Sábado, 26 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA
Por Luis Bruschtein
Cientos de miles de personas se movilizaron el 24 de marzo pero es difícil que muevan la agenda del gobierno. Es la conclusión aparente, la sospecha más posible. Sin embargo, dos veces en menos de tres meses, con las visitas de François Hollande y de Barack Obama, Mauricio Macri se vio obligado a participar en actos por los derechos humanos en los que nunca antes había participado. Pareciera que no pasa nada, que solamente sucedió que centenas de miles se manifestaron ese día y que al día siguiente la vida sigue su curso y que el poder permanece inmutable. Pero la experiencia demuestra que hay un efecto subterráneo, que las marchas del 24 de marzo socavan y construyen. No es menor que el presidente de una fuerza que ha sido refractaria a las políticas de derechos humanos se haya visto en la obligación de participar en actos que siempre ignoró. En ese punto de intersección se toca la impactante marcha del jueves con la participación hipócrita de Macri en esos actos en el Parque de la Memoria presionado por situaciones de política internacional. El presidente de Francia y el de Estados Unidos reconocen a la Argentina como un país promotor de los derechos humanos. Ellos exigen participar en esos actos porque reconocen la importancia que tiene Argentina en ese tema en el escenario internacional, el país ingresó por esa puerta al imaginario universal. Esa valoración deviene de la historia de la dictadura y la historia de las Madres y de las Abuelas, de los Antropólogos Forenses y del dinamismo en general del movimiento argentino de derechos humanos. Esa fuerza moral que representa la Argentina en el imaginario universal se resume en los actos del 24 de marzo.
Aunque siempre se producen discusiones y disputas por el contenido de cada acto, por las consignas y los puntos programáticos, en realidad el contenido de fondo de cada uno de los actos por el 24 de marzo lo decanta la sociedad misma. Los que están a favor pero también los que están del otro lado o los que quedan del otro lado y no les gusta. La sociedad entiende lo que pasa en esos actos más allá de las consignas y de los discursos, porque el tiempo ha forjado una ligazón de entendimiento entre la sociedad y el movimiento de los derechos humanos que administra un espacio del que son pocos los que no les importa ser excluidos. Es un espacio que surgió de lo recóndito, de lo más débil, vulnerable y minoritario y sobrellevó durante años contra viento y mareas una furiosa guerra en su contra, con ofensivas de violencia física y simbólica que fue repechando, desarmando y finalmente ganando. Es el espacio ético y moral más sólido y el menos cuestionado. De alguna manera, cuando Obama y Hollande se sacan la foto en el Parque de la Memoria lo están reconociendo y tratan de usar ese prestigio en su propio beneficio.
Macri no hace nada por ocultar que participa por obligación en esos trances. Nunca se interesó por ningún acto sobre derechos humanos, esperó hasta último momento para conocer los lugares que pedían visitar los presidentes extranjeros y en todo momento expresó poco interés. Es uno de esos pocos a los que no les interesa estar del otro lado de los derechos humanos. Su discurso junto a Obama trató de llevar agua al molino de los dos demonios como lo explicó en su discurso en la Plaza Lita Boitano. El espacio de la sociedad a la que representa genuinamente es al que respaldó a la dictadura, al que concibe la idea del orden y la propiedad por encima de los derechos y garantías individuales. Pero es una batalla que lo distrae del escenario principal que es la economía. Si le va bien en ese terreno avanzará con más decisión sobre el de los valores. No es un tema que lo desvele por ahora.
Si no fuera por Obama y Hollande, Macri seguiría sin conocer la ex ESMA y el Parque de la Memoria al que no visitó en los ocho años que fue jefe de Gobierno de la CABA. No es un tema sensible para Macri, pero sí para la sociedad. Hay una cuestión allí que ya está encarnada en un proceso de identidad y trasfondo. Se reveló el 24 de marzo de muchas formas: fue claro el mensaje de los organismos: no hubo una negativa a reunirse con el presidente norteamericano. Pero ningún organismo aceptó participar en el acto del Parque de la Memoria. Obama representa a un país cuyo gobierno fue promotor del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Algunos daban por descontada la masividad del acto en Plaza de Mayo. Otros apostaban al fracaso de la convocatoria, a la pinchadura de las agrupaciones territoriales kirchneristas tras la derrota electoral o al debilitamiento del movimiento de derechos humanos por la fuerte hegemonía conservadora en los medios, al desánimo por el cambio brusco de rumbo del país o al tiempo de gracia que disfruta el que ganó las elecciones. La asistencia superó todas las expectativas. Hubo cientos de miles movilizados en todo el país. Es la parte de la sociedad a la que el macrismo entiende menos, los sectores más politizados y movilizados. El aparato de propaganda macrista no pudo perforar ese sector.
En todos estos días se habló mucho de la crisis del kirchnerismo y de La Cámpora y de la sangría de militantes en todas las organizaciones territoriales por la falta de respaldo estatal. Toda la propaganda macrista se basó en que la militancia se asentaba en el presupuesto público. Como el ladrón que está convencido de que todos son ladrones, el macrismo está convencido de que sin plata no habría militantes, de que cualquier vocación de militancia popular se sustenta en el interés material, que esa vocación es nada más que un disfraz que esconde aviesas intenciones. Ellos no tienen militantes sino voluntarios. Un voluntario se define por el dinero, si cobra o no. Hay voluntarios y hay empleados. Es la diferencia con el militante, que está definido por el contenido de su acción y que actúa por convicción.
El macrismo esperaba una desbandada de la militancia kirchnerista a las pocas semanas de la derrota cuando se notara la ausencia del sostén económico. Hubo crisis internas en los agrupamientos, debates y discusiones con otros sectores del peronismo, pero la marcha del 24 mostró que no hubo sangría ni desbandada. Que la militancia aguantó la derrota y no se fue a su casa. Hubo otros datos que funcionan como síntomas del bebé que se está gestando. Uno de los convocantes al acto fue el Partido Justicialista. En la marcha hubo gremios de la CGT y de la CTA. Hubo una importante columna que aportaron varios intendentes, entre ellos, Jorge Ferrarese, de Avellaneda, Gabriel Katopodis, de San Martín, o Verónica Magario, de La Matanza, que marchó con el ex intendente Fernando Espinoza. Y hubo sectores del radicalismo y del socialismo con fuerte presencia.
Por la persistencia o la masividad o por la coincidencia de fondo como reivindicación de una democracia activa construida por las luchas populares, la construcción de una democracia que preserva y amplía derechos, las marchas de los 24 de marzo sobrepasaron las intermediaciones partidarias y pudieron establecer en el tiempo sintonía directa con las demandas populares. Es un termómetro del proceso. La expresión de un síntoma. No se ve la fiebre, se ve la marca del mercurio. El 24 funciona así. Se anticipa. Marca la forma en que se va conformando la agenda de los reclamos más sentidos. La visita de Obama un 24 de marzo y después de haber capitulado con los fondos buitre, conformó una imagen explosiva. No era el mejor momento. El gobierno no sacó nada, ni créditos ni promesas de inversiones o de respaldo para grandes obras de infraestructura o de apoyo en organismos internacionales. “Estamos creando confianza” fue la justificación de Macri. Si en el corto plazo no muestra un botín o una retribución que haya obtenido de estos llamados actos de confianza, el respaldo tenue que logró para algunos de ellos, se disipará rápidamente y se convertirán en otro motivo para el descrédito y el enojo, como el que todavía subsiste contra las famosas “relaciones carnales”. La visita de Obama es un capital político para Macri si le reditúa algo. Lo real es que no ayuda –ni tiene la promesa de hacerlo– a pasar el mal momento económico de los argentinos como será en lo inmediato. El gobierno dice que habrá que sufrir hasta el segundo semestre, hasta que termine de “acomodar la basura”. Combinar ese sufrimiento con la cara del presidente norteamericano le funciona en contra, no a favor.
Hay un sector de la sociedad que todavía espera. Pero el acto del 24 puso en el escenario la representación de otro sector que está invisibilizado por el Súper Diario de Yrigoyen –que es la corporación de los medios concentrados–, y al que la prepotencia del gobierno macrista en estos cien días puso en un estado mucho más crítico que ese tenue respaldo que logra entre sus simpatizantes. El acto sirvió para visualizar el otro extremo de la balanza. Cualquier fantasía que tuviera el macrismo fue diluida por la masiva y activa asistencia. En algún momento la balanza se inclinará para uno u otro lado.
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