EL PAíS › OPINION

Chacarera de la paradoja

 Por Mario Wainfeld

El resultado de la elección santiagueña del domingo pasado propicia paradojas, reales o aparentes. La primera, acaso la esencial, es que el interventor federal Pablo Lanusse (una apuesta muy fuerte y original del presidente Néstor Kirchner) debe haber vivido el resultado con mucha más satisfacción que el gobierno nacional que lo designó a él y que (tiempo después) eligió como candidato a gobernador al impresentable José “Pepe” Figueroa.
Quizá la paradoja radique en que el Gobierno tiene (sí que de modo imperfecto y tensionado) tendencias de novedad y trata de implementarlas en coalición con el peronismo realmente existente.
Poner como representante del Ejecutivo nacional en Santiago del Estero al ex fiscal Lanusse fue (tanto como la coetánea designación de Graciela Ocaña al frente del PAMI) un gesto higiénico y ejemplarizador del Presidente, orientado a la sociedad y en especial a su aliado esencial, el Partido Justicialista. En una provincia que era emblema de lo peor de la vieja política, Kirchner dejó afuera al PJ, colocando a una figura prestigiosa, “de otro palo”. Y no lo puso como “frutilla”, como colorido disfraz de un enjuague tradicional, sino que le reconoció poder. El gobierno nacional, en algo que es casi una de sus tendencias recurrentes, “se olvidó” de Lanusse varias veces pero no lo echó, ni le vació su poder. Lanusse, hombre ajeno a los “códigos” de la política (no exclusivamente a los censurables), jamás se avino con los operadores que lo rodearon. Algunos eran políticos sensatos, bien afines al mejor perfil del Gobierno (como el kirchnerista bonaerense Luis Ilarreguy), otros (como el orteguista-belicista Pablo Fontdevila) tributaban a praxis más berretas. Ninguno de ellos hizo química con Lanusse.
Una segunda paradoja fue que la estrategia electoral del interventor Lanusse encontró un escollo legalista en la Corte Suprema, otro poder estatal donde Kirchner hizo cirugía mayor. El ex fiscal (¿tercera paradoja?) pretendió implementar una reforma constitucional, previa a las elecciones de gobernador. La legalidad de la jugada era más que controvertible. La nueva Corte, a diferencia de lo que hubieran actuado otros tribunales más porosos a las necesidades tácticas del gobierno de turno, no se hizo la distraída ni violó la ley, ni cajoneó el expediente. No hubo (falsa) solidaridad política o corporativa, lo que resintió los planes políticos del interventor. La transparencia de la Corte jugó contra los planes políticos de un adalid de la transparencia, lo que (el lector bien lo sabe) es sólo en apariencia una paradoja.
Así las cosas, tras varios diálogos de sordos entre varios representantes del Ejecutivo nacional que operaron en Santiago y el interventor, el Gobierno optó por Figueroa. Esto es, intentó proponer como paladín del recambio del juarismo a un hombre que es testimonio vivo de lo peor de la vieja política. Su aporte más sustantivo a la política nacional fue hacer un pésimo y para nada transparente manejo del dinero dedicado a los más humildes, algo bien similar a las peores lacras del juarismo. Cierto es que terminó enfrentando a los Juárez y hasta devino “neokirchnerista”, pero estas jugadas sólo trasuntan su adaptabilidad camaleónica y su falta de congruencia ideológica. Vertical al éxito, astuto para saber dónde calienta el sol, Pepe acudió a una proverbial astucia de muchos de sus compañeros dirigentes, la de cambiar camisetas con el adversario, en pleno desarrollo del partido. El Gobierno jamás debió llevarlo como estandarte, menos en una provincia que bregaba por dar vuelta las peores páginas de su historia.
Paradoja de paradojas, una seguidilla de malentendidos y errores (contradicciones del Gobierno que engendró a Lanusse, a Figueroa y una desautorización de la Corte al ex fiscal) parió un resultado que oxigena el tablero nacional. Figueroa no debía ser el heredero de la interesantedecisión que fue nombrar a Lanusse, ni tampoco el testimonio de la nueva política.
El futuro es un jardín de senderos que se bifurcan, jamás está determinado del todo, pues depende (así sea parcialmente) del obrar de los protagonistas. Nadie puede saber si el gobernador electo Gerardo Zamora estará a la altura del enorme desafío que tiene por delante. Pero es un buen saldo para el escenario nacional la derrota del peronismo realmente existente, que terminó aunando al Presidente (sujeto y objeto de la cinchada entre sus iniciativas más disruptivas y la necesidad de anclar gobernabilidad con el PJ) con lo peor de su partido. El resultado acaso sirva como factor didáctico para pensar costos y beneficios de virtuales alianzas de cara a las elecciones parlamentarias de octubre.
Para terminar con las paradojas, valga señalar que Zamora, herramienta y hasta símbolo de lo que puede ser un cambio histórico, pertenece al radicalismo, un partido muy distante de la novedad y la frescura.

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