EL PAíS › CHABAN DIO SU VERSION DE LOS HECHOS Y
LEYO ANTE EL JUEZ UNA CARTA PARA LOS FAMILIARES
“Fueron tres personas en un ataque comando”
Dijo que no es “un monstruo” y que Cromañón era seguro. Y que vio a tres jóvenes tirar bengalas al techo “con intención y alevosía”. Sobre la puerta de emergencia cerrada no dio detalles. Calculó que esa noche había entre 2400 y 2600 personas y contó que ayudó a sacar gente. Y que al salir quedó atontado; que fue a su casa y luego al atelier, no a esconderse sino a aislarse por su estado de shock. Hoy sigue ante el juez.
Por Carlos Rodríguez
“Fue una tragedia. No soy un criminal ni un asesino, ni maté a nadie, no fui negligente ni irresponsable.” Durante siete horas, en las cuales estuvo varias veces al borde del llanto, el empresario Omar Chabán comenzó ayer su maratónica declaración indagatoria por el siniestro de Cromañón, que produjo la muerte de 193 personas. Afirmó que el siniestro fue provocado por “tres muchachos” de unos 20 años, a los que aclaró que no estaría en condiciones de poder identificar, que encendieron al menos “tres candelas” que “miden 45 centímetros de largo y tiran 30 bolitas de fuego”. Lo más sorprendente es que aseguró ante el juez Julio Lucini que esas personas, que estaban sin remeras y vestían pantalones cortos, irrumpieron en el recital “en forma de un ataque comando”, motivo por el cual dedujo que se trató de “algo premeditado” para cometer un acto de sabotaje que no supo precisar hacia quién habría estado dirigido. En consecuencia, Chabán negó que la causa central del incendio haya sido la mítica media sombra o los paneles acústicos del techo, de los que dijo que “eran ignífugos”, aunque está probado que esa noche ardieron.
Arrancó con una carta dirigida a los familiares de las víctimas (ver aparte), en la que explicó: “Quiero decirles, y ruego que me escuchen, que tenemos un enemigo común: el cianuro”. Chabán, que hoy continuará con su exposición ante la Justicia, sostuvo que lo ocurrido “no se tiene que repetir y tenemos la obligación de poner recaudos sobre el poliuretano (paneles acústicos)” porque “para ser ignífugos le ponen cianuro”, sustancia letal a la que adjudicó lo ocurrido, en complicidad con el accionar del supuesto grupo “comando”. También cargó contra la pirotecnia que se usa “casi como arma” y contra “los jóvenes sin límites y sin medir las consecuencias de sus actos”. El empresario, que ayer habló en forma tangencial sobre las puertas de emergencia y la seguridad en general, aseguró que estuvo socorriendo a las víctimas –se había dicho que había huido del lugar sin ayudar a nadie–, hasta que fue obligado a retirarse por voluntarios de la Cruz Roja. De los integrantes del grupo Callejeros se limitó a señalar: “Son buena gente y yo también, lo que pasó fue de terror”.
En un relato cargado de frases ampulosas, se mostró a sí mismo y a varios de los allegados como víctimas de la tragedia y rechazó cualquier intento por darse a la fuga. Sostuvo que en la noche del 30 al 31 de diciembre llegó caminando a su casa de la calle Salta, un atelier donde solía dedicarse a su hobbie, la pintura, con el único fin de reflexionar sobre lo ocurrido. “No quería ver a nadie, mi cabeza era un remolino adverso y nefasto: pensé en Dios, una maldición, un aciago destino, una extraña conjunción cósmica. ¿Por qué no me habían hecho caso y habían hecho eso con todos allí dentro?”, reflexionó ante el juez Lucini, aludiendo a los que no habían escuchado sus advertencias sobre el peligro que entrañaba la utilización de pirotecnia en un lugar cerrado.
Chabán estuvo declarando entre las 10.30 y las 13.30, y tras un cuarto intermedio siguió haciéndolo entre las 14.30 y las 18.30, secundado por sus abogados Pedro D’Attoli y Paula Castillo. Vestido con una remera y jeans, medias y sandalias franciscanas, leyó primero la carta dirigida a los familiares de las víctimas y luego expuso su defensa, ayudándose con anotaciones en cuadernos y fichas escritas a mano. También leyó párrafos de libros de Sigmund Freud (Más allá del principio de placer y Psicología de las masas y análisis del Yo), Enrique Pichón Rivière y Ernesto Laclau. El interrogatorio se hizo en el despacho de Lucini, cerrado para evitar los ruidos externos, ya que se realizan trabajos de albañilería en un sector del Palacio de Tribunales. El calor se hizo sentir, sobre todo en el caso de la abogada Castillo, que está embarazada. Al retirarse, la preocupación del otro defensor, Pedro D’Attoli, era llegar a tiempo al estadio Monumental, para presenciar el partido Argentina-Brasil. Chabán se presentó ante el juez afeitado, tal como aparecía antes del siniestro, aunque su aspecto general, según sus allegados, es el de “una persona que ha cambiado mucho; no sabría explicar las razones, pero es otra persona”, dijo Castillo al ser consultada por este diario.
“No soy un monstruo como me muestran en los medios de comunicación, si no no hubiera trabajado durante 23 años en lo mismo, generando y apoyando todos los grupos de rock más conocidos (...), pienso que me estiman”, señaló Chabán en su defensa. Aseguró que pudo ver “lo que ocasionó la combustión” e hizo una afirmación categórica que no fue respaldada por datos contundentes: “Para mí el acto que ocasionó este aparente incendio fue con alevosía”. Recordó que antes del comienzo del recital advirtió al público “sobre los peligros de la pirotecnia”, que la respuesta fueron “improperios” y que el cantante de Callejeros, Patricio Santos Fontanet, se mostró “molesto” por sus advertencias. De todos modos, reconoció que Santos Fontanet habló en igual sentido: “Lo que dijo Chabán es que no jodan, ¿se van a portar bien?”.
El empresario comentó que las puertas principales “estaban abiertas”, cuando “aparecieron al mismo tiempo y abruptamente, tres muchachos de aproximadamente 20 años, sin remeras y con pantalones cortos” que estaban a su derecha, a unos tres metros de distancia, y que tenían en sus manos, cada uno, “unos cañitos largos de cartón, no recuerdo el color”. Después supo, en la causa, que eran “candelas” que miden “45 centímetros de largo y tiran 30 bolitas de fuego”. Chabán declaró que al ver el movimiento de los tres jóvenes le dijo al sonidista que cortara el sonido y que como no le entendió, él mismo metió “la mano en la consola (...) y por suerte se cortó el sonido”. Precisó que en ese momento, “con desparpajo y desaprensión”, los tres jóvenes “comenzaron a tirar bolas de fuego a distintos lugares del techo” desde una distancia de 1,50 metro.
Aprovechó para estimar que en el local había “entre 2400 y 2600 personas”, cifra similar a la mínima estimada por el juez Lucini, que es de “al menos 2811 personas”. De todas maneras, el número siempre es muy superior a las 1031 establecidas como capacidad máxima para Cromañón. Insistió en que el accionar de los tres jóvenes fue “algo premeditado” y que actuaron “en forma de un ataque comando”. Chabán dejó sentado, en forma expresa, que “la seguridad externa e interna fue contratada exclusivamente por el grupo” de rock y que ellos fueron los encargados de realizar el cacheo a los que ingresaron al boliche. “Les pedí que fuera muy exhaustivo”, puntualizó el empresario. Precisó que eran “en total unas treinta personas coordinadar por Lolo Bussi”, en referencia al jefe de seguridad del grupo Callejeros.
Hizo mención luego a que en la boletería quedaban los bolsos de los invitados especiales y que, en el recital del 30 de diciembre, del informe de Bomberos se desprende “que allí había un número importante de pirotecnia”. Después hizo un largo relato sobre el siniestro y la confusión que reinaba. “No hablaban policías ni bomberos, todos estaban como tontos, embotados, pero no se podía parar de ayudar. No se sabía si estaban vivos, adormilados, o muertos” los jóvenes que eran socorridos. Su definición es que estuvieron “en una cámara de gas, cianuro, enfrentando a la muerte, era fácil dejarse morir, se caía en un sopor”.
En este punto, la exposición de Chabán adquirió el tono de una novela: “Era entrar a una masa orgánica como en las películas de ciencia ficción cuando llegan a un planeta desconocido y se encuentran con una sustancia enrarecida (extraña), un humo negro muy pesado que flotaba pesadamente...”. Sobre él, dijo que se sentía “débil” por la falta de aire y que lo había ganado “la desesperación innombrable de lo que me pasaba (...), era tanto mi dolor que no sabía cómo desgarrar más mis heridas...”. En esas circunstancias, contó que tuvo breves diálogos con dos sobrinos suyos, Gamal y Omar, que vio cómo su socio Raúl Villarreal y el subcomisario Díaz, procesado por supuestas coimas, trataban de ayudar a las víctimas. Dijo que él también hizo lo propio con varios jóvenes, entrando y saliendo varias veces del boliche durante el siniestro, hasta que lo sacó un chico de la Cruz Roja y se fue caminando hasta su casa deCongreso y luego a su atelier, donde días después fue detenido y acusado por el delito de homicidio con dolo eventual por las 193 muertes.