EL PAíS › OPINION
Ejercer el poder y abrir el juego
Por Mario Wainfeld
La pompa y la circunstancia resaltaron la presencia de todos los poderes del Estado nacional. Se agregaron gobernadores provinciales –incluidos los compañeros peronistas más distantes del gobierno nacional (Juan Carlos Romero, Carlos Verna, Angel Maza, José Manuel de la Sota)– y el jefe de Gobierno porteño. León Arslanián fue un invitado especial, llegó bien temprano, fue mencionado tres veces en la alocución de Gustavo Beliz y saludado con un beso presidencial al final del acto. El Gobierno presentó su “Plan estratégico de Justicia y Seguridad 2003-2007” (en adelante, “el Plan”) como “una política de Estado” y lo contextualizó en un ámbito a la altura. He ahí el primer mensaje de la puesta en escena.
El segundo fue resaltar que la seguridad es un problema complejo, susceptible (y requirente) de abordajes simultáneos en distintas áreas. Tanto que resolverlo obliga a la más grande reforma institucional que recuerda la Argentina desde 1983, con la sola (casi cabría decir con la posible) excepción de la reforma constitucional de 1994.
El tercer mensaje –que también tuvo su señal en la asistencia de amigos, aliados y compañeros de ruta embroncados– fue que la administración Kirchner está dispuesta a “abrir el juego”. Algo que, se le recrimina desde distintos ángulos, no ha sido su característica saliente. Abrir el juego a otros equipos gobernantes, a otros poderes del Estado a la sociedad civil organizada, al pueblo todo.
Los discursos: Le cupo a Gustavo Beliz una doble responsabilidad de difícil compatibilización: reseñar el vasto Plan y hacerlo en un plazo breve. Así fue como el ministro de Justicia trazó las líneas maestras del Plan y convocó reiteradamente a la sociedad civil, a las organizaciones no gubernamentales (algunas mencionadas por su nombre y apellido, nombres y apellidos conspicuos como Unicef y el Centro de Estudios Legales y Sociales). Beliz consiguió ser didáctico y dar cuenta de que –a los ojos del Gobierno– es tan importante construir nuevas cárceles como combatir la deserción escolar. Político al fin, no se privó de puntualizar que las nuevas erogaciones no implicarán la creación de nuevos impuestos. Político al fin, no dijo que, de ser así, alguna partida preasignada sangrará.
El Presidente redondeó políticamente el mensaje de Beliz. Néstor Kirchner eligió leer su discurso. Es un dato pues no ha sido ésa su tendencia en los últimos tiempos. Muchos de sus últimos mensajes a la sociedad (aun a los organismos internacionales de crédito) habían sido propalados en actos masivos, sin texto delante, con más pasión que precisión. El cambio no fue un viraje de 180 grados: Kirchner cerró su alocución “a su manera”, improvisando para subrayar que “no pienso negociar mis convicciones” de cambio y de respeto por los derechos humanos. Y enfatizó su costado belicoso prometiendo batalla a los “pactos corporativos”, la derecha y a ciertos comunicadores. Pero lo hizo en un marco institucional adecuado, hasta solemne y cuidando las formas, cuidando de no elevar el tono de voz.
Cambio de estilo: Kirchner viene ejercitando un poder democrático decisionista. Lo suyo ha sido el tomar decisiones (muchas veces sorpresivas) sin informar de las deliberaciones internas previas y buscar su ulterior aprobación social. Por decirlo en jerga técnica, viene fungiendo como un mandatario con estilo delegativo que se atribuye toda la iniciativa y procura la legitimación (aprobación social) a través de consensos plebiscitarios. Ahora parece haber elegido un camino novedoso, seguramente instado por un reclamo masivo que lo sorprendió. Aplica sus recursos para elaborar una propuesta que por su magnitud, por su densidad y hasta por la plata que cuesta solamente el Estado puede motorizar. Pero no se propone autosuficiente y pide la presencia (ya no muda y ulterior) de la sociedad civil y de otros poderes públicos. La convocatoria al Consejo Nacional de Seguridad Interior, uno de esos entes colegiados que Kirchner detesta amablemente, es todo un indicador. La repetida mención que hizo Beliz a “rondas de consultas a la sociedad civil” es otro. En la exposición del ministro de Justicia pulularon reconocimientos a otros mandatarios, a legisladores, a organismos de consulta, al “trabajo multidisciplinario”. Hasta mentó personalmente a diputados que formularon aportes en proyectos determinados.
Cruzate de vereda: La democracia argentina funciona con altos grados de movilización. La calle es ocupada por variados protagonistas sociales. Se marcha mucho, se ocupa el espacio público, se reclama con fervor. Pero tamaña energía suele canalizarse contra los gobiernos o, por lo menos, “desde afuera”. Varias Constituciones, incluyendo la nacional, prevén mecanismos de participación (aparte de las elecciones de autoridades) que están casi invictos de aplicación. Ese estado de cosas (gran agitación, muchas demandas, sin traslación al espacio institucional) induce a la crispación y la frustración. El Plan propone, al menos, dos medidas tendientes a desandar ese camino: el juicio por jurados y la elección de ciertas autoridades policiales. Ampliar la participación existente es un aporte interesante que contradice la forma de gobernar (y hasta de entender la política) de la mayoría de los dirigentes argentinos incluido (hasta ahora) Kirchner.
Una forma de decirles a los que marcharon el primero de abril y tantas otras veces “cruzate de vereda que acá hay lugar para vos”.
La presencia de Blumberg: Se diga o se soslaye, el Plan fue presentado a 18 días de la movilización convocada por Juan Carlos Blumberg y 3 días antes de la segunda. La incidencia de “la gente” en la presentación de la medida es innegable. Hubo incluso medidas que remiten a algunos planteos del padre de Axel. El trabajo en las cárceles es una de ellas. La atención prestada a los secuestros extorsivos, otra.
Y hay algo que huele a “anticipo ofensivo”. La intención de unificar todos los códigos procesales penales de las provincias (un designio interesante, pero de endiablada ejecución) contesta, ante tempus, uno de los reclamos que llevará Blumberg pasado mañana a las escalinatas del Palacio de Justicia.
La defensa de la razón: Seguramente pensando más que en Blumberg en la derecha derrengada que corrió a ponerse en la retaguardia del padre de Axel, las autoridades oficiales se autoarrogaron sensatez, racionalidad, manejo de largo plazo.
Beliz y Kirchner se esmeraron en diferenciarse de –lo que va entre comillas son citas de los discursos– “la magia” (mentada varias veces), “la lámpara de Aladino”, “los iluminados”, “las soluciones mesiánicas”, “lo espasmódico”. Calificativos y metáforas que bien les cabrían a las leyes de agravamientos de penas sancionadas días ha por el Congreso con el apoyo, entre culposo e incómodo, de los legisladores más afines al Ejecutivo.
De estilos y convicciones: Kirchner proclamó, como lo hace en todas sus intervenciones públicas desde que asumió, que no cambiará sus convicciones. Hace bien en prometerlo y haría mejor en seguir cumpliéndolo. Pero lo cortés no quita a lo valiente, su presentación tuvo otro estilo que muchos de sus actos de gobierno. Fue más convocante, habilitó tiempo e instancias para la discusión de sus proyectos, reconoció la presencia y la pertinencia de otros actores. El discurso de Kirchner y aun el de Beliz fueron pioneros en la era K: más reconocimiento del otro, menos pretensiones fundacionales, una búsqueda de participación que trascienda el aplauso.
Para entrar hay que saber salir, proponía César Luis Menotti, hablando de fútbol. En política, muy a menudo, para mantenerse hay que saber cambiar. Muchas novedades se presentaron ayer en el Salón Blanco. La forma del gobierno (en especial del Presidente) de relacionarse con “los otros” fue una de esas novedades, para nada menor.