ESPECTáCULOS › EL INCESTO SEGUN ALBERTINA CARRI
De cómo atreverse a decir su nombre
La directora de Los rubios sigue obsesionada con las familias disfuncionales.
Por Horacio Bernades
“Mercedes...” “¿Qué?” “Nada, me gusta decir tu nombre.” Decir tu nombre iba a ser el título de Géminis, en referencia a este húmedo diálogo poscoito entre Jere y Meme, los dos hermanos que en la nueva película de Albertina Carri infringen a toda marcha el tabú del incesto. Dada la referencia, hubiera sido un título sumamente provocativo para una película que, en lugar de condenar esa infracción, le hace sentir al espectador, durante hora y media, que no hay en el mundo nada más deseable que la propia hermana. O hermano. Pero Carri terminó poniéndole Géminis a su opus tres en el largometraje (después de No quiero volver a casa y Los rubios), apoyada en el hecho de que en una primera etapa de guión, Eze y Meme iban a ser hermanos gemelos. Finalmente no lo fueron, pero el título quedó igual, de modo bastante caprichoso.
Si en No quiero volver a casa a dos familias de opuestas clases sociales las unía un crimen, si en Los rubios una familia informal terminaba remplazando la imposibilidad de padres biológicos de la protagonista (la propia Carri, hija de padres secuestrados y desaparecidos), en Géminis la realizadora vuelve a darle una vuelta de tuerca al tema o institución que parecería obsesionarla. Que el tema sean los lazos de sangre y su puesta en cuestión tal vez explique los títulos de crédito y afiche publicitario de Géminis, dominados por una gota de hemoglobina tan densa como la que circula entre Jere, Meme, su hermano Eze y el padre y la madre de los tres. Si es denso lo que corre a través de Géminis (y Carri y su coguionista Santiago Giralt lo enfatizan apelando a una estructura que, como en las tragedias clásicas, está hecha de preanuncios, repeticiones y circularidades), el guión de la película se ocupa más de contrapuntearlo que de aliviarlo, con una serie de toques que, antes que a la comedia, le deben a la farsa lisa y llana, y tienen a la mater familiae por principal protagonista.
“¿Te acordás cuando le toqué el culo a Guillermo Vilas, aquel día en el hipódromo?”, evoca, como quien rememora tiempos dorados, Lucía (Cristina Banegas, en un papel que recuerda mucho al que había hecho en Vulnerables). Antes de eso habrá ojeado una revista Caras (“¡Uy, mirá, la casa de Silvina Chediek!”) y más tarde el exceso de champagne la hará patinar en el parque de la estancia. Estrategias de disimulo de los guionistas, es posible que las abundantes dosis de sarcasmo que tienen a mamá Lucía por blanco favorito sumen a más de uno en la confusión. Es un modo de preparar, a contrapierna, la escena culminante. Allí, la brusca develación del secreto familiar –que sigue siendo secreto nada más que porque mamá no quiere verlo cada vez que se asoma al baño, mientras papá Daniel (Daniel Fanego) mira el cielo estrellado en busca de algún lejano fenómeno estelar– terminará produciendo un violento viraje en el tono, sentido y punto de vista de la narración. En ese momento, cuando el horror se congela en la garganta de Banegas, Géminis pasa de la opereta a la ópera, anunciando el definitivo hundimiento en la locura familiar de su eslabón más débil: mamá.
Producida por Pablo Trapero para su firma Matanza y presentada en la cotizada “Quincena de los Realizadores” del más reciente Festival deCannes, Géminis representa una decidida inmersión en la disfuncionalidad familiar burguesa argentina (“no creo que haya una sola familia que no sea disfuncional”, le dijo Carri a Las 12), al tiempo que pone al espectador en un lugar particularmente incómodo: el del voyeur que contempla, no sin buenas dosis de libido, cómo hermana y hermano –María Abadi y Lucas Escariz, jóvenes, bellos y sexies– se dan el gusto por los rincones. A la misma sensorialidad cómplice apuntan la dirección de arte de María Eugenia Sueiro –llena de tonos pastel y decorados demasiado chic para la revista Caras– y, sobre todo, el trabajo de cámara del talentosísimo Guillermo (o Bill) Nieto, que se pasea entre los pasillos con elegancia viscontiana. Referencia no casual, en tanto Visconti es el autor del tratado definitivo del incesto entre hermanos, Atavismo impúdico.
Ciertamente, el autor de Muerte en Venecia jamás se hubiera permitido personajes tan poco desarrollados como el de la esposa del tercer hermano en discordia (a cargo de una desfavorecida Julieta Zylberberg), actores tan poco convincentes como quien encarna a éste o escenas tan burdas como cierto teleteatro venezolano, actuado por Analía Couceyro. Aun con esos déficit, Géminis logra poner en escena, de modo inquietante, aquella idea de que no hay familia que no sea disfuncional. Y lo hace obligando al espectador a la clase de picazones que nadie estaría dispuesto a reconocer.