Viernes, 5 de febrero de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Jorge Auat *
“La memoria se asemeja a los rayos ultravioleta capaces de detectar aspectos nunca vistos de la realidad.” W. Benjamin
Hace unos días se reeditó la discusión sobre el número de muertos por el terrorismo de Estado. Esta reedición de la polémica coincide con una lectura del nuevo tiempo político en la Argentina que los propios genocidas anticipaban ya en los juicios: “Cuando cambie el viento se terminan”. Es decir, se explica claramente cómo se interpreta el nuevo escenario: como un ámbito propicio para instalar nuevamente las conocidas estrategias de impunidad. La teoría de los dos demonios, la cantidad de víctimas, la justicia como venganza, la necesidad de conciliación, etcétera. En rigor de verdad no hay nada nuevo, cada una de esas consignas viene imbricada en la propia naturaleza del crimen, son su santo y seña. Lo plantearon antes, lo hacen ahora y lo harán siempre, más allá de cualquier coyuntura política. Su utilización es funcional al proyecto de olvido. No es ingenua la recurrencia, más allá, incluso, de quiénes sean sus operadores. Lo que transmite el mensaje es estratégico y tiene que ver con la desarticulación de un proceso histórico de Memoria Verdad y Justicia.
Una mirada –una vez más– a Walter Benjamin.
Dice este autor: hay dos muertes en el genocidio, una muerte física de la víctima y una segunda muerte, la hermenéutica, que no es otra cosa que la banalización de lo que pasó, o sea, quitarle importancia. A poco que uno empieza a comprender la profundidad del análisis encuentra quizá la clave de bóveda de lo que se traen entre manos. Cuestionar la cifra es el primer paso para medir y pesar la magnitud del crimen. Para decirlo en buen romance: “después de todo no fueron tantos”. Aquí, una lectura funcional al objetivo. Aunque la cantidad es una discusión que carece absolutamente de importancia frente al horror del terrorismo de estado, no deja de ser utilizada. Vale aclarar, de todos modos, que tampoco es posible mensurar el número de víctimas, precisamente por la característica del plan de exterminio.
Siguiendo con Benjamin para explicar mejor lo de la muerte hermenéutica: “mientras el enemigo ande suelto ni los muertos están seguros, porque ya se encargará él de que no salgan de sus tumbas” y, más adelante, “...el sujeto consciente de ese enorme peligro ... es el más amenazado y el único que puede salvar”. Esa es la batalla hermenéutica. El enemigo del que habla Benjamin es el opresor y la seguridad de los muertos es que no los vuelvan a matar. Esta segunda muerte es precisamente que el hecho de su muerte física sea insignificante. Su consecuencia inevitable, el olvido.
Volvamos, ahora, al número. Dice Reyes Mate: “Lo que hace de Auschwitz un crimen único no es la cantidad de víctimas cuanto el proyecto de olvido...”. Y, claro, con el olvido no hay más reclamo de justicia porque canceló la injusticia, desaparece, se invisibiliza, porque solo “sobrevive dentro de la conciencia humana que los recuerda y se extinguen con el olvido”.
Esa es la maniobra: desmoralizar la memoria. Justicia y memoria van de la mano.
La reducción del número de víctimas es parte, como se dijo más arriba, de la estrategia de olvido, privando de significación y trascendencia al crimen, que termina de naturalizado como “las florecillas que se pisan al borde del camino” del modo que describe Hegel el costo del progreso. Afortunadamente, esa mirada del filósofo provocó no pocas reacciones “el llanto de un solo niño no justifica ningún orden cósmico” (Dostoievski).
La víctima está en el centro del debate y es inadmisible seguir intentando ignorarla. Sin la memoria y su resignificación nada garantiza que la barbarie no retorne.
* Fiscal general Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.
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