EL PAíS › PANORAMA POLITICO

PEOR

 Por J. M. Pasquini Durán

Si tiene algún significado concreto el escueto catálogo de generalidades que firmaron casi todos los gobernadores y el presidente Eduardo Duhalde, es más político que económico. En términos simbólicos, equivale a un aval al Gobierno por noventa días más y patea para adelante el reclamo formal de elecciones anticipadas, a condición que en ese plazo Duhalde y su nuevo ministro de Economía, Roberto Lavagna, encuentren la manera de satisfacer al Fondo Monetario Internacional (FMI) sin generalizar ni descontrolar el estallido social. Por las dudas, a fin de evitar tendencias desviacionistas y talantes nacionalistas o populistas, los firmantes inscribieron entre los catorce compromisos de la declaración las principales demandas del Fondo. Al conocer el texto, Anoop Singh seguro que sonrió complacido por los frutos de su reciente visita a la Argentina. También esta decisión es de naturaleza política antes que económica, porque tantas personas adultas y expertas que vivieron la última década en Argentina (más aún, la gobernaron) pueden alegar ignorancia sobre las previsibles consecuencias de esas opciones. Esas mismas pautas del FMI, ahora ratificadas, sirvieron para patrocinar las políticas de la decadencia nacional, que hambrean a millones y desacreditan a sus ejecutores, uno detrás de otro, llevándolos a los tumbos de mal en peor.
Los que se consideran exponentes del realismo pragmático sostienen que sin recuperar la confianza del Fondo, la bancarrota será peor. Citan el caso, entre otros, de los subsidios al desempleo y la vejez, que deberían pagarse en mayo con mil millones de dólares del Banco Mundial o del Interamericano de Desarrollo (BID) que no vendrán sin acuerdo del Fondo, obligándolos a meter mano en el presupuesto de los salarios estatales, postergando el pago a unos para cumplir con los otros. Los pobres financian a los pobres. Es el esquema de siempre: a medida que reducen el consumo interno cae la recaudación fiscal y, sin recursos genuinos propios, hasta las más elementales obligaciones dependen de aumentar siempre más la deuda externa, aunque ya hoy en día sea impagable. No hay que ser especialista para advertir que a los acreedores lo único que les importa de verdad es cobrar y en el caso que decidieran ampliar la deuda será, ante todo, para compensar lo adeudado. Un círculo perverso que se vuelve espiral de atraso y humillante dependencia.
Será malo, dicen otros, pero no hay otra caja a mano. Durante la década de los 90 hubo una transferencia masiva de riqueza del sector laboral a una minoría de alta concentración económica, llevándose por delante en ese tránsito a las clases medias y vaciando las cajas nacionales. Lo que pudo salvarse fue botín de los coimeros o despilfarro en el gasto inútil. Sin revertir esa tendencia será imposible, con o sin Fondo, la reactivación del mercado interno o la creación de empleos dignos. ¿Sin FMI? Imposible, afirman los que tropiezan a cada rato con la misma piedra, porque sería lo mismo que desgajarse del mundo. Absurdo razonamiento, porque con el capitalismo imperando en la mayor parte del planeta el factor determinante que excluye a un país es su propia pobreza, la desigualdad ante la ley y la incertidumbre sobre el futuro, aún el más inmediato. ¿Quién arriesgaría dinero en una empresa arruinada, si no fuera por compensaciones tan exorbitantes que jamás podrían recaudarse en la actividad productiva, como no fuera con mano de obra esclava?
Claro que para redimir el sistema equilibrado de premios y castigos en la sociedad hace falta autoridad política, que no se consigue por la fuerza bruta del autoritarismo sino por el consentimiento popular en la democracia. Por más que insistan los que levantan vallas policiales o se apropian de dineros ajenos, el problema no es de economía sino de decisión política. Cuando usan las reservas del Tesoro, patrimonio colectivo, para salvaguardar a los banqueros, responsables en su mayoría de la ruina financiera, pero niegan esos mismos fondos para amparar a los quince millones de pobres o a los ahorristas desesperados, no son asuntos contables ni de relaciones exteriores sino de esenciales opciones políticas internas. De lo mismo trata el intento, mediante ley aprobada por mayoría en el Congreso, de recortar a voluntad el alcance de los fallos judiciales a favor de los ahorristas expropiados por los bancos con la complicidad del Estado. Así que los firmantes del llamado compromiso de gobernabilidad no son forzadas o resignadas víctimas de una derrota inevitable, puesto que fijaron las condiciones en completo ejercicio de sus voluntades y creencias. Prefieren ser objetos del Tesoro norteamericano, primera batuta del FMI, que sujetos del bien común en su propio país. Sucede que el justicialismo redentor de humildes ya no existe como tampoco el radicalismo de la autodeterminación de los pueblos. Hay, claro que sí, ciudadanía peronista y radical, pero ha extraviado a sus partidos, cooptados por el pensamiento conservador que se conoce como neoliberalismo. No es casual que el gobernador Reutemann sea aceptado por sus pares como el posible delfín “presidenciable” del PJ y, a la vez, el favorito del establishment que hasta la llegada de Carlos Menem al gobierno consideraba al peronismo la “bestia negra” del régimen de partidos.
Los partidos de las mayorías populares, que suman juntos un siglo y medio de vida, han sido vaciados del sentido fundacional que los proyectó en el tiempo. Reemplazarlos en el imaginario popular no será un trámite sencillo ni el relevo en el poder un mero expediente administrativo. Es el problema de los huracanes, para usar una imagen en boga, que destruyen todo a la velocidad del viento pero la reconstrucción exige mucho más que el impulso avasallante. Basta observar los recientes resultados electorales en Francia, cuna de las principios de libertad - igualdad - fraternidad, para comprender que las desesperanzas o decepciones populares pueden desembocar en alternativas más venenosas que las que se intentaba castigar. En las tierras devastadas suelen hacer nido las serpientes para desovar con más facilidad. Por eso, encerrarse en estériles debates sobre el anecdotario oficialista suele obnubilar la percepción de las corrientes profundas, y muchas veces imprevisibles, del movimiento popular. Las angustias y los miedos conviven hoy en día con la indignación y la bronca en el ánimo de buena parte de la sociedad, además de los millones que sufren misérrimas condiciones materiales de vida.
Todo parece un salto al vacío, que se vayan todos o que sigan el derrotero que han elegido. Nadie quiere empujar tan fuerte que precipite un derrumbe del que puedan sacar provecho algunos indeseables, pero sin presión fuerte y sostenida las necesidades populares seguirán de convidados de piedra. Hasta ahora los cambios, aún incompletos o precarios, sólo fueron posibles por la movilización ciudadana. ¿Hasta dónde hubieran llegado los amigos nativos del FMI sin el temor al espíritu cívico que los desprecia y los desafía? Los indicadores basados en los datos de la realidad y en la experiencia repetida están señalando que lejos de superar la crisis de facetas múltiples, cada remezón, como el que acaba de pasar esta semana, en lugar de ofrecer una expectativa esperanzada sirve para prenunciar la próxima turbulencia. Es tan obvio que los dueños del poder carecen de la imaginación y el coraje que, a la hora de formular mandamientos, repiten los mismos argumentos que defendía el ministro saliente, Remes Lenicov, volviendo incomprensible su desplazamiento, como no sea por la inconsciencia del canibalismo interno. Del mismo modo, para sucederlo estaban ofrecidas las candidaturas de Lavagna y de Guillermo Calvo, al mismo tiempo, aunque los antecedentes del pensamiento de ambos podrían ser considerados hasta antagónicos, si no fuera porque sus opiniones personales poco importan ya que, en cualquier caso, ejercerán poderes delegados desde Washington y refrendados por losgerentes locales. ¿Qué querrá decir el presidente Duhalde cada vez que afirma que Argentina “está condenada al éxito”? ¿Quién disfrutará de semejante augurio?

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