EL PAíS › PANORAMA POLITICO

MANIAS

 Por J. M. Pasquini Durán

Los aullidos de dolor y las maldiciones de todo calibre todavía no habían llegado desde Carmen de Patagones a sus destinos imaginarios, pero los charlatanes mediáticos ya estaban en apogeo. Algunos, más escrupulosos, primero advertían sobre la inconveniencia de los juicios rápidos o las generalidades imprudentes, aunque a continuación exponían su teoría personal como si fuera la única procedente. Otros, sin ningún recato, con el ceño fruncido y pomposa gestualidad, hurgaban en la “realidad” de un pueblo al que sólo conocen por datos de almanaque. ¿Qué dirían del alto número de suicidios juveniles en Humahuaca, si la tragedia hubiera ocurrido allí? ¿Qué podrían diagnosticar sobre lo que adolece un muchachito pueblerino durante su adolescencia? Está claro que cuando se trata de un caso particular, sólo el tiempo y la pericia real de sus curadores tendrán derecho a la última palabra. Los demás, mientras tanto, si necesitan una explicación exprés pueden elegir cualquiera entre las decenas ofrecidas en estas últimas 48 horas, la que más les acomode, lo mismo da.
Es innegable, sin embargo, que son porciones mayoritarias de la sociedad las que desean develar rápido lo inexplicable para apaciguar sus ansiedades y temores o, tal vez, para confirmarlos. Es uno de los modos que usan los grupos humanos para revisar sus hábitos y prácticas, hasta sus teorías culturales, lo cual, a mediano o largo plazo, puede mejorar la convivencia social, incluso en el ámbito intrafamiliar. La publicación católica Criterio incluye en su última edición un artículo sobre el rol de la escuela, en el que recuerda a Sigmund Freud que escribió en 1910: “La escuela secundaria debe conseguir algo más que evitar el suicidio de los adolescentes. Debe suscitarles el goce de vivir... Me parece indiscutible que no lo hace y que en muchos aspectos no está a la altura de su misión que es la de ofrecer un sustituto de la familia y despertar el interés por la vida que se desarrolla en el exterior, en el mundo”. ¿Es posible seguir pensando igual casi un siglo después, con o sin Junior mediante?
En la sociedad nacional, azotada por tantos flagelos y por tan diversas calamidades, de una crueldad increíble sea por su naturaleza o por la persistencia en el tiempo, ese tipo de revisión ocupa la escena colectiva pública sólo en circunstancias extraordinarias y, a menudo, con excesiva fugacidad. Al convertir estos sucesos de enorme dramatismo en escándalos de agobiante repiqueteo cotidiano, los medios masivos de información suelen contribuir a saturar el ánimo de los ciudadanos sin haber agotado antes la reflexión tranquila y lo más honda posible. Un escándalo sucede a otro, sustituyéndolo en el centro de la escena.
Los más pobres ni siquiera tienen la oportunidad de participar en el debate o en el diálogo, ocupados como están en resolver las demandas elementales para amanecer vivos al día siguiente. Es decir, la mitad de la población podrá ser víctima o victimario pero no podrá elegir lo que quiera ser, en un arco más amplio que esas dos patéticas posibilidades. Bien mirado, el mismo trámite, sin chicos ni sangre, se aplica a la mayoría de los asuntos públicos, incluyendo a los poderes republicanos. De ese modo, la deuda externa deja de ser una causa nacional para presentarse como un torneo retórico entre Néstor Kirchner y el titular del FMI, Rodrigo Rato, creando la ilusión que la inflexibilidad o claudicación de intereses dependerá de la competencia discursiva de uno u otro. Mientras la peonada –por aquello de “patrón de estancia” que Kirchner le espetó a Rato– se entretiene con los duelos verbales, los aumentos de tarifas y precios van cayendo, sin brutalidad, con cierto grado de equidad en el monto del compromiso, pero inexorables.
Los asuntos de la economía, a partir de la actual administración del Estado, están acotados por la política, pero las porciones de la sociedad que reclaman porque sufren alguna desventaja económica, rara vez sienten ante la política la acuciosidad por debatirla de un modo semejante al que emplean para considerar la inseguridad urbana, los secuestros extorsivos o la demoledora brutalidad en el aula de Islas Malvinas. Han excluido a la política de sus vidas o, al menos, de su cotidianidad. Esa indiferencia no es ninguna novedad en sí misma, pero en la actualidad asoma quizá una actitud que ya se vivió en otros momentos del pasado: la delegación de toda la responsabilidad en una sola persona, no en una institución o en un partido, o sea en el Poder Ejecutivo, para que se haga cargo de los problemas de cada uno y encuentre las soluciones correspondientes.
Esa correlación, típica del paternalismo presidencialista que ha hecho tradición en el país, de hecho neutraliza los esfuerzos de otras agrupaciones, fuera del área de influencia del Gobierno, la cual incluye al PJ, que en los últimos tiempos están tratando de asomar la cabeza. La UCR, ahora cercana a su antiguo afiliado, Ricardo López Murphy, el ARI de Carrió, que en lugar de polarizar al centroizquierda se erecta puro y aislado en la idea de un contrato moral que, para realizarse, carece todavía de socios suficientes, son algunas de las agrupaciones que en las últimas semanas han venido agitando las plumas. Más allá de las opiniones personales sobre estos y otros partidos, el paisaje político actual no muestra ningún tronco con entidad propia para ser una clara alternativa al gobierno de Kirchner. En tanto esa opción no exista, material y palpable, ante el ciudadano que forma las mayorías, no es que el Gobierno construya la hegemonía por vocación, sino que la tendrá por peso propio.
A propósito de alternativas, en menos de dos meses los norteamericanos tendrán que optar entre Kerry y Bush, cuyo primero de tres debates pudo verse en la noche del jueves último. ¿Son opciones verdaderas? Entre los que analizan las estrategias oficiales argentinas en relación con Washington, hay más de una opinión que simpatiza con la continuidad del actual presidente de EE.UU. debido a que lo consideran un aliado en las duras negociaciones con el FMI y los demás acreedores de la deuda externa, a un costo que consideran módico: respaldos diplomáticos contra el narcoterrorismo o contra Cuba y otras “cositas” del mismo porte. Sería interesante considerar la opinión de un intelectual italiano de centroizquierda, Paolo Flores D’Arcais, director de MicroMega, bimensuario del grupo editorial L’Espresso, que escribió así: “Quede claro: una presidencia Kerry no tendría nada de particularmente progresista, nada de ‘izquierda’ en el significado europeo del término (ni siquiera en su acepción más blanda) y ni siquiera comportaría –de por sí– el fin de la aventura bélica en Irak. Pero una reconfirmación de Bush constituiría, en cambio, un riesgo estremecedor para las tradicionales libertades civiles americanas mucho (pero mucho, mucho) más grave que el que sufrieron durante la época maccartista [...] y el aliento a una política de carácter populista-autoritario , la del ‘fundamentalismo neocon’(servador) que impulsó una violenta y acelerada deriva antiliberal a la política de la derecha tradicional americana”. Este tiempo parece condenado a ofrecer sólo la opción del menos malo, pero no lo deja ahí: quieren que lo consideren (al menos malo) como el mejor de lo posible. ¡Qué fatiga este esfuerzo de travestismo!, tan de moda en el país.

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