Sábado, 26 de marzo de 2016 | Hoy
Por Mario Wainfeld
“Fuimos lentos en denunciar las violaciones a los derechos humanos”, enunció el presidente norteamericano Barack Obama en el Parque de la Memoria. Una reescritura compasiva de la historia, en favor propio. La responsabilidad de su país en el terrorismo de Estado no es cuestión de velocidad sino de rumbo. Estados Unidos promovió las dictaduras militares en toda la región, prohijó a los golpistas, formó a los represores en la Escuela de las Américas.
La presidencia del demócrata James Carter marcó una diferencia relevante, que merece ser enaltecida. Obama lo hizo pero calló otros nombres, menos egregios. El interregno de Carter fue virtuoso. Duró apenas un mandato porque no consiguió ser reelecto, objetivo en general accesible a los colegas en su país.
Las palabras de Obama mejoraron su deplorable performance del miércoles, en las que titubeó ante preguntas vinculadas al tema. Y no pronunció siquiera los nombres de los demócratas que se comprometieron contra la dictadura: Carter, Patricia Derian, Tex Harris.
La primera dama, Michelle, fue parca para mencionar a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Prefirió explayarse sobre las virtudes de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y la dirigente social Margarita Barrientos. La gobernadora consiguió un éxito electoral resonante pero su trayectoria está por construirse. Una mención a Eva Perón (que a esta altura es ensalzada desde variopintas tolderías) o a los nombres y apellidos de las luchadoras de Plaza de Mayo quedó fuera del radar de Michelle Obama.
El presidente Mauricio Macri habló contra “la división entre argentinos”, un modo original de equiparar al genocidio con “la grieta” inventada por el periodista Jorge Lanata. Evadió conceptos tales como “terrorismo de Estado”, “plan sistemático” y hasta “dictadura militar”.
Ningún logro de los organismos de derechos humanos entorpeció su floja pieza oratoria, dedicada a una temática que lo incomoda. Juega de visitante ese partido: se le nota demasiado.
Los dos mandatarios potenciaron el valor de la desclasificación de archivos que es una conquista que se viene trabajando hace años. En el plan de elevar a Macri, Obama le concedió el éxito al que el líder de Cambiemos jamás consagró esfuerzo, salvo en las últimas semanas.
Los circunstantes tuvieron la delicadeza de no consignar que Obama es un chocante premio Nobel de la Paz. Galardón curioso para quien comanda un país que ha suprimido desde 2001 muchas de las garantías constitucionales para favorecer “la lucha contra el terrorismo”.
El periodismo local dispensó a Obama de cualquier alusión a Milagro Sala, una presa política cuyos reclamos han llegado a organismos internacionales. Un ejemplo flamante de la violencia política o institucional” a la que Macri exorcizó diciendo “Nunca más”.
Como consuelo relativo: todo podía haber sido peor. La presencia de Obama en la ESMA en la Plaza de Mayo el 24 de marzo hubiera constituido una provocación, una falta de respeto.
El desplazamiento del presidente invitado y su familia a Bariloche constituyó un gesto de inteligencia o aun de delicadeza. Mérito modesto del Departamento de Estado o de la canciller argentina Susana Malcorra, que es casi lo mismo.
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