EL PAíS
Operativo retorno con festejos pese a un viaje más que fallido
Juárez viajó a Buenos Aires para entrevistarse con Eduardo Duhalde, su viejo aliado político. El ex presidente negó haberlo recibido. Tampoco pudo entrar a la Casa Rosada. Pero el caudillo volvió y una multitud lo esperó como un héroe en el aeropuerto.
Por A. D.
Fue una señal clara. Los Juárez, acuartelados en Santiago del Estero. A las 15.35 llegaba el único avión diario que aterriza en la provincia. En la clase VIP del Boeing de Aerolíneas viajaba Carlos Juárez. En la explanada del aeropuerto santiagueño lo esperaban los cantos y los gritos desenfrenados del “seguí luchando, Juárez, seguí luchando”. El viejo caudillo, hoy de 87 años, está viejo. Pero sus bastoneros, una corte de servidores de trajes oscuros, lentes negros y bigotes al estilo service de los ‘70, lo mantienen con vida. Fue una operación retorno, preparada hasta con la prensa local. Que anunció que Juárez regresaba después de “dialogar con el ex presidente Eduardo Duhalde”. En realidad, Juárez había viajado a verlo, pero el ex presidente Eduardo Duhalde no lo recibió. La farsa obviaba el dato. Pero al juarismo no le importó. El show montado en el aeropuerto pareció no sólo un intento desesperado de reavivar la imagen del caudillo, sino una imagen que en este mismo momento muestra un enfrentamiento, claro, con el gobierno nacional.
La crónica de la operación retorno de Juárez no empieza camino al aeropuerto Vicecomodoro Angel Aragón o con la imagen del caudillo en las escaleras del avión. Comienza unos días antes, cuando el gobierno santiagueño empezó a plantearse como estrategia una salida a esta sangrienta crisis institucional con una apuesta clara de un Juárez sin Nación.
Una estrategia que repite la historia del ‘73, cuando Juárez construyó aquí su “juarismo sin Perón” frente al país donde el peronismo levantaba la candidatura de Cámpora. En la historia de Santiago del Estero, aquello se repite como la primera traición de Juárez. Como ahora, cortó filas con el partido, se montó a la estructura de la derecha más extrema vinculada a la Democracia Cristiana, lanzó su candidatura y ganó la elección y los primeros beneficios negros de López Rega. En ese período se abrieron las primeras denuncias por violación a los derechos humanos que recién ahora comienzan a tomar forma de un delito imputable por genocidio y crímenes de lesa humanidad.
El domingo pasado, cuando Página/12 publicó su situación legal en la causa abierta en el juzgado federal por las denuncias de cuatro santiagueños desaparecidos en esa época, Juárez armó rápidamente su viaje a Buenos Aires. Ese día, por primera vez, aparecía tal vez la sombra de una imputación por los crímenes de lesa humanidad y la posibilidad de un encierro.
El artículo reflejaba las investigaciones del único juzgado federal que hay en Santiago. Un ámbito donde avanzan causas que en las últimas dos semanas arrasan con distintos personajes del gobierno. Entre ellos, la gobernadora Mercedes Aragonés. Su mujer. La señora.
El lunes, temprano, los santiagueños ya sabían que Juárez estaba en Buenos Aires. Nuevamente, la prensa local adelantaba los detalles del encuentro supuestamente pautado para ese día con el ex presidente Eduardo Duhalde. Lo publicado era claro: Juárez viajaba a encontrarse con Duhalde, su viejo aliado político, su garante frente al gobierno nacional. Su –hasta ahora– respaldo político. Y se aclaraba que se trataba, además, de su “última carta”.
Durante ese mismo lunes, en Santiago del Estero se tejieron intrigas y rumores sobre los términos de la reunión. ¿Qué le diría Duhalde? ¿Lo recibiría? ¿O no? ¿Le daría una tregua? Los especialistas en intrigas juaristas aseguraban que durante el viaje intentaría negociar esa tregua para abandonar de a poco el gobierno. Especulaban incluso con una negociación de tiempos que le permitiera irse a salvo y quitarse de encima las causas federales. Pero, sobre todo, intentaría una pausa en los tiempos políticos para provocar la renuncia de su imbatible compañera: Nina Aragonés. Aquella mujer que en este mismo momento es la cabeza política de una estructura que se hace trizas pero que sujeta con garras, dientes, pañuelos y uñas, Eso sí, siempre pintadas.
En Buenos Aires, Juárez ni siquiera pudo empezar con el diálogo con Duhalde. Según los voceros del ex presidente, consultados una y otra vez por este diario, Duhalde no se reunió con Juárez. Ni el lunes a la mañana, ni a la tarde ni a la noche. No lo vio. Los viejos acuerdos políticos esta vez no funcionaron. Tampoco fue recibido por ninguna autoridad nacional. Y el viejo Juárez llegó a Santiago dispuesto a hacer de tripas corazón.
A las cuatro de la madrugada, a la hora de la salida de los matutinos, los santiagueños ya se encontraron con la noticia del día: “Juárez pudo dialogar con Eduardo Duhalde”, decía el titular en primera plana. Enseguida, daba el avance de la información: “Se espera que a su regreso a Santiago informe el resultado de la entrevista, hecho que anoche no trascendió en la Capital Federal”.
La respuesta del juarismo fue la organización de una concentración de unas cuatro mil personas en el aeropuerto. Fueron los gritos. Consignas. Colectivos. Camiones. Trasporte de Vialidad. La idea de un caudillo presente. Perpetuo. La necesidad de sostenerlo.
Los que estaban ahí no aplaudían al caudillo fracasado. Al viejo al que se le cierran las puertas en todos los ámbitos de la Nación. Aplaudieron al Juárez local. Al hombre que vuelve. Que está sosteniendo el gobierno. Al eterno retorno donde no hay ficción sino un aparato político, un viejo, un avión y cincuenta años de historia.