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“Apocalypse now” y el corazón de las tinieblas macristas

 Por Mempo Giardinelli

Esta columna suele recordar que cuando todas las indicaciones superficiales obligan a pensar en un apocalipsis –la idea es de Ezra Pound– es absurdo pretender la descripción de un Paraíso. Todo artista lo sabe, o lo intuye, en cualquier disciplina, porque toda obra modifica la realidad.

En el presente argentino el arte de la política parece ir por el mismo camino: todo sugiere la descripción de un infierno, aunque el gobierno y su sistema mentimediático sigan construyendo un paraíso para pocos. El cual, como todo globo inflado irresponsablemente, más tarde o más temprano va a reventar.

La sociedad argentina continúa sumida, no obstante, en el desconcierto. Y sumando angustias por la acuciante destrucción del aparato productivo y del empleo, más los tarifazos y el endeudamiento feroces que afectan y comprometen no sólo el duro presente sino el futuro de esta nación. Como en el famoso, impresionante film de Francis Ford Coppola de 1979, donde el apocalipsis es comienzo, trayecto y destino del suicida avance fluvial por la selva.

Así pinta, y es fácil reconocerlo, el presente argentino con estos tipos en el gobierno. Cientos de miles, millones de compatriotas viven hoy en esa especie de amarga espera como cuando se remonta el río y todo lo que viene es peor y cada vez peor.

En la Ciudad de Buenos Aires la aparente normalidad es quebrada por protestas diarias que son, sin embargo, apenas gotas en un océano mientras el gobierno municipal acomoda todas las leyes para “legalizar” contravenciones de altura, de espacios verdes y violar a profundis los códigos urbanísticos y de edificación. A espaldas de la ciudadanía, y con la insólita tolerancia de una oposición blandita, casi 200 hectáreas ya se han privatizado o concesionado para shoppings y negocios inmobiliarios, lo que significa destruir el patrimonio urbano, histórico y visual, y la identidad cultural de una de las ciudades más atractivas e interesantes del mundo, pero a la que el desbarajuste ambiental por la destrucción de espacios verdes va camino de convertir en una vulgar jungla de cemento.

Con igualmente cementada voracidad, por cierto, el gobierno local y el nacional, que son lo mismo y con los mismos amigos, lo único que no hacen ni harán -porque de estos tipos sólo cabe esperar lo peor- es lo que más falta hace: planificación y construcción de las miles de viviendas sociales que son la verdadera, mayor urgencia ciudadana. Ni la planificación y construcción de una red de comunicaciones terrestres para despegar la potencialmente infinita producción de las llamadas economías regionales. Ni la planificación y concreción de un nuevo sistema jurídico, político y social que solamente podrá surgir de una profunda y democrática Reforma Constitucional.

Lo que pasa en Buenos Aires se repite, dramáticamente, en el resto del territorio argentino, donde las consecuencias de las políticas que aplica a toda velocidad el actual gobierno radical-macrista son similares. Los desmontes a paso redoblado y el avance descontrolado de la soja y sus agroquímicos letales, pauperizan las economías regionales y expulsan a los últimos núcleos humanos que aún quedan en los campos. Y la minería a cielo abierto sigue contaminando el aire y el agua, y también la moral porque no es concebible que sigan explotando como lo hacen sin coimear funcionarios nacionales y provinciales a troche y moche. Así es como la infraestructura productiva que se había recuperado en lo que va del siglo, ya anda estornudando su gripe final.

Y sobre todo eso, la mentira. Las fantasías inversoras que se propagandizan como salvación no son más que espejismos, “oportunidades de negocios” pero para los mismos de siempre. El macrismo y sus diarios protectores, y en particular las editoriales que cada mañana el diario La Nación descerraja sobre la piel de la Argentina, constituyen ya un compendio de vilezas que nuestro empobrecido pueblo en general no lee ni comprende, pero padece brutalmente.

La película de Coppola se basó en la memorable novela corta de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, un maravilloso texto publicado en 1899 y ambientado en África, en el horroroso Congo que prohijó el refinado y premacrista rey Leopoldo II de Bélgica con el negocio del marfil. El Sr. Kurtz (encarnado en el filme por el inigualable Marlon Brando) es el símbolo del empresariado más feroz, que coloniza en nombre de la “civilización” pero cuya conducta es salvaje y corta cabezas para lucirlas en las empalizadas de la mansión colonial. Su ambición le autojustifica cualquier crimen y así anula la identidad del embrutecido pueblo congoleño mientras la comunidad internacional –ejemplarmente representada por un arlequín cuyos colores representan las banderas de toda Europa– aprueba todo y mira para otro lado.

Conscientemente o no, Conrad, polaco de nacimiento y nacionalizado británico, condenó en esa novela la miserable hipocresía de la hoy olvidada Conferencia de Berlín de 1884/85, en la que los estados europeos se repartieron el continente africano y aseguraron el colonialismo y la sobreexplotación.

No es incoherente que el ministro de Educación, Sr. Esteban Bullrich, haya confesado en la Patagonia que “ésta es la nueva conquista del desierto”.

Desde ya que no faltarán lectores que opinen que es ésta una visión también, y demasiado, apocalíptica. Y acaso fustiguen el implícito aserto de que no es verdad que los pueblos nunca se equivocan. Pero ahí está una mayoría del pueblo argentino votando el año pasado este “cambio” infame que suicidó su propio futuro quién sabe por cuánto tiempo.

Siempre es grave la ignorancia, pero no hay peor ignorancia que la ignorancia de que se es ignorante.

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