ESPECTáCULOS › EL GRITO, REMAKE DE TAKASHI SHIMIZU

Vuelve la casa maldita

 Por Martín Pérez

Un hombre se despierta al lado de su esposa en un día soleado, sale al balcón, mira cómo ella se despierta y cuando finalmente lo mira, él ya ha saltado al vacío. Así es como comienza El grito, con una estrella (Bill Pullman) desapareciendo de escena casi en la primera secuencia. Pero no es ésa la única particularidad de esta nueva remake hollywoodense de una película de terror japonesa. Esta vez, en vez de llevar la trama a Estados Unidos (como sucedió con Ringu), esta versión lleva las estrellas al Japón, a meterse en la casa embrujada de Takashi Shimizu, el autor original de la serie, contratado para dirigir también la versión para el público norteamericano. Producida por Sam Raimi, que algo sabe de eso de hacer películas de terror, El grito no se podría decir que honra su título, ya que la llegada del miedo no se anuncia por medio de ningún aullido, sino que con un sonido extraño. Como si alguien estuviese respondiendo al pedido de un médico de decir “aaah” mientras abre la boca, como el croar de un sapo o como el sonido de un contador geiger que se va quedando sin batería.
Mucho más bizarra que terrorífica, El grito es una historia de fantasmas. La maldición de la casa de Shimizu es de esas que no se detienen fácilmente, al punto que ya se ha zampado los personajes de más de cinco películas. Con Sarah Michelle Gellar –condenada a lo desconocido de Buffy, la cazavampiros en adelante– a la cabeza, las estrellas hollywoodenses convocadas para esta primera versión en inglés de El grito viajan también miles de kilómetros en la ficción para entrar en la dichosa casa. Sus historias, que se superponen entre sí, son las de emigrados por trabajo o estudios, que con entrar a la casa ya están condenados. El eje temporal de estas historias es la de Geller, una estudiante de intercambio que trabaja de asistente social para ganar algunos yenes extra y que es enviada a cuidar a una anciana senil en una casa de suburbio. Allí descubrirá que ella parece ser el último eslabón en otra cadena de maldiciones que ha terminado por condenar a toda una familia. Pero que antes de esa familia hay otras historias trágicas, con una gran tragedia inicial, que involucra a un niño y una madre.
Con un indudable talento para generar escenas de tensión, Shimizu se dio el gusto de convocar a sus actores japoneses para aterrorizar a los estadounidenses. Su versión occidental de El grito subraya el carácter de extranjeros en tierra extraña de sus protagonistas, pero es una lástima que la sucesión de escenas de terror comiencen a repetirse y a anticiparse. Por momentos, El grito parece un ensayo sobre las posibilidades aterrorizantes de una misma locación. Y casi del mismo plano. Pero es justo entonces, cuando la noción de la casa embrujada deja su lugar a los fantasmas en cuestión, que la película parece perder su tensión. Mucho más eficaz para sugerir que para develar, el cine de Shimizu termina anulándose a sí mismo, tal vez obligado por una adaptación occidental que necesita de demasiadas precisiones.

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