Viernes, 25 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
El hombre estaba allí desde temprano, parado en un costado de la Plaza con su cartelito y la foto. Será la marcha del 24 número quichicientas a la que asiste. Ya es grande. Pelo ralo y canoso, con barba incipiente que se afeita día por medio como buen jubilado. No canta las consignas, se mantiene callado y firme con su cartelito con la foto de un matrimonio Gutiérrez, detenidos desaparecidos. Es la vieja guardia de la marcha del 24. Al lado se colocan dos pibitos con remeras celestes que llevan escrito Barrilete Kósmico en blanco con letras cursivas. Es una agrupación de estudiantes secundarios, adolescentes inquietos que gritan todo, saltan y bailan con los ojos abiertos al mundo que están descubriendo. Es la nueva generación que se incorpora a las marchas del 24. Los nuevos que llegan y los viejos que siguen. Las marchas del 24 se transmiten de generación en generación con una energía poderosa. Son la columna vertebral en el tiempo de la democracia con su enorme masividad y su inagotable capacidad de síntesis de los nuevos reclamos.
Parece una broma, un rejunte de los demonizados por los grandes medios, son los militantes de las agrupaciones del Evita, o la Martín Fierro o Nuevo Encuentro y otras, están los demonios de La Cámpora y los peores de todos, los despedidos del Estado. No hay nada peor que todos ellos según la letra de los medios concentrados. Son lo peor, convertidos en parias por la prensa macrista y sus periodistas y por los comentarios en Recoleta y la City y Palermo Hollywood. Son tan malos todos esos militantes y despedidos que ya se pensaba que no existían en realidad. Pero en la marcha estaban todos. La columna de La Cámpora, que se ha convertido en el puchimbol despreciable de los opinólogos, era impresionante. Abarcaba varias cuadras de la 9 de Julio, apiñados de vereda a vereda, incluyendo las laterales. Miles y miles de personas, sobre todo jóvenes. “A pesar de la ofensiva, no hubo sangría –dice uno de los organizadores– la gente se mantuvo, casi nadie se fue a la casa”. Y nadie podrá decir ahora que llevan a la gente con la plata del Estado. Si fuera por lo que se vio en la marcha, lo mismo pasó en todas las demás agrupaciones. Y por si fuera poco, además de los malditos, la más aplaudida cuando se la mencionó por los altoparlantes fue Milagro Sala, la peor de todas, la india que les hizo casa, hospitales y piletas a los negros y está bien presa por eso porque no está bien que se reemplace al Estado, aun cuando el Estado no esté. Un buen pobre se aguanta.
Son dos mundos. En la marcha estaban los detestados por la maquinaria propagandística del macrismo. Son los parias. Los despedidos del Estado, esa gente que no se merece su trabajo, algunos con 20 años de antigüedad. También se anuncia por los altoparlantes que están los 150 obreros despedidos de la fábrica La Litoraleña, esa gente que pone en entredicho a la Revolución de la Alegría de Mauri. Siempre hay que decir la palabra militante con desprecio como enseña el manual macrista a los periodistas de programas amarillos o gritones. Aunque no de manera personal, estaba presente en el aire el espíritu de Milagro Sala, la mujer que provoca el asco en esta nueva sociedad argentina de blancos y rubios prefabricados. Para el mundo es una presa política, para miles de indígenas y pobres del Norte del país, es una dirigente representativa, pero para la nueva república es una delincuente que ni siquiera merece que se le respeten las garantías individuales que solamente son para blancos y rubios de espíritu. El señor Carlos Blaquier, el dueño del ingenio más grande de América latina está en libertad y Milagro presa. A Blaquier se lo acusa de cómplice en delitos de genocidio durante la dictadura. A Milagro le cambian todos los días de acusación. La pregunta es ¿financia el señor Blaquier al gobernador Morales para que persiga a Milagro? Son dos mundos, el de Blaquier y el de Milagro. El del aparato macrista de propaganda y el de la grasa que se junta todos los 24.
Macri estaba incómodo en su primera visita al Parque de la Memoria. Obama estaba más suelto. Cuando Obama terminaba de hablar, Macri se desesperó y empezó a hacer morisquetas a sus colaboradores para que le alcancen al atril el papel escrito con el discurso que iba a pronunciar. Se lo llevaron y leyó que había que terminar “con la violencia política y con la violencia institucional”. Equiparó las dos cosas y evitó mencionar al terrorismo de Estado. Taty Almeida lo hizo notar en el acto de la Plaza de Mayo y se ganó un aplauso. La vuelta a los dos demonios es un retroceso que Macri quiere generar. Darío Lopérfido fue uno de los más abucheados cuando se lo mencionó en la lectura del documento de los organismos de derechos humanos. Su elucubración al decir que la cantidad de desaparecidos se arregló entre gallos y medianoche para sacarle plata al Estado no parece el exabrupto de un derechista sino la frase de un oportunista que quiso quedar bien con su jefe, que es el derechista de verdad. Y tuvo efecto porque disputó el premio a la mayor chiflatina con su jefe Mauricio. Si había cientos de miles de personas en ese escenario impresionante, en un momento, todas pedían a coro la renuncia de Lopérfido.
Es el primer 24 de marzo de vuelta en la oposición. Otra vez, los actos del 24 resumen lo que el sistema deja afuera. Allí se junta la grasa, lo que no es escuchado, lo que tiene poca voz en el sistema. Otra vez es así. Toda esa masa tiene pocos ámbitos para expresarse porque nunca han tenido cabida en los multimedia concentrados que ahora son los privilegiados por el nuevo gobierno. Es un esquema con desequilibrios que genera esa división en dos universos, uno hegemónico y difundido, y el otro demonizado e invisibilizado. Antes esa masa estaba contenida por el espacio del Estado. Los caceroleros y la derecha y sus aliados, en general se hacían escuchar con los medios y los periodistas macristas que siempre tuvieron muchísima más capacidad de fuego mediático. Se podrá criticar o no aquel esquema pero nadie podrá negar que estaba más repartido. Ahora está todo en las mismas manos y millones se quedan afuera.
Hay miles de infectados con dengue en la ciudad de Buenos Aires, en los barrios de la CABA. Los laboratorios no dan abasto con los estudios. La infección se diagnostica por los síntomas y los enfermos no se internan porque ya no hay camas. Se los manda a hacer reposo a sus domicilios. Se vienen diagnosticando 500 casos de dengue por día. Llegará a haber 70 mil enfermos de dengue en el pico de la epidemia que se producirá en abril. Los medios concentrados, que generaron tanto escándalo con el brote del 2009, que tuvo 24 mil contagiados en todo el país, silencian el desastre que se está produciendo con un ministerio de Salud paralizado ante la epidemia. El taxista que lleva pasajeros al acto, y que representa abúlicamente al universo de la propaganda macrista, le achaca la epidemia al gobierno anterior. Pero esto es imprevisión y soberbia del nuevo gobierno más enfocado en despedir gente. La única dispensa es que en la mayoría de los casos se trata de una cepa benigna. Pero los que han sido infectados corren riesgo de muerte si tienen una segunda infección. El taxista representa al relato conservador donde no figura el dengue. Los despedidos, muchos de los cuales realizaban tareas sociales de prevención en el territorio estuvieron en la marcha del 24.
Aparte de las columnas de demonios militantes hay miles y miles de personas sin encuadre orgánico. Cada quien se puso una camiseta ad hoc. Hay una negra que dice “Me puse la camiseta”, y tiene el dibujo de una gorra de milico dentro de un círculo rojo. Abajo dice “Juicio y Castigo”. Esa es una de las que más se ve. Hay otra que dice “24 de marzo, Día de la Memoria. 40 años, no nos pudieron callar”. Y otra que recuerda: “Ellos tienen los medios, nosotros tenemos las calles”. Hay varias también azules con letras blancas en las que se lee “Resistiendo con aguante”, que es una red de Internet. Otra: “Nunca más y Nunca menos”. Una gorra que anuncia en el frente: “Soy del 49%”. Y otro que directamente se bordó una letra de León: “Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia”. Como los antiguos hombres sándwich, la gente se vuelve cartel con sus ideas. Son fanáticos (¡¡¡Puajjj!!! otra palabra favorita de los fanáticos del diccionario macrista): todos tienen su camiseta para el 24.
Ultimo párrafo para las Madres. Es conmovedor verlas. Y además es aprendedor. Uno las ve y aprende. En sillas de ruedas, cargando sus años, cargando más historias que la historia. No hace falta que hablen. No hace falta que digan. Ellas están, llevan caminando 40 años y uno aprende. El hijo de uno aprende. Y el nieto de uno aprende. Y así estamos aprendiendo. Caminando con ellas.
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