EL PAíS › GRUPOS DE ULTRADERECHA CATOLICA
INTENTARON IMPEDIR UNA CONFERENCIA SOBRE EL ABORTO
Una cruzada con escala en el San Martín
El Centro Cultural del Teatro General San Martín fue el escenario del intento de los fundamentalistas católicos de impedir por la fuerza la conferencia de la presidenta de la agrupación Women on Waves, que impulsa la despenalización del aborto en todo el mundo. El ataque se suma a los sufridos por la muestra de León Ferrari.
Por Marta Dillon
“¡Ustedes son la policía del poder, no la policía del pueblo!”, increpó el hombre, los ojos en llamas, el sudor mezclándose con la saliva que la furia echaba de su boca. Era una queja sentida: el hombre –rosario en mano y un cartel impreso con la palabra Asesinos– apenas podía creer que la Guardia de Infantería, con sus cascos y sus escudos transparentes, le impidiera el paso y protegiera el silencio en que se desarrollaba, en el entrepiso del Centro Cultural San Martín, la conferencia de Rebecca Gomperts, presidenta de Women on Waves, la ONG que, según las palabras de su titular, “no puede cambiar la vida de las mujeres pero sí instalar en la agenda pública la necesidad de que el aborto sea despenalizado”. ¿Cómo era que los uniformes se volvían en contra del hombre que como única identidad se declaraba “defensor de la vida y en contra del aborto”? Nadie respondió a su ¿desopilante? pregunta, al menos no directamente, pero se podría arriesgar que algo tuvo que ver la amenaza de bomba para frenar la conferencia, los golpes que por lo bajo los indignados propinaban a los organizadores, además de los antecedentes recientes en la retrospectiva de León Ferrari y en el Encuentro de Mujeres en Mendoza, donde al menos dos bombas caseras estallaron sin que todavía se haya encontrado a los responsables directos.
La iniciativa de Autodeterminación y Libertad de traer al país a la presidenta de Women on Waves –mujeres sobre las olas–, la ONG holandesa que instaló en un barco una clínica móvil en donde se practican abortos seguros, para después situarlo en el límite territorial de los países donde la interrupción voluntaria del embarazo está penalizada –ya lo hicieron en Irlanda y Portugal, al menos–, había conseguido el primer objetivo declarado por Rebecca Gomperts: desde hace más de una semana, el aborto se instaló en la agenda, y de hecho había tantos medios en el Centro Cultural San Martín como si fuera Diego Maradona quien iba a hacer uso de la palabra. El tema quedó instalado, aunque como siempre, de manera tan agresiva por parte de los grupos “provida”, que la llegada del barco se condicionó “hasta que hubiera mayor consenso”. Pero si ese consenso existe –como parecen indicar estudios de opinión recientes sobre la necesidad de despenalizar el aborto, realizados este mismo año tanto por el Centro de Estudios de la Sociedad y el Estado, como por el Instituto Social y Político de la Mujer y la misma encuesta popular que lleva adelante AyL en la Legislatura porteña–, el fundamentalismo católico parece estar dispuesto a ocultarlo de la manera que fuera. Y esto incluye desde rezos con megáfono para tapar otras voces hasta golpes de puño y vuelos en palomita desde un primer piso sobre la gente que quería asistir a la conferencia de Gomperts, como sucedió ayer.
Las grescas habían comenzado aun antes de la hora de la cita –las 19–, como duelos privados en los que las armas eran las lenguas, filosas como estiletes. “Asesinas”, era el lugar común de las que se reivindicaban a “favor de la vida”. “Saquen sus rosarios de nuestros ovarios”, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, eran las consignas que aparecían cuando los breves diálogos trocaban en monólogos que se escupían sobre la cara del contrincante a la mínima distancia de unos cuantos milímetros. Fue desde ese mismo momento que los organizadores decidieron cerrar las puertas y protegerlas con sus cuerpos, dejando afuera a mujeres y hombres de ambos bandos. ¿Se podía hacer otra cosa? ¿Hubiera sido posible que Rebecca Gomperts dijera lo suyo si entraba la horda identificada con rosarios que quince minutos después de las 19 se abrazaban a los custodios del salón del entrepiso como si estuvieran viviendo un romance apasionado, aunque todo lo que querían era entrar al salón?
Los que pugnaban por entrar como fans adolescentes en pleno éxtasis frente a la llegada del ídolo se veían francamente peligrosos, sobre todo cuando dos o tres hombres –el que increpó a la policía entre ellos– se lanzaron como proyectiles escaleras abajo, arrastrando con sus cuerpos a otras personas que sencillamente querían escuchar la conferencia, sin que quedara claro cuál era su objetivo. ¿Inmolarse, tal vez, por no haber podido lograr que la conferencia se interrumpiera? ¿Demostrar cuán dura era la represión de la organización para con ellos? Por supuesto, no contestaron a estas preguntas, ni a ninguna otra (ni siquiera la que se refería a sus nombres), apenas dijeron, en un aullido, que querían hacer “un juicio de esta señora” (joven veinteañero de chomba celeste dixit), y “queremos verla en vivo y en directo porque todos los medios mienten”.
Impertérritas, arrobadas por la cadencia de sus propias palabras, una docena de señoras de más de cincuenta, coquetamente vestidas, rezaba el rosario detrás de una bandera que decía “No al aborto”, y ni siquiera se interrumpieron cuando otros acólitos de la misma grey rodaron escaleras abajo, evento que aprovechó la Guardia de Infantería para organizar la barrera que permitió que la conferencia se desarrollara en absoluto silencio, aunque la mitad de quienes genuinamente querían escucharla quedaran afuera. Y así fue como los gritos y los duelos de a dos se reanudaron, indiferentes incluso a ese hombre de túnica blanca, el único que dio su nombre (profesor Horacio Zadrayec) y que había llegado con la “misión cósmica de pacificar”. Para eso tenía también sus papeles impresos: “Paz y tranquilidad”, rezaban.
Sobre los celulares caídos, los papeles desparramados, los volantes que decían que “La mujer NO tiene la necesidad ni el derecho de decidir sobre su propio cuerpo”, y también sobre los que reclamaban la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo y sus decisiones, dos mujeres mayores también cruzaron sus argumentos. El más notable, a juicio de esta cronista, fue el que arguyó quien más tarde entonó el Ave María a modo de cántico: “Usted debería estar asustada, señora, por la edad que tiene se ve que le queda poco antes de enfrentarse al creador”. Mientras los “misterios” del rosario seguían su letanía, una de las rezadoras contestó sobre cuál era su necesidad de asistir a la conferencia de Gomperts: “Para defender a las mujeres por nacer”. Después se la vio esgrimiendo esas palabras a modo de pregunta insidiosa frente a las mujeres que defendían su derecho a decidir. “¿Y si la que va a nacer es una mujer?, ¿eh?”, decía como si a las que gritaban “Iglesia, basura, vos sos la dictadura” (consigna que era contestada con gritos sobre lo poco que se recordaba a los policías muertos) sólo les interesara la mitad del mundo.
“¡Qué hermosos perros!” decían, sobre el final de las múltiples grescas, dos señoras detrás del mostrador de la recepción del CC San Martín. Hablaban de los labradores negros, cuatro, que habían llegado de la correa de la Brigada Antiexplosivos, respondiendo a una tardía amenaza de bomba, casi un manotazo de ahogado de los desilusionados “pro vida”, que cerca de las 20.30 empezaban a retirarse. Por rutina, se hizo una silenciosa inspección en el salón donde Gomperts hablaba, aunque con resultado negativo. De fondo, sobre la pantalla que animaba la conferencia, se mostraban imágenes muy similares a las que habían tenido lugar momentos antes. Los mismos gritos, el mismo fervor religioso puesto en marcha para defender a los por nacer “porque para que haya derechos humanos tiene que haber gente” (sic), como se escuchó en la sala; claro que el audiovisual mostraba la experiencia irlandesa cuando el barco-clínica ancló apenas un poco más allá del límite del país. En vivo y directo, las agresiones sucedían mucho antes de que la nave de Women on Waves pudiera ser avistada en el horizonte argentino.