Viernes, 25 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Sandra Russo
El contraste fue tan intenso, tan fuerte, tan bifronte, que daba escalofríos. No sólo las teníamos frescas en la retina, sino que mientras la plaza se iba llenando y llenando y estirándose para seguir entrando gente, los televisores de los bares de Avenida de Mayo las repetían: Mauricio Macri y Barak Obama solos, solos de una inmensa soledad, unas pocas horas antes, llevando adelante un homenaje un 24 de marzo, el del 40 aniversario, y arrojando flores al río. Era el Día de la Memoria, y no eran ellos los hombres apropiados para hacer ese homenaje. Por más que se sea presidente de Estados Unidos, hay que ponerse en el lugar de un pueblo que recuerda a sus muertos. No lo hizo. Fue una escena bizarra. Un paso de comedia negra. Macri no experimenta ninguna emoción por esos muertos sin tumba. Esos hombres, mujeres, niños y ancianos no libraban ninguna guerra. Un funcionario de Mauricio Macri dijo hace poco que no fueron 30.000 sino muchos menos, pero poner en duda el número para rebajar el escándalo de un genocidio no fue lo peor que dijo. Lo peor fue que dijo que los familiares falsearon el número para cobrar subsidios. Por chorros.
Lopérfido no dijo esa palabra pero los funcionarios del gobierno PRO y los periodistas que le hicieron la campaña y hoy lo encubren instalaron ese cliché en el que tarde o temprano cae todo aquel que impugne este modelo extractivo de dignidad. Si se reclama un Estado que acolche y penetre en los pliegues más pobres de la sociedad para llevar servicios, ya decretaron que será para “hacer del Estado un aguantadero de la política”. Ese es el relato PRO que conduce a acuchillar la política para que no tengan que competir con ella los empresarios y los financistas.
El de ayer fue un choque de performances políticas, pese a eso. Porque la política tiene la mala costumbre de no dejarse evitar. A partir del mediodía, en la plaza de Mayo, empezó a llover gente, organizada y suelta, con una abundancia meteórica y una fuerza de vendaval. Gente atizada por los sucesos de esa mañana, por la militarización de la ciudad, por el sonido de los helicópteros. Gente en cuyas familias hubo algún desaparecido y gente que en las suyas ya hay más de uno sin trabajo. Gente humillada. Gente con la conciencia clara de que el gobierno de Macri no vino a gobernar para todos sino a suprimirlos simbólicamente a ellos, que vino a despreciar sus emblemas, a perseguir a sus referentes, a habilitar violencia institucional y a describirlos con adjetivos de mala espina.
La plaza ayer fue en realidad apenas el corazón de una movilización que la desbordó y la hizo chorrear gente para todos sus costados. La memoria no está alterada. Podrán estar alterados los ánimos, las decisiones, los pálpitos, pero la memoria está intacta. Varias generaciones dieron ayer testimonio de eso. Eso sí es cosa juzgada, no sólo por los jueces. Es cosa juzgada por la racionalidad y los corazones. Tiraron gente al río que ayer recibió flores arrojadas por un Presidente que dice que en su país abunda la autocrítica. No nos importa si los norteamericanos hacen autocrítica. El presidente del país que creó el Plan Cóndor tenía de disculparse en nombre de su Nación.
La plaza y sus alrededores, llenos que gente que fue a decirles presente a los desaparecidos, estaba viva. La memoria le hace bien a la salud de un pueblo. Nos duelen infinidad de cosas en estos días. Pero no es poco y hay que advertir que la corrección política de Obama que se tuvo que fumar ayer el Presidente argentino no es espontánea sino el producto de cuarenta años de lucha ininterrumpida. La batalla de la memoria la ganamos.
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