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Una novedad política
Por Martín Granovsky
Néstor Kirchner no es un suicida. Jamás puede ser comparado con un suicida un presidente que ordena acumular reservas por si las moscas. ¿Es un temerario? No parece temeraria una persona que da instrucciones de mantener una disciplina fiscal dura. Kirchner, más bien, apuesta al modelo Cortés. Después de quemar las naves, discutir la vuelta de México a España era pura retórica. No habría con qué volver.
A esta altura, la quema de naves representa un modo de hacer política. Un colaborador de Kirchner recordaba ayer una definición del Presidente en medio de una pelea con las privatizadas: “La Argentina está tan destruida que para lograr un objetivo que antes nos hubiera parecido modesto hay que trabajar siempre al borde de la mesa”. Cuando el colaborador preguntó a Kirchner si así, con ese vértigo, no había riesgo de caerse, la respuesta fue inmediata: “Claro que hay riesgo, pero si en la Argentina uno se ubica lejos del borde y aplica menos fuerza, termina sin conseguir nada”.
El canje con un nivel alto de quita era un fin en sí mismo. El Gobierno buscó producir una quita de la deuda con los bonistas.
El canje era un límite de lo posible. ¿Acaso no hubiera sido mejor repudiar la deuda? Hay interpretaciones económicas a favor y en contra. Pero no hay un solo análisis político realista que pueda encontrar en la sociedad argentina los sectores dispuestos a pasar por el nivel de conflicto que representa una ruptura permanente.
Y el canje era una etapa necesaria para que el Gobierno y el país pudieran enfrentar después los otros capítulos de la pulseada con el Fondo Monetario Internacional: la defensa del dólar alto, el resguardo de la banca pública y el rechazo a una dolarización de tarifas de servicios públicos.
Durante el traspaso de mando en Uruguay el embajador argentino, Hernán Patiño Mayer, registró que para los vecinos el canje de la deuda era un nuevo símbolo de la derrota cultural del pensamiento más conservador.
Esa derrota no significa que la Argentina haya persuadido o pueda persuadir al FMI. El iluminismo no funciona en política, y menos en política internacional, un ámbito salvaje por definición, ideal para el ejercicio del poder crudo. La miseria intelectual conservadora sirve para que dentro de la Argentina –o de Uruguay, o de Brasil– sea más fácil encarar una discusión económica real y negociar con el Fondo sin el fastidio de los cucos.
La novedad de Néstor Kirchner y Roberto Lavagna fue que, sin romper con el FMI, aprovecharon la crisis del default y la devaluación que ellos no habían provocado y consiguieron correr al Fondo del centro de ideas y valores.
Es una novedad, sobre todo, política.