EL PAíS › OPINION

Fiera venganza la del tiempo

 Por Mario Wainfeld

- Vuelvo vencido a la casita de mis viejos. El “retorno” del ex presidente Carlos Menem a su terruño natal tiene mucho de regreso al útero. Es que no hay otro confín de la Argentina donde su paso pueda llamar la atención, en términos positivos se entiende.
La recepción que se le prodigó trasciende penosamente el rango de una reunión familiar. El diputado Adrián Menem se pone a la cabeza de la comitiva, el senador Eduardo Menem funge como su portavoz político. El único político con algún voto fuera de La Rioja que lo esperó fue el eléctrico Luis Patti. Quienes fueron sus paladines y hasta sus creaciones están en otra u otras. Con el Mingo Cavallo ya no se disputan el ADN del “modelo”. Carlos Reutemann, de quien fuera un Pigmalión, le sigue temiendo pero (poseedor aún de buena imagen) le huye como a la mancha venenosa. Ramón Ortega, sin haber renovado un jeme su repertorio volvió a las tablas. Ni qué hablar de Daniel Scioli, un predicador de la nueva política. En la Corte sólo le queda Antonio Boggiano, quien hace un mundo de despegarse de sus orígenes y, aun así, está de salida.
De cualquier modo, lo de “reunión familiar” puede sonar a sarcasmo, tomando en cuenta la historia que urdió este hombre del destino. Su hija, al fin, estaba en La Rioja. Su hijo matrimonial se mató en un accidente, el más letal de los varios que eslabonó en su corta vida. La madre de Junior y Zulemita aborrece al papá a quien culpa de la muerte del joven.
- Como dos extraños. El peronismo, siempre vertical al éxito, hace rato que le dio la espalda. A los tibios los vomita Dios, le gustaba predicar a Menem. Los derrotados generan espontáneas arcadas en el peronismo, una máquina de ganar que le dispara a la derrota como a la muerte. Menem no supo advertir que su ciclo estaba terminado y se presentó a la elección de 2003, que sería un plebiscito en su contra. Algunos de sus allegados leales pero sensatos (Carlos Corach entre ellos) le advirtieron que iba en derechura hacia la pared. No los oyó, no creyó en las encuestas, le falló el instinto. Recién atisbó el final después de la primera vuelta electoral y le faltó la grandeza de la que siempre se jactó. Fue entonces cuando huyó, para no confesar que había sido vencido en las urnas, cosechando su propia siembra.
El peronismo, la fuerza más proteica de la Argentina, produjo otros referentes que hacen un culto de diferenciarse de él. Las tres figuras más potentes del justicialismo –Néstor Kirchner, Roberto Lavagna y Eduardo Duhalde– lo detestan y construyen sus imágenes denostándolo tanto a él como a todo lo que significaron “los 90”.
El hombre del destino predicó, como un Nietzsche del subdesarrollo, “una moral de ganadores”. Esa prédica hoy le pega como un búmeran.
- Y pensar que hace diez años fue mi locura. Hace diez años Menem iba en limousine a la reelección. Su revalidación popular en 1995, tras haber violado de modo flagrante y confeso su contrato electoral, fue uno de los momentos más infaustos de la historia política argentina. Que un político honrado por el voto se dé vuelta como un panqueque cuando llega al gobierno es, en el asolado sur de América, algo bastante común. La democracia tiene un correctivo (imperfecto claro, pero ostensible) para esos desvíos, que es la sanción del voto. Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín fueron en sus tiempos imputados de haberse burlado de sus votantes, de haber incurrido en doble discurso. Pero para ellos, más pronto que tarde, sonó el escarmiento electoral. Los seducidos y abandonados los castigaron.
La mayoría de los votantes de 1995, en cambio, premió diríase con estrépito al converso Menem. Esa santificación popular del abandono de las promesas causó a la democracia un daño que aún pervive. El estrago se magnifica porque el modelo de país consagrado por aclamación desandaba las mejores tradiciones nativas. Era individualista, cipayo hasta la sumisión, insolidario, despectivo respecto de los pobres y los débiles, cortoplacista, destructivo del tramado social, del medio ambiente, de las economías regionales, de la cultura del trabajo.
La responsabilidad de lo que resultó algo bastante parecido a un suicidio colectivo no recayó sólo en las enjutas espaldas del flautista de Hamelin. También a quienes se encolumnaron detrás de un programa banal e irresponsable, del que el mito de que ¡un peso! equivaldría (por toda la eternidad) a un dólar era sólo un botón de muestra.
La política abrevia ciertos trámites. Los argentinos decidieron despertar de su trivial sueño primermundista y se desayunaron (más bien tarde) que nada bueno podían esperar de las trasnacionales, de las recetas del FMI, de bancos que vendían chafalonías, del peso-dólar. Quizá, como sociedad, les falte elaborar a fondo por qué se embarcaron en ese delirio. Como cuerpo político, parece claro que han resuelto darle las espaldas con énfasis.
- Hoy vas a entrar en mi pasado. A Menem, a cualquier dirigente justicialista, le fascina compararse con Juan Domingo Perón. Su regreso de ayer quiso remedar al del tres veces presidente de Argentina. Pero la tragedia histórica no se repite jamás, decía un viejito de barba, toda remake es una parodia. A Menem no lo derrocó un golpe cívico militar, sino una elección. Se fue para gambetear el accionar de la Justicia. Su éxodo chileno no se transformó en Puerta de Hierro sino en una sección, progresivamente relegada, de las revistas del corazón.
Menem dice que va por la presidencia en 2007. Tiene derecho a plantearlo y a esperarlo. Parece que se equivoca aún más que en 2003, cuando demostró que no era Juan Perón redivivo sino una versión latinoamericana de Jean Marie Le Pen, el hombre que aunó al pueblo francés en su contra.
La política hace su parte, la biología también tiene su crueldad. Al anciano que habló ayer en La Rioja, desprovisto del gracejo y la sonrisa que nunca lo abandonaron, cuesta reconocerlo hasta por la voz.

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