –imbuido de su rol de mando– parece inmune a la miseria física que lo rodea. Un joven médico argentino, uno de los cuatro extranjeros que Castro ha consentido llevar en su misión, se multiplica en la atención de los enfermos. Aunque uno de sus beneficiarios, dirá después con ironía que el Che es insuperable como revolucionario, “pero como médico es un asesino”. La verdad es que al joven Ernesto Guevara le han dejado pocas probabilidades de curar con eficacia. Empezando por los antihistamínicos contra el mareo que no aparecen por ningún lado. Su tarea tiene además un mérito adicional, el más enfermo es el propio médico que, por el apuro de los preparativos, ha olvidado su inhalador para el asma y vive una continua crisis de ahogos. En una de esas crisis casi lo dan por muerto.
El primero de diciembre los servicios de inteligencia de Batista tienen perfectamente identificada a la nave invasora y circulan el siguiente radio a todas las unidades de la armada y la aviación: “Disponga búsqueda por aviones fuerza aérea yate blanco 65 pies, sin nombre, bandera mexicana, con cadena que cubre casi todo el barco, salió Tuxpan, Veracruz, 25 de noviembre próximo pasado. Se supone por Oriente. Informe a este CEN con resultas. General Rodríguez Avila”.
En la noche de ese primero de diciembre, corta el aire un grito de terror: “¡Hombre al agua!” En su diario, Raúl Castro evoca la hora angustiosa que siguió a la caída de Leonardo Roque: “El Granma hace agua en cantidad y a las dos de la madrugada, con una noche negra, de temporal, la situación era inquietante. Iban y venían los vigías buscando la estela de luz que no aparecía en el horizonte. Roque subió una vez más al pequeño puente superior; para atisbar la luz del cabo y perdió pie, cayendo al agua”. Fidel ordenó que el yate comenzara a dar vueltas en redondo hasta poder recoger al compañero que había caído. Roque evocaría más tarde esa hora que se pasó entre la negrura del agua y la negrura del cielo, pensando que hubiera sido mejor morir de un balazo que perdido en ese agujero cósmico, hasta que divisó al Granma.
Al amanecer del domingo 2 de diciembre de 1956, casi ocho días después de haber salido de Veracruz, el piloto Onelio Pino anunció que se divisaba una sombra que podía ser tierra. Fidel le preguntó si era Cuba y le ordenó que avanzara hacia la sombra a toda máquina.
Fidel recordó el desembarco cuando se cumplió el 45º aniversario: “Dos veces intentó el capitán que conducía el Granma, un ex comandante de la Marina de Guerra cubana incorporado a nuestro Movimiento, seguir la ruta adecuada por el laberinto que indicaban las boyas y dos veces regresó al punto de partida; intentaba hacerlo por tercera vez. Imposible continuar la desesperante búsqueda. De combustible quedaban unos pocos litros. Ya era pleno día. El enemigo exploraba sin cesar por mar y por aire. La nave corría gran riesgo de ser destruida a pocos kilómetros de la orilla con toda la fuerza a bordo. Veíamos la costa cercana y visiblemente baja. Se ordena al capitán enfilar directamente hacia ella a toda máquina. El Granma toca fango y se detiene a sesenta metros de la orilla. Desembarco de hombres y armas. Duro avance por el agua sobre fango movedizo que amenazaba tragarse a los hombres sobrecargados de peso. La orilla era aparentemente sólida, pero metros después un terreno fangoso similar al anterior en extensa laguna costera se interponía entre el punto de arribo y la tierra sólida. Casi dos horas duró la travesía de aquel infernal pantano. Acaban de arribar a terreno firme se escuchan ya los disparos de un arma pesada contra el área de desembarco en las proximidades del solitario Granma. Había sido avistado y comunicada su presencia al mando enemigo que reaccionó de inmediato atacando por mar la expedición y ametrallando por aire la zona hacia donde marchaba la pequeña fuerza expedicionaria”.
El Che, con su proverbial ironía, dijo: “Eso no fue un desembarco sino un naufragio”.
Después vendría su bautismo de guerra en la emboscada de Alegría de Pío, donde lo hirieron en el cuello y vio morir a sus compañeros por primera vez. Entre los que cayeron en combate o fueron presos y asesinados, la pequeña fuerza se redujo a doce hombres. En la Sierra se reencontraron los doce sobrevivientes, más cinco campesinos que se les habían sumado. Fidel Castro le preguntó a su hermano Raúl cuántos fusiles había logrado rescatar de la hecatombe. “Cinco”, fue la respuesta. Fidel los sumó a los dos que ya traía y –por alguna cábala, tal vez– celebró que fuera siete.
–Ya ganamos –dijo.